El Hechizo Del Corazón Cautivo

Fulgor entre Sombras

El cielo temblaba.

No era una metáfora, ni una ilusión provocada por el caos. Cada nube chispeaba con tensión mágica, cada ráfaga de viento se arremolinaba como si huyera de la energía oscura que se extendía desde el palacio corrompido de Sylara.

Y allí, en el corazón de ese mundo desgarrado, dos presencias opuestas se enfrentaban: Sylara, perfecta, cruel y altiva, y Alyss, quien, tras el beso de Kael, había recuperado los fragmentos rotos de su memoria.

—Así que has despertado —murmuró Sylara con una sonrisa tan bella como venenosa— Estaba empezando a aburrirme de jugar con tus recuerdos.

Alyss alzó el rostro. Ya no era la chica sumisa y atrapada en el velo de olvido. Sus ojos resplandecían con un fuego turquesa, mezcla de magia antigua y amor resucitado.

—Tú me robaste. Me convertiste en tu muñeca, pero ya no más.

Levantó sus manos con elegancia mortal. Las runas celestes que se dibujaban sobre su piel comenzaron a brillar, una a una, como las estrellas regresando a la noche. La luz mágica envolvió su figura, elevándola levemente del suelo.

—No tienes idea del poder que desafías —dijo Sylara con desdén— Yo domé imperios, arranqué la voluntad de reyes. Tú... tú no eres más que una marioneta enamorada.

Alyss no respondió. Con un gesto suave, extendió una esfera de luz hacia Kael, aún inconsciente en el suelo, al pie de la prisión de cristal resquebrajada. Un suave resplandor lo envolvió, sellando sus heridas más graves. Aún no despertaba… pero respiraba. Y eso bastaba.

—Por él. Por mí. Por todos —susurró Alyss— Esto termina ahora.

El choque de poder

Sylara fue la primera en atacar. Alzó sus manos y el suelo se agrietó. Del abismo surgieron látigos de sombra que se lanzaron contra Alyss, siseando como serpientes hambrientas.

Pero Alyss, serena, formó una barrera de luz alrededor de ella. La oscuridad chocó con el escudo y fue desintegrada en mil partículas. La hechicera entornó los ojos.

—¿Eso aprendiste del amor? —bufó— Te hará débil.

—Me hace fuerte —replicó Alyss, y contraatacó.

De sus manos emergieron espinas de cristal de energía pura, que volaron como flechas silentes. Sylara giró en el aire, evadiéndolas con gracia inhumana, su vestido flotando como pétalos negros en la tormenta.

Ambas se elevaron. Las estrellas sobre ellas se apagaban una a una ante el fulgor del duelo. Sylara invocó su magia ancestral. Una lluvia de espejos flotantes rodeó a Alyss, cada uno mostrando visiones falsas de Kael: Kael huyendo, Kael muriendo, Kael traicionándola.

—¿Crees que te ama? Míralo. Te abandonó cuando más lo necesitabas.

Alyss tambaleó, su corazón se estremeció. Pero recordó… recordó el roce de sus labios, la forma en que Kael había llorado al verla encerrada, la forma en que sus manos temblaban al acariciar el cristal.

—¡Mentiras! —gritó, rompiendo todos los espejos con una explosión de energía azulada.

El resplandor envolvió los tejados del palacio, haciendo temblar sus cimientos. Sylara cayó, furiosa. La sangre le bajó por la comisura de los labios. Ya no sonreía.

—Eres una idiota sentimental —espetó con odio— Y vas a pagar por eso.

Magia etérea y lágrimas ocultas

Alyss respiraba con dificultad. Usar tanta energía mágica tan pronto la desgastaba. Pero no podía rendirse. A lo lejos, Kael aún no despertaba… pero se movía. Su pecho se alzaba con cada respiración profunda. Una lágrima resbaló por el rostro de Alyss al ver que su amado aún luchaba, aún existía.

Y entonces Sylara cambió de forma. Se convirtió en una criatura alada de belleza sobrehumana, mezcla de mujer y sombra. Su cuerpo era pura energía negra, su mirada contenía el vacío de los que nunca amaron. Con sus alas extendidas, descendió como una diosa vengativa.

El impacto de su caída fracturó el suelo. Las columnas del palacio crujieron. Alyss apenas tuvo tiempo de protegerse, su escudo de luz destellando como un sol en miniatura.

Ambas se enfrentaron cuerpo a cuerpo. Cada choque mágico hacía temblar el aire, el cielo, la tierra.

Alyss fue lanzada contra una pared. Tosió sangre. Su vestido estaba rasgado, su cuerpo temblaba, pero sus ojos seguían brillando. Sylara, furiosa, se acercó.

—¿Por qué no caes? ¡Estás sola!

—No —susurró Alyss, apoyándose con dificultad— Kael está conmigo. Y mientras él me ame, yo no me rendiré.

Entonces, un destello.

Kael… Kael se incorporaba.

—Alyss… —murmuró, y su voz fue como un bálsamo.

Sylara giró. Su rostro, antes perfecto, se distorsionó de odio.

—¡NO!

Pero ya era tarde. Kael, herido y débil, logró ponerse de pie. Su espada, arrastrada desde su caída, ahora temblaba entre sus dedos. Su mirada estaba fija en Sylara… pero también en Alyss.

—No la tocarás otra vez.

Y entonces, Alyss y Kael se tomaron de las manos. La fusión de sus magias comenzó a brillar como una supernova.

—Por fin… juntos —susurró Alyss.

—Por fin —respondió Kael.

Sylara gritó de furia, alzando sus brazos, invocando el conjuro más oscuro que conocía. Y justo en ese instante…

Todo se volvió blanco.




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