El heredero del Jeque. ¡ Jeque, Zamir Voss es su hijo !

Capitulo 1 ♡

Sarada observó la prueba de embarazo en sus manos. Dos líneas marcaban su destino, su futuro. Sonrió levemente. Pronto le daría la gran noticia a Khaled. Sin embargo, una ligera ansiedad se instaló en su pecho. No sabía cómo él reaccionaría.

Con suavidad, tomó su hiyab que no le gustaba usar, sin embargo no tenia opción, lo colocó sobre su cabello, asegurándolo con delicadeza. Luego, se perfumó con una fragancia suave y floral antes de aplicarse un poco de maquillaje. Quería lucir hermosa para él, quería que ese momento fuera especial.

Tomó su bolso y salió del apartamento donde había estado viviendo en ese país. Su corazón latía con fuerza mientras marcaba el número de Khaled. Sin embargo, él no contestó. "Debe estar ocupado", pensó. Después de todo, llevaba más de un mes sumergido en su trabajo como presidente de Sayed Auto Group, la empresa automotriz que sus padres le habían dejado a cargo. Ya que el no quería el papel de ser Jeque de su familia.

—Hoy se lo diré en persona— murmuró con determinación. También necesitaban hablar sobre otro asunto importante. Su pasaporte estaba cerca de vencer, y si Khaled la amaba tanto como decía, tenía que ayudarla a encontrar una solución para quedarse.

Al llegar a la imponente torre empresarial, entró y se dirigió al elevador. Al llegar al último piso, se encaminó a la recepción, donde una secretaria la recibió con una expresión de evidente desinterés.

—Quisiera hablar con el señor Al-Sayed— mencionó Sarada con voz firme.

La secretaria arqueó las cejas y la miró con superioridad.

—El señor está muy ocupado, no creo que pueda atenderla.

—Dígale que Sarada ha venido. Tal vez así sí me reciba.

La mujer la miró con escepticismo.

—¿Sarada? Lo siento, pero no me suena su nombre. Tal vez usted es una más de tantas mujeres que han venido a buscarlo. No es la excepción.

Sarada sintió un nudo en el pecho. Tal vez la estaba juzgando por ser extranjera. Se encogió de hombros y decidió esperar de pie.

Pero entonces, la puerta de la oficina de Khaled se abrió. Él apareció acompañado de una mujer que lo abrazaba con confianza. Sarada sintió que el mundo se detenía por un segundo. Su garganta se secó.

—Hola —murmuró, con la esperanza de que Khaled reaccionara al verla.

La mujer a su lado la observó con curiosidad y luego, con voz melosa, se dirigió a él:

—Tienes visita, amor.

Sarada sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Amor? Khaled la miró y suspiró.

—Puedes pasar — indico, su tono era seco.

Sarada entró con pasos rápidos, su corazón palpitando con fuerza. Cuando la puerta se cerró, lo miró con incredulidad.

—¿Qué es esto? —preguntó con un nudo en la garganta.

Khaled chasqueó la lengua, visiblemente molesto.

—Cálmate, Sarada. No vengas a hacer un escándalo aquí.

—¿De qué hablas? —su voz se quebró—. ¿Te olvidaste que soy tu prometida?

Khaled desvió la mirada.

—Lamento decirte esto, pero lo mejor que puedes hacer es regresar a tu país.

Sarada sintió que el aire le faltaba.

—¿Regresar? Estoy aquí contigo. Vine a este país para estar a tu lado.

—Lo nuestro no puede continuar. Ya me cansé de este jueguito.

—¿De qué jueguito hablas?

Él se pasó una mano por el rostro, exasperado.

—Sarada, no te amo. Lo nuestro solo fue una aventura. Me aburrí.

—¿Qué? —susurró, sintiendo que el suelo bajo sus pies temblaba.

—Tú y yo no podemos estar juntos. Olvidas la clase de hombre que soy y la clase de mujer que eres.

Sarada sintió un mareo repentino. Se sostuvo de la mesa, pero su orgullo herido la impulsó a mantenerse firme.

—¿Estás diciendo que me estás dejando?

—Sí —Khaled la miró con frialdad—. No pertenezco a tu mundo, ni tú al mío. Soy un jeque, y necesito una esposa digna, distinguida, de la élite de mi país.

Sarada sintió que su dignidad se rompía en pedazos. Se enderezó y lo miró con furia.

—¿Te has vuelto loco? ¿Qué clase de basura estás diciendo?

Khaled sacó un cheque y lo deslizó por el escritorio.

—Aquí tienes. Lárgate de mi país. Considera esto un pago por los meses que estuviste conmigo. Tu servicio sexual, te la estoy pagando.

Sarada miró el cheque. La cantidad era obscena. Un nudo de rabia y tristeza le apretó la garganta. Como era posible que el la tratara como si fuera una prostituta necesitada de dinero.

Una lágrima solitaria resbaló por su mejilla y cayó sobre el papel. Iba a romperlo, pero luego, con una sonrisa cínica, lo tomó.

—Sabes, iba a destruirlo… pero tienes razón. Fui tu prostituta por meses. Al menos esto me servirá para salir de este maldito país.

Khaled apretó la mandíbula.

—No uses ese tono aquí.

—Te odio, Khaled. Eres despreciable. Eres una mierda asquerosa, que ni pisando deja de serlo.

—Ten un poco de dignidad. Sobre todo ten en cuanto que una mujer de tu estatus social no puede pertenecer a mi mundo.

—Ya, veo. Si hubiera sabido eso, crees que hubiera venido a quedarme como turista, por ti, deje mis estudios y te seguí.

—No me interesa. Olvídame.

Ella se acercó y lo encaro. Pero Khaled la miraba con frialdad.

—Dime mirándome a los ojos que no me amas. — Expreso ella acariciando el rostro del hombre. Por un momento miró una chispa en sus ojos, el tipo la tomó del cuello y la beso suavemente y luego se alejó de ella

—Solo fuiste un pasatiempo. No te das cuenta que eres una mujer fácil. Date a respetar — Espetó con frialdad. Sarada enojada le propino una cachetada que resonó dentro de la inmensa oficina.

—Te odio. Eres una escoria— Vocifero la rubia golpeando el pecho del hombre que ella pensó la amaba.

—¡Basta! Entiendelo no te amo. Solo quería pasar el rato y lo conseguí, ahora lárgate. — declaró soltandole los brazos con brusquedad.

Sarada lo miró con el alma destrozada. Se giró sobre sus talones y salió de la oficina, azotando la puerta con fuerza.




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