El heredero

Capítulo XIV. Una solución pragmática

En horas del mediodía, aún con la tensión flotando impune en el ambiente, los momentos de tranquilidad y bocanadas de aire fresco cotizaban en la bolsa de valores, máxime cuando los ánimos caldeados y humores irritables, eran una constante en cualquiera de las dependencias oficiales donde se hallaran dos o más miembros de la familia Real. Por eso, cuando los vientos arremolinados que amenazan con barrerlo todo a su paso menguan su fuerza y se convierten, de la noche a la mañana, en una brisa apacible parecida a una caricia tierna en el rostro de la desesperanza, no podía menos que ser recibida con los brazos abiertos por una mujer que necesitaba imperiosamente una tregua del destino.

—Mi señora, tengo excelentes noticias para usted —dijo Fabio ingresando a la oficina de la reina con premura.

—Ya era hora de que alguien dijera eso.

—Llegaron las primeras repercusiones de la revista Bella —anunció parándose en seco frente al escritorio.

—Habla.

—Pues —carraspeó—, el último número batió récords de ventas y miles de personas se suscribieron vía Internet para poder ver la galería de imágenes que mostraba a toda la familia Real, especialmente a los príncipes y la duquesa.

—¿Cuáles fueron los comentarios? —inquirió cruzándose de piernas.

—Excelentes Majestad —replicó el sirviente esbozando una sonrisa—. Los clientes y la prensa no escatimaron en elogios. La posibilidad de ver a Sofía, con su vientre voluminoso, sin duda era el mimo que el pueblo estaba esperando hacía tiempo.

—Por lo visto el señor Andreu tenía razón. —susurró asintiendo con la cabeza.

—Pero eso no es todo —retrucó—, ante el boom del lanzamiento, los editores se atribuyeron la potestad de realizar una encuesta online donde se midió la popularidad de cada uno de los miembros de la nobleza, así como también el humor popular respecto a quién debería sentarse en el Trono de Roble en el futuro cercano.

—¿Y cuál fue el veredicto? —inquirió recostándose sobre el respaldo de su sillón.

—El 73% de las personas que respondieron hasta el momento, dijeron que los reyes tienen su ciclo cumplido —replicó sin siquiera levantar la mirada, inmerso en su Tablet.

—¿Llamas a eso buenas noticias?

—Respecto del rey Jorge no hubo mayores sorpresas —alegó—; goza del 87% de imagen negativa.

—Es más catastrófico de lo que temía —lamentó mordiéndose el labio inferior.

—Entre las causas principales de su caída en desgracia, la mayoría de las personas mencionó la cesión de territorio, escasas o nulas visitas a otras ciudades que no fueran la capital y rumores de coimas, sobornos e, incluso, infidelidad.

—Eso es nuevo —sonrió.

—Su reputación está por completo minada.

—Él se lo buscó.

—Sin embargo, por otra parte, la reina goza de un 73% de imagen positiva.

—Pero no es suficiente para salvar a la monarquía —replicó con enorme pesar—; ni siquiera para evitar que nuestros nombres se hundan en el fango de la deshonra.

—Las personas pueden ver que usted no es como su esposo —retrucó intentando, en vano, enaltecer su labor como reina.

—¿Y de qué sirvió?

—Aún confían en que podrá sacar el país adelante.

—Nuestro tiempo terminó…

—Hablando de eso —carraspeó—, su hijo Bruno es un personaje indescifrable para el público general. La gente cree que sería un buen líder, más no un buen rey.

—¿Qué dicen de Mariano? —preguntó con excesiva curiosidad.

—La gente lo ama, sobre todo las mujeres —carraspeó escondiendo la mirada—. Sin embargo, aún existe cierto temor respecto a su inmadurez o rebeldía descarriada.

—¿Entonces debo esperar a que mi nieto cumpla los 18? —inquirió mordaz.

—Las personas del reino desean ver a Sofía con uno de los hermanos Lemont, llevando las riendas del país —contestó sin rodeos, agregándole leña a un fuego desbordado.

—¿Acaso enloquecieron?

—A mí no me parece una idea tan descabellada.

—¿Un matrimonio arreglado te parecería bien? —retrucó.

—Quizá no haga falta llegar a ese extremo.

—Bueno, supongo que es una opción a tener en cuenta.

Entretanto, en la habitación de la duquesa Sofía, madre e hija tenían una de esas conversaciones que invitaban más que a fortalecer un vínculo de por sí sólido como el amianto, a inmiscuirse en la intimidad y privacidad que a menudo escapa despavorida de los lazos sanguíneos, máxime cuando de los secretos mejor guardados, esos encerrados bajo siete llaves, depende la estabilidad de una persona y del reino todo.

—Escuché que la reina pasó a visitarte temprano en la mañana —dijo Noelia al pasar, buscando anoticiarse de las novedades.

—Nada se le escapa a las paredes de este castillo —se quejó.

—Más bien a los que oyen tras ellas —sonrió.

—Fue muy extraño.




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