CAPÍTULO 9
Ayer apenas pude dormir pensando en esa foto que Bárbara guarda en su casa. Me debato si contarle lo que me está sucediendo para que me ayude o intentar averiguar por mí misma lo que pasa. Y llego a la conclusión de que, por ahora, se lo contaré a Fran que es el único loco en todo esto. ¿Qué habríais hecho vosotros? Sí, seguramente se lo diríais a mi amiga, pero se podría volver más paranoica de lo que es y revolotear a mi alrededor como una mosca, ¡no se despegaría de mí en todo el día! Y a ese ritmo, al final se enteraría que le estoy ocultando mis salidas con Fran, ¡y a ver quién la escucha después! Es muy buena amiga, pero rencorosa hasta la saciedad…
Me miro en el espejo del baño y rebusco entre los millones de potingues que tengo en el armario a ver cuál me puede disimular las ojeras que tengo. Como os dije, soy muy mala maquillando, por eso practico a diario (o hago el intento), porque como diría mi tío: la práctica hace al maestro. Al final encuentro uno de fácil aplicación y, una vez retocada, me pongo una peluca morada. Es el truco que utilizo para disimular mi mala cara: todo el mundo mirará la peluca en vez de mis ojos, ¿a qué está bien pensado?
Paso el día nerviosa por dos razones: una, por si contándole a Fran lo de la foto de mi amiga termina de pensar que estoy loca y dos, por la cita en sí. Me he quedado tan atrapada a él con solo dos días que tengo curiosidad por saber cómo será cuándo descubra su verdadera personalidad, o sus gustos y aficiones, o sus manías.
Al medio día, almuerzo en el bar de mis tíos y hoy, que hay oferta, está a tope por lo que no puedo hablar con Gonzalo ni sacarle ninguna información. El color grisáceo que le vi a mi tía se ha extendido llegando a mi tío y eso termina de confirmar que algo me están ocultando. Cuando se acercan a mí va disminuyendo pero, a lo lejos, el color va ocultando el brillo que antes tenían. Antes de volver a la tienda, paso por casa, me ducho y me arreglo más que esta mañana, quiero estar presentable para esta noche y mi cara es de sueño total. Pero me comprometí y siempre cumplo mis promesas. Mantengo mi peluca, me coloco unos vaqueros y una holgada camiseta con letras de lentejuelas rojas que pone “Love” junto a mis deportivas y vuelvo al trabajo.
Como dejó a mi elección lo que haríamos hoy, paso por la frutería y el súper antes de llegar al trabajo y en una cesta que tenía en la tienda, al más puro estilo picnic, meto un montón de comida que guardo en el pequeño frigorífico que tengo en la juguetería. Mientras llegan clientes, me dedico a hacer sándwiches y a partir fruta para hacer dos tarros de macedonia fresquita que, en verano, sienta genial y siendo deportista, seguro que se cuida ese cuerpazo que tiene. Sobre las siete de la tarde, le envío un mensaje pidiéndole que no se arregle demasiado y que venga en deportivas. Me da una rápida respuesta y guardo el móvil. Los minutos se me hacen eternos, intento recordar en qué momento pasé de pensar que era un loco nuevo en el pueblo a querer verlo sin resistirme. Y llego a la conclusión de que todo sucedió desde que lo conocí y mi actitud recelosa hacia él fue porque sabía que, en realidad, él llevaba razón en todo lo que me decía. Nunca fui supersticiosa, ¡pero sí muy miedica!
Bárbara me pide que cuide de su sobrina media hora antes del cierre pero le acabo poniendo una excusa: le digo que estoy haciendo las cuentas del mes y necesito concentración. Su sobrina podría ser perfectamente una paparazzi de cualquier programa de cotilleo, si ve llegar a Fran irá corriendo a contárselo a su tía. Gracias a que es final de mes parece ser que la pequeña mentira me sirve de escudo y no vuelve a escribirme más que un: “¡Espero que te cuadren! Ya me contarás…”
Diez minutos antes del cierre mi pierna no deja de moverse en la silla, parece que tiene vida propia. Sin poder aguantar más tiempo sentada, me levanto y paso el cepillo por la tienda. Cuando estoy limpiando la entrada, alguien toca mi espalda.
-¡Ni siquiera soy capaz de asustarte!-Me dice después de no haber dado ni siquiera un saltito.
-Parece que mi vecina me ha contagiado eso de desarrollar otros sentidos. He olido tu colonia a unos metros antes de que llegaras. Soy como un perrillo de la policía.-Le digo mientras me giro y veo sus bonitos ojos.
-¡Sin duda eres todo un peligro!
Nos sonreímos y le hago pasar a la tienda. Guardo los utensilios en el armarito y saco la cesta de picnic que tenía preparada. Fran levanta sus cejas y mira con curiosidad lo que traigo entre manos.
-Dijiste que yo elegiría el sitio y lo que íbamos a hacer… ¡Sorpresa! Espero que te gusten las acampadas nocturnas.
-Bueno… no puedo decir si me gustan porque nunca he hecho ninguna, o al menos no fuera de mi casa.
-¡¿Cómo dices?! Pero si no es fuera de casa no es una acampada… ¿no te fuiste con el colegio a ninguna excursión al campo?
-Pues se ve que allí donde yo vivía no era lo más común. Así que no, no he hecho ninguna escapada con el colegio. Yo era más de acampar en mi cuarto debajo de mis sábanas con algún libro de ciencias.