El heredero del Jeque. ¡ Jeque, Zamir Voss es su hijo !

Capitulo 7 ♡

🌸 Una madre sufre en silencio,
si su pequeño está enfermo.
Con amor y fe lo abraza,
rogando al cielo su alivio eterno.🌸

Para Sarada, el día era más que agitado. Se encontraba en la empresa midiendo las cinturitas de algunas modelos, tratando de ajustar los últimos detalles para las diseñadoras de moda que confeccionarían los vestuarios para el grupo de modelos que viajaría a Las Vegas. Llevaba más de quince días en esta tarea, afinando cada pormenor con esmero. Soltó un suspiro mientras observaba atentamente los diseños y se incorporó.

—Señorita, tome un poco de té. Se lo preparé para que se sienta más relajada —dijo Catherine, una de las secretarias que la ayudaba a organizar algunos bocetos.

—Muchas gracias, Catherine —respondó Sarada con una sonrisa de gratitud.

La secretaria le dejó una taza de té caliente junto con unos pancitos de mantequilla antes de retirarse. Sarada siguió trabajando sin descanso, revisando las medidas y anotando correcciones. Miró el reloj y se dio cuenta de que apenas eran las diez de la mañana. El tiempo parecía avanzar lentamente, y ella ya ansiaba ver a su hijo. Zamir era su razón de ser, el motor que le daba fuerzas para seguir adelante sin importar el cansancio ni las largas jornadas de trabajo. Su mayor sueño era asegurarle un futuro estable, ahorrar lo suficiente para comprar una hermosa casa con jardín, justo como a él le gustaría.

Más de una hora después, su teléfono comenzó a sonar insistentemente. No lo había escuchado hasta que Catherine la llamó la atención.

—Señorita, parece que tiene una llamada urgente.

Sarada parpadeó y miró su teléfono. Era la maestra de su hijo.

—¿La maestra? —murmuró preocupada mientras contestaba.

—Señorita Voss, necesito que venga urgentemente a la escuela, por favor —dijo la voz alterada de la maestra.

—¿Qué pasa? ¿Todo está bien? —preguntó con el corazón acelerado.

—Por favor, venga por su pequeño lo antes posible.

—Voy enseguida.

Colgó la llamada y guardó sus bocetos apresuradamente. Se volvió hacia Catherine con expresión seria.

—Voy a la escuela de mi hijo. ¿Puedes cubrirme?

—Sí, señorita. ¿Pasó algo?

—No lo sé, pero por favor, tómale las medidas a algunas de las chicas en mi ausencia.

—Por supuesto, vaya con cuidado.

—Nos vemos luego. Te llamo si no logro venir.

Sarada salió con el corazón en un puño, subió a su coche y encendió el motor con rapidez. A pesar de que Gustavo había querido regalárselo, ella prefirió pagarlo en cuotas. No quería aceptar nada de él, y esa decisión la hacía sentir independiente. Condujo con urgencia hasta la escuela, con la mente llena de pensamientos preocupantes.

Al llegar, encontró a su hijo sentado en un banco con la camisa manchada de sangre. Su rostro palideció y se apresuró a abrazarlo.

—¡Mi amor! —exclamó angustiada—. ¿Qué pasó?

Zamir la miró con ojos cansados y trató de sonreír.

—Mami, estoy bien. No te preocupes.

Pero su expresión decía lo contrario. La maestra se acercó con un semblante preocupado.

—Señora Voss, su hijo estaba jugando y de repente se desmayó. Cuando recobró el sentido, comenzó a sangrar por la nariz. Los demás niños se asustaron mucho.

Sarada frunció el ceño, abrazó a su hijo con más fuerza y miró a la maestra con incertidumbre.

—¿Se golpeó? ¿Alguien lo empujó?

—No, no hubo ningún golpe ni empujón. Simplemente se desvaneció.

Sarada sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Agradeció a la maestra, tomó la mochila y la lonchera de su hijo y lo llevó en brazos hasta el coche. Lo aseguró con el cinturón de seguridad y arrancó rumbo al hospital.

Mientras conducía, miraba a Zamir por el espejo retrovisor. Su carita se veía pálida, y sus ojitos luchaban por mantenerse abiertos.

—Amor, dime la verdad. ¿Comiste algo que te hizo daño? ¿O te caíste?

—No, mami. Solo mi merienda de siempre. Y no me caí.

—¿Alguien te empujó o te hizo algo?

—No, nadie me empujó. Solo me sentí mareado y luego me salió mucha sangre por la nariz.

Sarada intentó mantener la calma, pero su corazón latía con desesperación. Se mordisqueó el labio inferior y apretó el volante con fuerza.

—Tranquilo, mi amor. Todo va a estar bien. Vamos al hospital para que el pediatra te revise.

Zamir asintió suavemente.

—Está bien, mami. Pero no te asustes, ¿okay?

Sarada sonrió con tristeza. Su hijo intentaba tranquilizarla, pero en el fondo ella estaba aterrada. ¿Qué le estaba pasando a su pequeño? ¿Era el clima? ¿O algo más grave?

Manejó con cautela, pero sin perder tiempo. Su mente solo tenía un objetivo: descubrir qué le ocurría a su hijo y asegurarse de que estuviera sano. Nada más importaba.

****

Sarada estaba inquieta, su pie golpeaba el suelo con impaciencia mientras esperaba en la sala de espera del hospital. Sus manos temblaban ligeramente y resistía el impulso de morderse las uñas. Su pequeño hijo, ajeno a su ansiedad, miraba una serie animada en el móvil con la inocencia de quien desconoce la gravedad de la situación.

Habían llegado de emergencia luego de que la escuela la llamara para informarle que su hijo se había desmayado brevemente y, al despertar, sufrió una hemorragia nasal considerable. Los recuerdos de la llamada aún resonaban en su cabeza, cada palabra aumentaba su angustia.

El médico, al recibirlos, la había llenado de preguntas:
—¿Se ha caído recientemente? ¿Ha recibido algún golpe en la cabeza? ¿Ha mostrado síntomas previos?

Sarada había negado cada una de esas preguntas con firmeza. Era extremadamente cuidadosa con su hijo y la maestra también le había asegurado que no había ocurrido ningún accidente en la escuela. Entonces, ¿qué podía estar pasando?

En ese momento, su teléfono vibró en sus manos. Era Gustavo. Cerró los ojos por un instante y respiró hondo antes de responder.




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