Arrugo el entrecejo, es lo último que pensé escucharlo decir.
Miro a mi alrededor y luego me froto los brazos. Con cada segundo que pasa el frío es más intenso.
—No me interesa. Buenas noches —le respondo al tiempo que me giro y empiezo a caminar con dificultad.
—Ni siquiera preguntaste qué es lo que te propondré —dice con esa voz ronca y varonil.
¿Acaso este hombre tiene defectos?
—Seré más clara —me giro mientras me abrazo a mi misma para darme calor—. No me interesa nada que me relacione con la familia Russo y eso te incluye.
Él acorta nuestra distancia y se quita el abrigo para colocarlo sobre mis hombros. El olor a su perfume impregna mis fosas nasales y por lo dioses que casi cierro los ojos para aspirarlo mejor, pero me contengo ya que estoy bajo su escrutinio.
—Dentro de una de las bolsas del abrigo está mi contacto, llámame a temprana hora para que hablemos con más calma —Lo dice en tono autoritario—. Ahora vete y cuida de no ensuciarlo. —dice refiriéndose a la prenda, luego se da la vuelta sin esperar mi respuesta.
—¡Espera! —exclamo—. Yo no tengo nada de que hablar contigo.
Pero él ni siquiera me voltea a ver. Me quito el dichoso abrigo para entregárselo, pero está haciendo mucho frío, mejor me lo quedo. Suspiro resignada para luego retomar mi camino.
Avanzo una cuadra más y llego al edificio, el tobillo aún me duele, pero estoy segura que solo fue el doblón, ya mañana estaré bien. Abro la puerta de mi cuarto y me dejo ir como piedra en posa al colchón. Estoy tan cansada que lo único que hago es abrigarme con su prenda. El olor especiado y amaderado de su perfume pronto me adormecen…
Miro la hora y de un sobresalto me pongo de pie. Dormí hasta las doce del medio día. Con razón ya tengo hambre.
Me voy al lavabo y me aseo. Después, me recojo el cabello en un chongo todo mal hecho y salgo de mi recámara, pero me detengo abruptamente al observar a Thiago Russo en la sala.
Él gira su cabeza y me ve fijamente, su mirada me escanea por completo y yo siento que mi rostro cambia de color.
—¿Qué haces aquí? —tartamudeo, pero él vuelve su atención a mi amiga.
—Lamento no ofrecerle algo más fino, pero es lo único que tenemos —escucho a Carla decir al tiempo que le sirve de mi refresco de uvas que tanto me gusta y el que pocas veces compro porque es caro y sabe a vino; según yo.
Él prueba la bebida y seguidamente lo veo hacer un gesto de desagrado.
Yo reniego para mis adentros. Al parecer también tiene paladar exigente.
»Es el favorito de Rocío, ¿verdad que sabe rico? —vuelve a hablar mi amiga mientras lo mira expectante.
—Sabe a vinagre —responde al tiempo que coloca el vaso sobre la pequeña mesita.
Tomo una bocanada de aire mientras aprieto mis manos en puño.
«Es un engreído, ni siquiera por cortesía fingió que le gustaba», pienso.
—¿Por qué dejas entrar a desconocidos? —le recrimino a mi amiga—. Y además, le das mi refresco de vinagre. —Lo último lo digo en tono sarcástico.
—Me dijo que es tu novio —responde Carla mirándolo con fascinación—. Realmente tienes buen gusto.
—¿Su qué? —indago molesta.
Él parece aburrido.
—¿Dormiste con mi abrigo? ¿Querías soñar que era yo quien te abrazaba? No sabía que deseabas ir tan rápido.
Sonrío irónicamente y luego me quito la dichosa prenda, para segundos más tarde, tirársela a la cara, pero él la atrapa en el aire.
—No seas grosera con tu novio, mira que uno así no se consigue tan fácilmente —me dice Carla quién al parecer se creyó el cuento.
—¡Qué no soy su novia! —digo frustrada—. No sé de dónde se inventó eso.
Él niega mientras vuelve a tomar del vaso. Luego se recuesta en el sillón y se arremanga las mangas. Tiene unos brazos fuertes y estoy segura que detrás de esa camisa formal también hay músculos.
«¿Y por qué estoy pensando en eso?», me sacudo los pensamientos, él lo hace adrede para que yo admire su perfección.
—Mejor me voy, arreglen ustedes sus asuntos —dice mi compañera al tiempo que toma su cartera y sale del lugar.
—Carla, no me dejes con este lunático —exclamo, pero ella no me hace caso y lo peor es que tengo miedo de mí misma al quedarme a solas con él.
Vuelvo mi atención al culpable de mis desvaríos.
»Vete, no es correcto que me quede a solas con un hombre —le digo pero él parece cómodo y poco dispuesto a cooperar.
—Te dije que me llamaras —dice ignorándome—. He traído el contrato, Lee bien las cláusulas de nuestro convenio y luego firma.
Me quedo de piedra. Ya le encontré un defecto; es sordo.
—No firmaré nada, realmente estás loco. Ni siquiera sé qué es lo que quieres, vienes a invadir mi casa diciendo que eres mi novio, ¡que locura! —digo con ironía
Camino hasta la alacena y me sirvo un trozo de pan tostado con Nutella y el último poquito de jugo que quedó.