Kael yacía de rodillas, jadeando, la sangre brotando de su costado como la tinta de un juramento incumplido. Frente a él, la figura de Sylara se alzaba imponente, sus ojos brillando como dos esmeraldas afiladas bajo la corona de sombras que coronaba su rostro.
Era hermosa. De una belleza que dolía, que hechizaba, pero también cortaba. Perfecta, etérea, pero construida con la carne de la crueldad y la sangre del sufrimiento ajeno.
Ella sonreía. No por burla, sino por satisfacción. Porque lo había hecho de nuevo: había derrumbado a otro corazón valiente. Porque en su mundo, el amor era un virus, un defecto, una debilidad condenada a ser extirpada.
Kael levantó la vista. Sus ojos, empañados de lágrimas y dolor, se clavaron en el cristal. Alyss... aún inmóvil, aún ausente. Pero él había visto la lágrima. Lo sabía. Ella estaba ahí. Una parte de ella aún escuchaba. Aún lo sentía.
-¿Ves? -dijo Sylara acercándose a él, dejando que su túnica flotara como humo alrededor del suelo- Incluso la mujer que amabas eligió olvidar. Tu nombre no tiene eco en su alma. ¿Qué más necesitas para rendirte?
Kael escupió sangre, pero se sostuvo con una rodilla. Con la otra mano, aferró con fuerza el símbolo colgante de Alyss que llevaba al cuello: una diminuta flor de jade que ella misma le había regalado. Fue el primer recuerdo que recuperó tras la ruptura del hechizo de Sylara.
-Ella no me olvidó. No del todo. Porque el amor verdadero deja raíces, incluso si cortas las flores. Y si tengo que morir aquí para hacerla florecer otra vez, lo haré sin dudarlo.
La risa de Sylara fue cristal roto. Se apartó con gesto felino, preparando un nuevo hechizo.
-Entonces muere, Kael. Muere como el héroe que nadie recordará.
Kael cerró los ojos. Pero esta vez no solo pensó en Alyss. Sintió el peso de cada momento vivido: cuando ella temblaba en su primer conjuro; cuando reía por error; cuando sus ojos se llenaban de lágrimas sin razón, solo por sentirse vista. Pensó en las noches donde la contemplaba dormir, sintiendo que por primera vez tenía un lugar al que llamar hogar.
Y algo cambió. La luz. Brotó de su interior como una llama blanca. No era magia común. Era un vínculo. Una emoción encarnada, que se alimentaba del recuerdo y del deseo. Era su amor, hecho fuego. Sylara lanzó su hechizo. Una lanza de sombra atravesó el aire. Pero la llama blanca la deshizo antes de tocarlo.
Kael se levantó, envuelto en esa luz. Su espada comenzó a brillar con una intensidad sobrenatural. Ya no era solo metal. Era voluntad pura.
-Esto -dijo con voz profunda- Esto es lo que tú nunca entenderás, Sylara. Puedes esclavizar reinos. Puedes enterrar recuerdos. Pero no puedes matar aquello que nace del alma.
Se abalanzó sobre ella. La batalla reanudó, más feroz. El salón entero vibraba. Los cristales estallaban. El cielo se partía..Y en medio de esa guerra, dentro del cristal, Alyss vio una imagen que cruzó su inconsciente como un rayo:
Kael.
Herido.
Ardiendo.
Luchando por ella.
Y entonces, lo recordó.
Todo.
Su primer encuentro. La risa. El beso. El cinturón. La traición. El amor. La promesa. El sacrificio.
-Kael... -murmuró dentro de la prisión.
Una grieta surgió en el cristal. Sylara se volvió. Su rostro perfecto se tensó por primera vez. El miedo la rozó.
-¡NO!
Kael aprovechó la distracción. Se lanzó directo al corazón de su oscuridad. Su espada atravesó la barrera del trono.
Y mientras ambos caían, uno en la furia y el otro en la luz, el cristal comenzó a agrietarse con un canto antiguo, como si el universo mismo celebrara el regreso del alma de Alyss al mundo.