El Hechizo Del Corazón Cautivo

El Despertar del Cristal

La noche en el Reino Oscuro había perdido su silencio. Por primera vez en años, el aire estaba cargado no solo de desesperanza, sino de un latido nuevo, uno palpitante, tembloroso y profundamente humano.

Kael, cubierto de heridas y con los ojos encendidos por la promesa del amor perdido, se mantenía en pie junto a los fragmentos rotos de la prisión de cristal. Frente a él, Alyss flotaba. Su cuerpo, antes inerte, temblaba suavemente como si el alma estuviera regresando. La prisión se había agrietado por su sola presencia… y por la sangre derramada de Kael.

El aura de Alyss comenzaba a mutar. De su piel emanaba una tenue luz, y sus ojos, antes vacíos, se abrieron como si se rompiera una maldición centenaria. En su mirada danzaba el reflejo del fuego y el hielo, la ternura y la rabia. Kael, apenas consciente, susurró su nombre:

—Alyss…

Ella lo miró y su corazón se estremeció sin saber por qué. Una ráfaga de imágenes cruzó su mente: un bosque bañado por la niebla, una promesa al amanecer, un beso bajo la lluvia, un juramento sellado con el alma. El amor que había olvidado despertó como un río contenido por siglos.

Y entonces, el cielo se rasgó.

Desde las alturas de la torre, envuelta en un torbellino de sombras, descendió Sylara. Sus pasos no tocaban el suelo, su presencia era un eclipse: hermosa, perfecta, y letal. Sus cabellos oscuros flotaban como un velo en el viento inmóvil, y sus ojos eran dos cristales negros que no reflejaban nada más que el vacío de su alma.

—¿Despiertas, pequeña flor? —musitó con una sonrisa de dientes de marfil— Qué dulce es ver cómo renaces... solo para morir con más dolor.

Alyss se incorporó. Su vestido blanco, simple y roto, comenzó a ondear por una fuerza invisible que se alzaba desde su corazón. Las runas antiguas, olvidadas incluso por los sabios, reaparecieron en su piel, como si el cristal que la aprisionó hubiera sido también su crisálida.

—No he renacido para morir —dijo Alyss, su voz resonando en el silencio como una campana sagrada—. He regresado para destruirte.

Sylara aplaudió una vez, lentamente.

—¿Destruirme tú? Querida… aún no sabes lo que eres. Eres la causa de tu caída. De la mía. Del dolor de Kael. Eres una niña jugando a ser hechicera.

Un destello cruzó el cielo. El mundo se contrajo. La batalla comenzó. La danza de las almas rotas.

Sylara alzó su brazo. Desde su palma brotó una espiral de sombras que serpenteó como un enjambre de serpientes hambrientas. Alyss cerró los ojos, sus labios se movieron en silencio. Una esfera de luz azul emergió de su pecho, expandiéndose y golpeando con violencia la oscuridad de Sylara.

Ambas magias chocaron. Un trueno sin sonido quebró el aire. Las montañas temblaron. Kael, aún débil, se alejó con dificultad, observando con los ojos llenos de lágrimas el fulgor de sus dos amores: la luz y la oscuridad, el ayer y el mañana.

Sylara descendió como un rayo envuelto en llamas negras, su cuerpo alargándose en una sombra que envolvió a Alyss. Pero ella, con una explosión de magia plateada, se liberó, creando una onda de choque que derribó árboles, murallas y torres.

—¡Ya no soy tu reflejo! —gritó Alyss— ¡Soy quien te vencerá!

Sylara rió. Una risa aguda, casi hermosa, como cristales quebrándose.

—Entonces muéstrame tu poder, hechicera de los suspiros.

Alyss alzó ambos brazos. Del suelo emergieron pilares de luz que formaron un círculo antiguo, una invocación que no se pronunciaba desde hacía mil años. El tiempo se retorció a su alrededor. Cada palabra que pronunciaba en el lenguaje perdido hacía que el suelo llorara y que las nubes sangraran. Pero Sylara no era una hechicera cualquiera.

Con un susurro, hizo caer la noche sobre el día. Del cielo surgieron criaturas aladas de alas rasgadas y ojos vacíos. Con un chasquido de dedos, las raíces del mundo se alzaron como látigos, buscando desgarrar la carne de Alyss. Ambas mujeres volaban ahora sobre las ruinas de la torre, las siluetas de sus cuerpos delineadas por la luna que sangraba pálida.

Alyss invocó una lanza de luz hecha de sus recuerdos. Era frágil y poderosa al mismo tiempo, como el amor verdadero. La lanzó con fuerza, directo al corazón de Sylara. Pero esta la desvió con un simple gesto y, como respuesta, lanzó un rayo de odio que impactó en el pecho de Alyss. La joven cayó al suelo con un grito ahogado. Kael corrió hacia ella, pero una barrera invisible lo separó.

—No, Kael —susurró Alyss desde el polvo— Esta es mi batalla.

Y se alzó otra vez. Sangrando, temblando, pero más decidida que nunca. Sylara descendió, la capa de sombras ondeando a su alrededor.

—Admítelo —le dijo con crueldad contenida— Aún me temes. Me llevas dentro. No has cambiado nada.

Alyss sonrió.

—Tal vez... pero ahora sé que el amor no es posesión, ni poder. Es sacrificio. Y tú nunca lo entenderás.

La luz y la sombra colapsaron de nuevo en una colisión brutal. Los cristales del suelo se rompieron, el aire mismo se llenó de gritos de antiguas almas. Y justo cuando el fuego y la luz se entrelazaban en el centro del campo de batalla, la imagen se detuvo en el tiempo: dos mujeres, dos fuerzas, dos reflejos opuestos chocando en un instante suspendido.

Así, en el clímax de su enfrentamiento, el capítulo se detiene. El resultado, aún incierto. El dolor, aún vivo. La esperanza vibrando en cada chispa mágica.




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