La hija del ministro recorría una de las boutiques más exclusivas de la ciudad con la seguridad de quien sabe que el mundo le pertenece. Caminaba con paso elegante, como si el suelo fuera un tapiz diseñado solo para ella. A cada movimiento, su largo cabello negro ondeaba con gracia, y su vestido de diseñador ceñía su esbelta figura, resaltando su porte distinguido. Amina no era solo una mujer adinerada, era la futura esposa del Gran Jeque, el hombre más rico de Zafirya y su destino estaba marcado por la grandeza.
Dentro de la boutique, los vendedores se apresuraban a atenderla, sabiendo que su capricho era ley. Examinaba las joyas con una mirada crítica, seleccionando solo las piezas más exclusivas. Para ella, el dinero no era un problema; más bien, el lujo era su derecho.
—Quiero este, aquel y también esos zapatitos finos —ordenó con un deje de impaciencia, señalando con su manicura impecable—. Y todos los vestidos que están en tendencia. No quiero que nadie más los tenga, solo yo.
—Sí, señorita, como usted ordene —respondió solícitamente el vendedor, inclinando la cabeza.
Amina chasqueó la lengua y miró a su criada, Maldona, con desdén.
—Busca mi talla y empaca todo. Iré a ver las joyas.
La criada asintió y se apresuró a cumplir la orden. Mientras tanto, Amina fue guiada a la sala de exhibición, donde se encontraban las joyas más caras y exclusivas del país. Piedras preciosas engastadas en oro y platino brillaban bajo la luz cálida del salón. Solo personas de la más alta alcurnia podían permitirse tales lujos, y Amina se deleitaba en la certeza de que ella era una de ellas.
Seleccionó varias piezas sin titubear, disfrutando de la mirada admirativa de los empleados. Sabía que su estatus era envidiable y pronto lo sería aún más: su plan era simple, quedar embarazada del jeque y asegurar su futuro como la madre del heredero al trono. Con esa certeza, salió de la tienda con la cabeza en alto, sintiéndose invencible.
Sin embargo, antes de subir a su lujoso coche, su mirada se posó en una figura que le resultaba desagradable. Una joven trabajadora de la boutique, de rostro delicado y cuerpo esbelto, se mantenía en su sitio con una postura serena. Amina la reconoció de inmediato. Era Leila, una mujer que en el pasado había estado enamorada de Khaled, su prometido.
Amina se acercó con altivez y le dedicó una mirada cargada de desprecio.
—¿Tú trabajas aquí? —preguntó con sorna.
Leila sostuvo la mirada y asintió con educación.
—Sí, trabajo aquí.
Amina frunció los labios y, con una sonrisa venenosa, se inclinó ligeramente hacia ella para susurrarle:
—Pronto haré que te echen de este lugar. No te quiero en las tiendas de mi prometido.
Leila abrió los ojos con sorpresa y tragó saliva. Sabía que la hija del ministro tenía el poder para cumplir sus amenazas. Permaneció en silencio, consciente de que cualquier palabra solo empeoraría su situación.
Amina, satisfecha con su efecto, se giró sin esperar respuesta y se dirigió a su coche. Para ella, Leila no era más que una sombra del pasado de Khaled, un hombre que jamás se había interesado realmente en nadie. En su momento, Leila había creído que el amor de Khaled por una alemana lo cambiaría, pero incluso esa mujer fue dejada atrás. Khaled no amaba a nadie; su corazón pertenecía solo a su propio placer y poder.
Por otro lado Amina estaba convencida de que ella sería la única capaz de controlarlo. Y si no lo lograba con amor, lo haría con un heredero.
Mientras su coche arrancaba y se perdía en la avenida principal, Amina sonrió con satisfacción. Su destino estaba escrito y nadie, mucho menos una mujer de baja sociedad, se interpondría en su camino.
***
Khaled se encontraba organizando una junta para la exposición de algunos de los autos más importantes del país, modelos que no solo eran los más vendidos, sino también los más codiciados a nivel mundial. Su mente estaba completamente enfocada en que todo saliera a la perfección, pues este evento representaba una oportunidad clave para expandir el mercado internacional.
—Jeque todo está listo para el evento de esta tarde —informó uno de sus asistentes.
—Bien. Asegúrense de que todo se lleve a cabo según lo planeado. No quiero errores. Este evento es crucial para que potenciales compradores de distintas partes del mundo puedan adquirir estos autos y transportarlos en sus barcos de carga. La venta se manejará con un adelanto del 50%, y el resto se pagará mediante nuestro proveedor de ventas en el extranjero. ¿Entendido?
—Sí, Señor Khaled, no se preocupe. Todo saldrá según sus indicaciones.
Khaled asintió y luego revisó su tableta, donde tenía registrados los detalles del mecanismo del coche y de otros productos automotrices. Sabía que estos avances marcarían una nueva era en la industria y generarían ingresos significativos. Se recostó en su silla de oficina, observando la vista panorámica de la ciudad desde su oficina en uno de los rascacielos más altos.
Mientras contemplaba el horizonte, su celular vibró con una llamada de un número desconocido. Sin mucho ánimo, deslizó la pantalla para contestar.
—¿Hola? ¿Quién habla?
—Khaled —respondió una voz femenina al otro lado de la línea.
Él frunció el ceño. No reconocía la voz, pero el tono de familiaridad con el que le hablaba lo incomodó.
—¿Quién eres y por qué me hablas con tanta confianza?
—Soy Leila. ¿No te acuerdas de mí?
El nombre le sonaba, pero no lograba ubicarla.
—Leila... Me resulta familiar, pero ¿qué quieres?
—Quiero decirte que tu novia me está acosando.
—¿Mi novia? No tengo ninguna novia.
—Claro que sí. La hija del ministro... la Señorita Amnina, no entiendo como se comprometio, si amas a otra. — Khaled frunció el ceño, estaba confundido. La mujer al otro lado continuó hablando—¿No recuerdas que me dejaste por aquella alemana cuando apenas íbamos a comenzar algo? Me confesé contigo y solo me usaste.
Editado: 12.05.2025