El heredero del Jeque. ¡ Jeque, Zamir Voss es su hijo !

Capitulo 3 ♡

Sarada abrió los ojos lentamente, sintiendo un mareo momentáneo que la obligó a parpadear varias veces antes de enfocarse en su entorno. Todo a su alrededor era blanco e impersonal: las paredes, las sábanas, la luz tenue que se filtraba por las cortinas. Su respiración se aceleró cuando, instintivamente, llevó las manos a su vientre y sintió el vacío.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

Intentó incorporarse, pero el repentino movimiento le provocó un fuerte dolor en el abdomen. Antes de que pudiera reaccionar, una enfermera se acercó con una sonrisa serena, colocando una mano suave sobre su hombro.

—Señorita, tranquila.

Sarada la miró con ojos desorbitados, su voz tembló al formular la pregunta que más temía:

—¿Dónde está mi bebé?

Su desesperación era evidente, y la enfermera no tardó en calmarla.

—Su bebé está bien. Nació un pequeño niño, por ahora debe estar en la sala de neonato.

Sarada parpadeó, aturdida.

—¿Pero cómo? ¡Aún faltaba tiempo! Pero esta bien.

La enfermera suspiró con paciencia.

—Sí, señorita. Su hijo nació prematuro. Tuvo contracciones y estuvo a punto de perderlo debido a un aborto espontáneo. Por esa razón, su esposo… el hombre que la trajo —se corrigió— pidió que se realizara una cirugía de emergencia.

Sarada frunció el ceño, confundida.

—¿Mi esposo?

No tuvo tiempo de procesar la información, pues en ese momento la puerta de la habitación se abrió y un hombre entró con paso seguro.

Era alto, de cabello rubio y ojos verdes, vestido con un traje impecable que reflejaba elegancia y autoridad. Sarada lo reconoció de inmediato: el desconocido que la había ayudado.

—Buenos días —saludó él con voz firme pero amable.

Ella tragó saliva, sintiéndose repentinamente avergonzada por su vulnerabilidad.

—B-buenos días… y… muchas gracias.

— Enfermera, la paciente desea ver al bebé, debe llevarla — Ordenó el desconocido con autoridad. Eso soprendio a Sarada

La enfermera asintió y se dispuso a salir de la habitación.

—Voy a hacer los trámites para que pueda ver a su bebé. Le traeré una silla de ruedas en un momento.

Cuando la puerta se cerró, el silencio entre ambos se hizo presente. Sarada miró al hombre con incertidumbre.

—De verdad, gracias por…

Él la interrumpió con un gesto.

—No te preocupes. Me hice pasar por tu esposo y el padre de tu hijo.

Sarada sintió un ligero sobresalto.

—¿Por qué harías algo así?

El hombre exhaló, cruzándose de brazos.

—No podía permitir que te dejaran sin atención. Estabas muy mal, y la cirugía era necesaria.

Ella lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Cómo sabías eso…?

—Porque soy médico de este hospital.

Sarada sintió que el mundo se tambaleaba un poco más.

—¿Usted es médico?

El hombre asintió con una leve inclinación de cabeza.

—Así es. Mi nombre es Gustavo Balderamos.

Ella repitió el nombre en su mente, tratando de asimilar todo. Gustavo Balderamos … el hombre que la había salvado.

Él se acercó unos pasos, examinándola con la mirada profesional de un médico pero con un matiz de genuina preocupación.

—Tuviste un desmayo fuerte y estabas al borde de la muerte. Tu presión arterial se disparó, y tu bebé corría peligro. No había tiempo que perder.

Sarada se estremeció al recordar los últimos momentos antes de perder el conocimiento: el dolor, el miedo, la sensación de que todo se desmoronaba.

—No sé cómo agradecerle, doctor Balderamos.

Él sonrió levemente, restándole importancia.

—No necesitas hacerlo. Solo me alegra que estés bien.

En ese momento, la enfermera regresó con una silla de ruedas.

—Vamos a ver a su bebé, señorita.

Con la ayuda de la enfermera, Sarada se sentó en la silla. Su corazón latía acelerado por la emoción y el nerviosismo. A su lado, Gustavo la observaba en silencio.

La imagen de la chica, tan frágil y delgada, le hizo recordar el pánico que sintió cuando la vio desplomarse al llegar al hospital. Había sangre en su ropa, y su piel estaba tan pálida que por un momento temió lo peor. Cuando la revisaron, notó que tenía signos de un golpe reciente en el vientre, lo que probablemente desencadenó la crisis. Por un momento se acordó de Julieta.

Pero más allá de lo médico, había algo que le inquietaba: ¿dónde estaba él padre del niño?

No hubo llamadas, ni nadie vino a preguntar por ella en los dos días que estuvo hospitalizada. Revisó su cartera en busca de alguna identificación o un contacto de emergencia, pero no encontró nada relevante.

La chica estaba sola.

Esa realidad le provocó una extraña sensación en el pecho. No la conocía, pero algo dentro de él le decía que no debía dejarla a su suerte.

Mientras empujaba suavemente la silla de ruedas, Gustavo decidió que, al menos por ahora, se aseguraría de que tanto ella como y el pequeño estuvieran bien. Quizás así se sentiría bien en proteger a una desconocida ya que nunca lo hizo con su esposa.

***

Sarada no podía contener las lágrimas al ver a su pequeño bebé dentro de la incubadora, con varios cables conectados a su frágil pecho mientras luchaba por respirar. Había nacido prematuramente, con apenas siete meses de gestación, y necesitaba cuidados intensivos porque sus pulmones aún no estaban completamente desarrollados.

— Mi pobre pequeño. —murmuró con lágrimas en los ojos.

Aquella imagen la destrozaba por dentro. Todo había sido culpa de aquel miserable... Su embarazo había transcurrido sin complicaciones, a pesar de que trabajaba y estudiaba sin descanso. Además, ayudaba en la tienda de los padres de su amiga, con la esperanza de ahorrar lo suficiente para brindarle una vida digna a su hijo. Sin embargo, aquel chico cruel la estaba provocando, hasta el punto de provocar un parto prematuro.

Mientras observaba a su bebé, se hacía la misma pregunta una y otra vez:




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