El hermano de mi ex

Capítulo 9/Emociones ocultas

Los primeros rayos del sol calientan mi cuerpo y reconfortan mi alma. Me duele cada parte de mi existencia. Me levanto de la fría butaca del hospital sintiéndome como un zombie.

—Creí que ya te habías ido. —Alzo mi vista y me encuentro con una muy bien arreglada Samantha. Ella siempre luce impecable—. ¿Te gustan mis aretes?, mi padre me los regaló —dice señalando su oreja.

Mi mirada pronto localiza la joya, es un arete de rubíes de la colección de mi madre.

»Me prometió darme toda la colección en cuanto me case con Iván —agrega y yo siento que mi estómago se revuelve—. De todas maneras, tú no tienes en dónde lucirlas, sería un desperdicio que te las dé a ti. En cambio yo, en cuanto me convierta en la señora de Russo, asistiré a eventos importantes y debo estar a la altura.

Sonrío mientras niego.

—Que infeliz debes sentirte como para venir a intentar provocarme con algo que no me importa.

Me levanto y la miro fijamente. Ella da un paso atrás.

»Hazme el favor y dile a tu prometido que le agradezco me haya traído anoche —digo para desquitarme y menguar la rabia que estoy sintiendo—. Y tú, querida hermana, manténlo ocupado para que deje de fastidiarme.

Ella infla los cachetes, está furiosa.

—Mi madre tenía razón, de tal palo tal astilla, eres una mosca muerta que se hace la digna —responde con rabia—, pero pronto no serás ni siquiera un mal recuerdo, mi padre hizo bien en proponerte irte lejos, así ya no serás la vergüenza de nuestra familia.

Le dedico una media sonrisa.

—Tienes razón, las hijas solemos parecernos a nuestras madres, tú eres el vivo ejemplo. Al igual que tu madre, tendrás que vivir bajo la sombra de otra mujer, siempre vivirás insegura y desconfiando del amor de tu marido. ¿Sabés por qué? Porque él todavía me busca.

—Te odio —dice al tiempo que intenta darme una cachetada, pero yo detengo su mano.

—Ten cuidado y no te vayas a envenenar con tu propio veneno. —La suelto y luego me doy media vuelta para salir de ese lugar.

Camino hasta llegar afuera sintiendo que en cualquier momento voy a caer. Estoy cansada de fingir que nada me afecta. El saber que mi padre me negó las joyas para dárselas a Samantha me ha hecho sacar lo peor de mí. 

Me siento en una banca de madera y cierro los ojos intentando recuperarme. Ni siquiera sé porque me quedé, al final mi padre ni siquiera notará si me fuí o no.

—Ten —escucho su voz, miro el vaso que está frente a mí, luego alzo mi vista para encontrarme con esa mirada gris que me observa—. Se nota que lo necesitas.

Me quedo embelesada observando su imagen tan perfecta. Desde mi posición, él luce como un demonio sexy que me incita a pecar.

»Se me está cansando la mano, tómalo —habla fríamente deshaciendo el hechizo.

—¿Qué haces aquí? —pregunto al tiempo que acepto el vaso con café.

—Detesto que no me obedezcan —responde al tiempo que se sienta a la par de mí—. Y tú me sacas de quicio, eres testaruda e irresponsable. Me estás volviendo loco.

Lo observo sintiendo una sensación de tranquilidad. El estar con Thiago me hace sentir segura.

Tomo un sorbo de café y está justo como me gusta, amargo, pero con el toque dulce de la leche.

—Este café sabe feo —digo para molestarlo—. Dame el tuyo.

Ni siquiera lo piensa, solo me quita el vaso y me entrega el suyo. Lo miro incrédula, él bebe de mi vaso mientras mira al frente.

Ahora estoy nerviosa.

Sorbo de su vaso y me doy cuenta que es el mismo sabor. 

—Si deseas probar mis labios, no utilices excusas baratas, puedes pedirlo con confianza —dice y yo casi me ahogo con el café.

—Yo no lo hice con esa…

—¿A qué viniste al hospital? —indaga interrumpiendo.

Vuelvo a tomar del vaso para ganar tiempo. 

Él se gira y me observa fijamente.

Me muerdo los labios nerviosa. Ahora que lo tengo frente a mí, no estoy segura de lo que le prometí a mi padre.

—¿Tú sabes la razón por la cual no le agrado a tus padres? —cuestiono sin responder a su pregunta.

—No estoy muy seguro, pero ¿acaso eso te importa? 

Dejo salir un suspiro y niego.

—No, la verdad es que ni siquiera sé porque lo mencioné.

—Casémonos. —Lo miro incrédula de lo que estoy escuchando—. Olvidemos el maldito contrato y cásate conmigo —repite mirándome a los ojos.

—¿Por qué me casaría contigo?

—Te necesito.

Niego mientras mis ojos se cristalizan. Todos necesitan algo de mí, pero nunca me preguntan si yo necesito algo de ellos. 

—No quiero ser la salvación de nadie más, estoy cansada de que todos esperen algo de mí —digo sintiendo un nudo en mi garganta—. Es mejor que tú y yo nunca nos volvamos a ver.

Me pongo de pie y él también hace lo mismo. 




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