Otro día más en el que mi rendimiento en mis estudios ha disminuido. A este ritmo no estaré lista para presentar el examen final. Lo peor de todo es que ya falta poco.
Miro la hora y me apresuro a llegar al restaurante. Mi jefe me tiene que escuchar.
Camino a toda prisa y luego de usar el transporte público llego al trabajo. Mi auto sigue descompuesto así que ahora me está costando movilizarme de un lugar a otro.
Me voy directo a la oficina de mi jefe, pero convenientemente no está.
—¿Has visto al jefe? —pregunto a uno de mis compañeros.
El chico solo niega.
—No tardará en venir —responde mi amiga.
Me doy la vuelta y me encuentro con Carla, quién luce bastante arreglada.
Alzo una ceja y la miro de pies a cabeza. En definitiva no es el atuendo adecuado para servir mesas.
—Pero tú pareces la gerente y no una mesera de este lugar —digo con mirada inquisitiva—. ¿O acaso a ti también te despidieron?
—Digamos que sí —responde ampliando su sonrisa.
—¿Te despidieron o no? —la cuestiono—. Te ves bastante feliz y nada preocupada.
—Vamos a la oficina, ahí te daré una explicación.
La sigo mirándola con desconfianza.
«¿Qué estará tramando? Seguro se trae algo», pienso.
Entramos a la oficina y ella empieza a caminar mirando con alegría el lugar.
»Un tono más claro de pintura le quedaría bien, ¿no crees? —indaga—. Y esas cortinas viejas siempre las deteste. Un jarrón con flores en esa esquina también quedaría perfecto, ¡ah! Y una silla giratoria para que no me duela la espalda —dice mirándome fijamente.
Sonrío.
—No me digas, ahora eres la gerente del restaurante —digo sarcástica y ella me mira con una amplia sonrisa—. ¿En serio? —indago incrédula—. ¿Me estás tomando el pelo? —insisto y ella niega.
—Sabes que mi sueño siempre fue ocupar la gerencia de una empresa, es por eso que estudio administración. Además, soy una mujer que sabe aprovechar las oportunidades que la vida le presenta —asegura—. Ni siquiera por nuestra amistad yo rechazaré esta grandiosa oportunidad, es mi momento de superarme. Lo lamento.
—¿A qué te refieres exactamente? —la cuestiono ya que no estoy entendiendo muy bien lo que sucede.
—Que aunque yo sea la gerente, estás despedida, además, el contrato del arriendo se vence dentro de ocho días y ya no lo renovaré, con el empleo también viene la oportunidad de vivir en un edificio lujoso, lo cual ya acepté. Espero me comprendas y tomes la mejor decisión.
Sonrío con ironía.
—¿Y se puede saber a quién se le debe tu buena fortuna? —cuestiono con sarcasmo.
—A mí —escucho su inconfundible voz.
No tengo que voltear a ver para saber que quién ha llegado es Thiago Russo.
—Buen día, jefe, encantada de saludarlo —dice Carla al tiempo que hasta le detiene la silla para que tome asiento como si se tratara de una celebridad.
—Así que mi jugo con sabor a vinagre te rindió frutos —le recrimino a mi amiga—. Ya decía yo que tanta atención no era en vano.
—Déjanos solos —ordena Thiago a Carla, mientras que esos ojos grises me miran fijamente.
Ella obedece enseguida.
»¿Leiste el contrato? —cuestiona secamente.
—¿Compraste este lugar para hacerme echar y no dejarme opciones? —cuestiono molesta.
—Porque preguntas algo que es evidente —responde fríamente mientras se recuesta en su asiento.
Cielos, ahora luce más guapo o solo es mi imaginación.
«Deja de pensar tonterías, debes estar furiosa con él», me reprendo a mí misma.
—¿Era necesario? —insisto.
Él me sigue observando, siento que su mirada es capaz de desnudar mi alma y no me gusta en absoluto.
»Incluso chantajeaste a mi amiga para que se vaya a vivir a otro lugar —le recrimino—. Eso es jugar sucio. Eres un desalmado.
Me cruzo de brazos y resoplo.
—Es evidente que todos son inteligentes al aceptar un buen trato.
—¿Me estás diciendo tonta? —indago molesta.
Él alza una ceja.
—Tienes la mala costumbre de interpretar todo equivocadamente.
Vuelvo a negar.
»Responde mi pregunta —insiste.
Busco la tarjeta que me dió y la coloco sobre la mesa.
—No importa lo que hagas, pero no aceptaré irme a vivir contigo y mucho menos fingir ser tu esposa —respondo altiva—. Además, es ridículo que le pidas a alguien que te sea fiel por el resto de su vida sin ofrecer algo realmente importante a cambio.
Él me regala una media sonrisa.
—Puedes agregar o quitar cláusulas —afirma mirándome fijamente.
Trago saliva nerviosa. Ni siquiera soy capaz de sostenerle la mirada.