El eco de los pasos de Kael resonaba como un tambor de guerra en el pasillo ennegrecido que conducía al trono de Sylara.
La luz parecía disolverse a su alrededor, consumida por la malevolencia que impregnaba las paredes como un perfume agrio. Sin embargo, el guerrero no titubeaba. Cada sombra que lo envolvía le recordaba la prisión en la que yacía Alyss: un cristal negro y gélido que dormía sus recuerdos, su risa, su fuego.
Kael no podía olvidar la mirada vacía que vio en ella, el modo en que sus ojos no lo reconocieron, ni siquiera como un enemigo, ni como un extraño. Nada. Solo un abismo. Ese vacío lo consumía mucho más que cualquier hechizo, más que cualquier herida en batalla.
Porque había visto en su corazón el milagro de la luz, y ahora esa luz estaba muerta. Y él había sido quien empuñó, aunque sin quererlo, el puñal que la apagó.
Recordaba con precisión enfermiza la primera vez que la vio. Alyss era un temblor de luna danzando entre flores azules, su risa era viento y su mirada una promesa de todo lo que él no creía merecer.
Desde entonces, su corazón se convirtió en un templo al que solo ella podía entrar. Pero incluso los templos más sagrados pueden volverse ruinas si se fundan sobre secretos y hechizos prohibidos.
Y él... él había permitido que se le colocara aquel cinturón mágico. Él, que juró protegerla, se convirtió sin saberlo en su carcelero.
-No quiero tu perdón, Alyss... pero sí que vuelvas a vivir -susurró al viento oscuro que se arremolinaba a su alrededor, mientras cruzaba el umbral del salón del trono.
Allí estaba ella. Sylara. La hechicera, tan hermosa como letal, se erguía sobre los restos de un trono retorcido por el odio. Su vestido parecía hecho de sombras líquidas, y en su rostro no había una pizca de compasión. A su lado, como una joya cruel, el cristal negro que encerraba a Alyss se erguía como una lápida.
-Kael... -ronroneó Sylara con una sonrisa letal- Has venido como un perro a buscar a su dueña.
Kael se detuvo. Su pecho subía y bajaba con la respiración de quien contiene el dolor y la rabia. Su mano se aferró a la empuñadura de su espada. Pero su corazón latía por ella, no por venganza. Por Alyss. La mujer que amó libremente antes de que los hechizos y el destino los corrompieran.
-Vengo por Alyss -dijo, con voz de roca viva-. No por ti. Libérala.
-¿Liberarla? -rio Sylara, lanzando una carcajada que retumbó en los muros- ¿Después de todo lo que hiciste? ¿Después de cómo la obligaste a amarte?
-¡Nunca quise eso!
-Pero lo hiciste -lo interrumpió- Te colocaste ese cinturón con tus propias manos haciéndole creer que fue ella quien te lo puso. Sabías que era magia oscura. Sabías que la sometería. Y aun así, preferiste tenerla contigo a dejarla ir.
Kael apretó los dientes. Las palabras lo atravesaban como espinas. No podía ver que Sylara le mentía, lo manipulaba retorciendo la verdad para que se sintiese culpable debido al intenso dolor que él guerrero parecía en su alma.
-Sí -admitió, bajando brevemente la mirada- Me dejé arrastrar por el miedo. Tenía terror de perderla. Era mi sol. Mi única verdad en un mundo de caos. Cuando me ofrecieron un medio para asegurar su amor... fui débil. Pero desde entonces, no hay día que no me haya maldecido. No hay noche que no haya pedido perdón, aunque no lo merezca.
Sylara lo observó en silencio. Algo en su mirada se tensó, como si por un instante hubiera vislumbrado en Kael algo que ella misma había perdido hacía tiempo: vulnerabilidad verdadera. No debilidad, sino humanidad.
-Y aun así, vienes por ella.
-Porque la amo.
-¡La has olvidado durante años!
-No... -Kael negó con fuerza, sus ojos brillando de lágrimas y furia- Me olvidé de mí. No de ella. Incluso sin saber su nombre, incluso cuando no tenía recuerdos, sentía que algo faltaba. Que había una parte de mí llorando todo el tiempo. Ese llanto tenía un nombre: Alyss.
Sylara lanzó un hechizo. Un círculo de fuego negro rodeó a Kael. Era una advertencia. Un límite.
-Vete ahora -dijo ella con frialdad- Y vivirás. Quédate... y morirás por un recuerdo que ya no te pertenece.
Kael miró hacia el cristal. Alyss permanecía inmóvil, como dormida, pero algo en su expresión había cambiado. Una pequeña fisura ¿una lágrima? ¿Un temblor en la comisura de sus labios?
La esperanza le estalló en el pecho.
-¡Alyss! -gritó, rompiendo el círculo de fuego con un golpe de su espada.
La batalla estalló como una tormenta eléctrica. Sylara lanzó cuchillas de oscuridad y relámpagos que emergían del suelo, pero Kael era velocidad y furia contenida.
Cada golpe que daba lo hacía en nombre del amor, en nombre del perdón, en nombre de una promesa rota que ahora quería restaurar. Peleaba no para ganar, sino para liberar.
La sala se desmoronaba. Las columnas crujían. El techo vibraba. Las lágrimas de Kael se mezclaban con el sudor, la sangre, y el dolor. Y a pesar de todo, avanzaba.
Hasta que una lanza negra lo atravesó por el costado. Cayó de rodillas. Sylara se acercó, jadeando, con una herida sangrante en el hombro.
-Acéptalo -dijo con la voz quebrada- No puedes contra mí. Nadie puede. Incluso si la liberaras, ella no te recordaría. Serías solo otro extraño, un enemigo más.
Kael alzó la mirada.
-Puede que no me recuerde. Pero el alma... el alma sí lo hará.
Y extendió su mano hacia el cristal.
-Alyss -susurró-. Yo fui tu prisión. Pero también fui quien más te amó. Si queda algo de ti... por favor... despierta.
Una lágrima recorrió la mejilla de Alyss. El cristal vibró. Sylara gritó.