El heredero

Capítulo XII. El amanecer de una reina

Temprano en la mañana, casi sin dormir, todavía con el jolgorio de la noche retumbando en sus cabezas, la familia Lemont y un séquito en extremo numeroso, compuesto por sirvientes, asistentes, asesores y seguridad, se desplazaron a la residencia de verano donde planeaban no solo esperar el nacimiento del futuro heredero sino, de último momento, someterse a una sesión de fotos organizada por la reina que prometía lavar la imagen alicaída de la realeza toda.

No obstante el cambio de aire, había que ser demasiado optimista para creer que un nuevo escenario haría desaparecer las rispideces y, de la noche a la mañana, de buenas a primeras, todos los involucrados en una guerra descarnada harían las paces en pos de un mañana en armonía.

—Todavía me cuesta creer que tu madre aceptara una sesión con esa revista —dijo Juliana luego de darle un sorbo a su té de especias.

—Pero aquí estamos —suspiró Mariano—, a punto de posar para las cámaras.

—¿Y qué hay de ti?

—¿A qué te refieres?

—¿Cómo te trata tu nueva vieja vida? —indagó con sincera curiosidad.

—Aún continúo acostumbrándome a la rutina.

—No me extraña que mi hermana te colmara de responsabilidades; después de todo, eres el único de esta familia que todavía goza del respeto y el cariño de la gente.

—A ti tampoco te va nada mal en términos de popularidad —replicó guiñándole un ojo.

—Es más fácil cuando estás alejada de la capital y tu esposo no cometió traición.

—Sí, supongo que tienes razón.

—Debes ser fuerte —lo alentó.

—Entiendo que el futuro del país está en juego pero, a decir verdad, dudo que la gente discuta o critique las decisiones de mi madre.

—Yo no estaría tan segura de eso —replicó frotándose las manos, intranquila.

—Las personas la aman.

—Pero murmuran por lo bajo —sentenció—. Créeme, las pésimas decisiones de tu padre también la alcanzaron. No hay forma de salir ileso de un terremoto que sacude los cimientos de la confianza y desmorona igual que un castillo de naipes las expectativas de un mañana mejor.

—Dejar a Sofía a cargo no deja de ser una moneda al aire.

—¿No confías en ella?

—Lo hago —asintió—, pero ambos sabemos que el pueblo no es el único que debe dar el visto bueno.

—Sí —suspiró cruzándose de piernas—, los carroñeros estarán expectantes.

—Jamás aceptarán que el próximo ocupante del Trono de Roble se les escape de las manos.

—Por eso debes mantenerte a su lado, apuntalarla.

—Dudo que me quiera cerca —respondió dubitativo, dejando ver su nerviosismo en un vaivén acompasado de sus piernas.

—Creía que habían limado asperezas y empezaban a llevarse bien.

—El atentado contra la vida de su hijo nos hizo retroceder varios casilleros —lamentó.

—Tú debes mantenerte a su lado —insistió—. Por mucho que ella intente alejarte, no puedes permitir que se aísle.

—Tampoco puedo obligarla.

—Si no lo haces tú, otros lo harán.

—La subestimas tía.

—Y tú subestimas a las sombras oscuras que se hallan agazapadas en la oscuridad de la noche.

—Créeme —sonrió dejando ver sus dientes blanquecinos—, los conozco bien.

—Entonces con más razón debes protegerla.

—De momento me preocupan más mi hermano y su adorable prometida —se confesó contrariado.

—Las marionetas perfectas para los inescrupulosos.

—Tienen la idea fija en la corona y sabe Dios hasta dónde son capaces de llegar para obtenerla.

—¿Y tú? —preguntó como una puñalada.

—Sabes que no tengo esa ambición.

—¿Hasta dónde llegarías por la duquesa?

—¿De qué hablas? —inquirió sonrojado, esbozando una sonrisa tibia que delataba el nerviosismo que lo apabullaba.

—Soy vieja pero con las mañas intactas. Aun puedo darme cuenta cuando una persona está enamorada.

—¿Enamorado? Acercarme a ella fue tu idea, ¿acaso lo olvidaste?

—Quizá en un primer momento obedeciste por deber —asintió—, pero ya eres diferente; lo veo en tus ojos.

—Supongo que no tuvimos en cuenta mi debilidad —ironizó.

—Solo es debilidad si olvidas las prioridades.

—No comprendo.

—Ella es la pieza clave —enfatizó—; debes aprender a controlar tus pulsiones y guardar los sentimientos en el bolsillo hasta que sea oportuno jugar al amor.

—Perdemos el tiempo hablando de esto, ella nunca me aceptará.

—Hasta donde sé, eres el hombre más apuesto del reino.

—Y un Lemont —susurró desganado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.