El heredero

Capítulo XVI. Una jugada maestra

—¿Es una broma, cierto? —preguntó con una sonrisa fingida, con la mandíbula temblorosa.

—Te advertí que esto podía llegar a pasar —replicó Bruno mientras encendía un habano.

—¿Acaso te parece gracioso?

—Sé que ahora piensas que se acaba tu mundo, pero estoy seguro de que pronto hallarás a quien te haga feliz.

—No hablas en serio —arremetió con enjundia—, no hablas en serio.

—Jugamos con las cartas que nos da el destino amor mío, tú deberías saberlo mejor que nadie.

—¿Cómo pudiste hacerme una cosas así? —le recriminó fulminándolo con la mirada, fuera de sí.

—Quiero ser rey, eso es todo.

—¿Casándote con tu cuñada? —preguntó frunciendo el ceño.

—Haré lo que tenga que hacer.

—Si esto es un mal chiste, te juro que…

—Ahora podrás revolcarte tranquila con esos amantes tuyos —interrumpió con una sonrisa de oreja a oreja, disfrutando a destajo el momento.

—Eres un imbécil.

—Los insultos de una despechada no me hacen cosquillas.

—¿De verdad crees que te saldrás con la tuya? —inquirió con el corazón desbocado—. Hay miles de maneras en las que puedo arruinarte.

—Ahórranos el desagradable placer de lidiar con tus berrinches.

—Te destruiré, lo juro.

—¿Amenazas a tu rey?

—Aún no eres rey.

—Pero sí soy príncipe de este país —vociferó increpándola vehemente.

—Mi familia te destruirá —insistió mientras luchaba por quitárselo de encima—, te harán pedazos.

—De tu familia me encargaré una vez me siente en el Trono de Roble—contestó empujándola contra la cama.

—Cuidado principito, no vayas a una guerra que no puedes ganar.

—Apenas asuma les quitaré todas sus tierras —prometió.

—¿Quieres un cisma?

—Liquidaré a todos los que se levanten contra la corona —respondió apretando los puños, decidido a gobernar con mano de hierro.

—No existe un lugar con tantas fosas —chicaneó—; créeme.

—Nuestro compromiso queda oficialmente anulado —sentenció.

—Eso no lo decides tú.

—Quítate el anillo —ordenó abalanzándose sobre su novia, una vez más.

—Primero debo hablar con la reina —replicó escondiendo sus manos detrás de la espalda.

—Quítate el anillo o te rebanaré el dedo —insistió forcejeando con rudeza—; no estoy jugando.

—¿Ella no sabe nada, cierto?

—Pronto se enterarán todos. Es una sorpresa.

—¿Y qué harás cuando Su Majestad se oponga de modo terminante? —preguntó mientras veía en vano como el diamante que adornaba su anular la abandonaba para siempre.

—Mis padres saben mejor que nadie que les queda poco tiempo —respondió mientras guardaba la gema en su bolsillo.

—Jamás permitirán que te cases con ella.

—El pueblo así lo quiso —retrucó.

—La gente te detesta.

—Al casarme con Sofía me otorgarán el beneficio de la duda y luego, con el correr del tiempo, terminarán por aceptar que estuvieron equivocados —elucubró acariciando la gloria tantas veces soñada.

—Te repudiarán en cada acto, de eso puedes estar seguro.

—Es tu dolor el que habla.

—¿Y qué hay de la modelito? —inquirió con malicia, aferrada a las sábanas de seda.

—Cuidado Érica, ten mucho cuidado con las palabras que utilizas para referirte a mi futura esposa.

—Ella sí que es todo un ejemplo de moral y rectitud —ironizó.

—Es una madre viuda que tiene todo el derecho del mundo de seguir adelante.

—Primero se embarazó del primogénito, luego se metió en las sábanas del príncipe mujeriego —enumeró— y, como corolario, se compromete con el siguiente en la línea sucesoria que, casualmente, llevaba años comprometido con su novia de la infancia.

—¡Jamás se revolcó con Mariano! —exclamó envilecido, salivando en todas direcciones.

—Toda una trepadora profesional —alegó.

—Retráctate —amenazó acercándose con los ojos prendidos fuego, decidido a golpearla.

—Hizo lo que quiso con la familia Real.

—Cállate.

—Los hace ver como meras marionetas a las que puede manipular a voluntad.

—Te dije que te callaras —gritó antes de asestarle una bofetada con el revés de su mano derecha.

—¿Acaso al futuro rey le incomoda la verdad? —preguntó mientras masajeaba su mejilla adolorida.

—Más me incomodará tener que decirle a todo el mundo que sufriste un trágico accidente —amenazó sin tapujos.




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