No entiendo dónde estoy. Es una habitación blanca, vacía en todos los sentidos.
Las pisadas de mi armadura no dejaban manchas, ni hacía ruido.
¿Dónde? ¿Dónde podría estar y hacia dónde voy?
Mi avanzar continúa sin descanso. Siento que llevo horas aquí, pero a la vez, tengo el sentimiento de que a penas han pasado segundos.
Finalmente, alcanzo a divisar un pequeño punto en la lejanía. Es una puerta.
Me acerco.
Abro la puerta.
Me encuentro en una pequeña habitación, una sala, quizás. Las paredes son de un azul oscuro que le da un cierto tono de elegancia. Al igual que el suelo e incluso el techo. Todo muy refinado.
Incluso, creo que puedo oír el sonar de un piano, de tonos graves que saltan a algunas notas un poco más agudas, a pesar de no haber ningún instrumento en la habitación o en su vacía cercanía.
No hay ventanas. Y como mucho hay una mesa en el centro la cual, sobre ella, tiene un tablero de ajedrez.
Decido acercarme.
No las había visto, pero había sillas a ambos lados de la mesa.
Por alguna razón, me siento atraído al lado izquierdo, así que allí voy y me siento.
No me había dado cuenta, pero el ajedrez que tenía en frente era bastante extraño.
Normalmente, habrían piezas blancas de un lado y negras del otro, pero este no era el caso.
En el lado en el que yo estaba, habían piezas de todos los colores, pero no todas, algunas eran negras, pero no porque debiesen serlo, sino porque algo les faltaba, como si no tuvieran identidad, o eso sentía.
La pieza de mi Rey, por ejemplo, era de un color gris, opaco, me aburre el solo verlo. La pieza de la Reina, por otro lado, es de un rojo oscuro intenso, abrazador, pero gentil en cierto modo. El peón frente al Rey es de color blanco, mientras que el que está frente a la Reina es de un color rojo carmesí. La pieza de la Torre en la esquina derecha era de un verde brillante, uno sutil que es agradable a la vista, pero que destaca frente a las piezas negras que le rodean. Y, por último, los dos peones del lado izquierdo, uno de un amarillo que roza el dorado en el extremo, y otro de un café más parecido al óxido. A partir de ahí, solo quedan piezas negras, sin un color real, vacías.
Por el otro lado, sólo habían piezas de color blanco, excepto una, la del Rey, que era de un color dorado, pulido, perfecto.
Levanto ligeramente la mirada, resulta que en la silla del otro extremo hay alguien. Pequeño, con la mirada, ocultándose entre sus cabellos verdosos, vistiendo una ropa que jamás había visto, o más bien, ropa que llevarían los Invocados al momento de ser llegar a nuestro mundo.
«Es tu turno». Fue lo que dijo, sin despegar la mirada del tablero, extendiendo su mano por encima del mismo. «Ah no, espera un segundo, déjame arreglarlo». Con gentileza, quitó una de sus Torres del tablero. En cuanto la torre entra en contacto con la mesa, finalmente toma un color, un rojo opaco, como si se hubiese quemado. «Ahora sí, puedes jugar».
No lo entiendo muy bien, pero aún así no cuestiono nada. De todas formas, nunca he sido bueno jugando al ajedrez.
Decido tomar el peón de color blanco y hacerlo avanzar 4 espacios.
«¡Hey, así no se juega, el peón sólo puede avanzar 2 espacios!». Exclamó el niño casi entre llantos, mientras movía a mi peón 2 espacios más atrás. «Hm, incluso si no sabes jugar, lo haces bien». El niño toma su peón del extremo izquierdo y lo saca del tablero. Al igual que la anterior pieza, al llegar a la mesa, el color blanco se torna en un color distinto, esta vez, un colorido aguamarina. «Qué interesante. Aunque cuando la tomaste dudabas si era una decisión correcta, lo hiciste, y formaste un fuerte lazo que lo lleva a seguir adelante». No entiendo de lo que habla, pero presiento que lo entenderé sin preguntar. «Ahora yo... déjame ver...». El niño mueve el peón frente a la Reina. «Te toca». Decido mover, nuevamente, a mi peón blanco, pero sólo un espacio más adelante. «Agh, que buena jugada». El niño elimina del campo al peón que movió con anterioridad y, otra vez, cambia de color, a uno muy parecido al de mi pieza roja carmesí. Incluso diría que es la misma. «Te toca de nuevo». Hablando de esa pieza, es la que decido mover dos espacios. Sin embargo, esta vez decido tomarla con más fuerza, aunque la suelto más suavemente. «Hm, ya veo. Al principio fue difícil de asimilar, pero las cosas han cambiado y han entrado en confianza. Cuidas bien de tus peones principales». Fue lo que dijo. «Ahora es mi turno, déjame ver...». Mueve la mirada de un lado a otro, lleva su mano derecha a su mentón. «Ya está, lo tengo». Decide mover al peón frente al caballo que está a mi izquierda. En respuesta, decido mover al peón frente a este, al de color café oxidado. «¡GJ!». Exclamó el chico, con alegría, balanceándose ligeramente en la silla, mientras quitaba al peón movido anteriormente, y éste se torna de un amarillento oscuro. «Un lazo que se formó con rapidez, y al que tendrás que acudir en un tiempo cercano, que interesantes jugadas». Diciendo eso, mueve al peón en la esquina izquierda, y yo muevo mi peón de color amarillo, que es el que está frente al recién mencionado. Al igual que antes, la pieza es removida sin que llegue la mía a eliminarla, tornándose de un color café más bien oscuro.
Finalmente, decido decir algo: «¿A qué estamos jugando? ¿Qué son estas piezas?».
«Los humanos son curiosos por naturaleza, ¿no lo crees? Jeje». Fue su respuesta. No importa por dónde lo vea, el niño también parece ser humano, pero no parece incluirse en aquella sentencia. «Quieren descubrir la verdad atravesando el misterio que la recubre. Verte me hace entender por qué son las creaciones favoritas, Orutra».
«Así que sabes quién soy». Continué. «Asumo, entonces, que no eres alguien normal, y este juego tampoco».
«Déjame hacerte una pregunta». El niño toma con sus manos su pieza del Rey, la dorada, y la mira con rigor. «Supongamos que la vida de cada uno es un juego de ajedrez. ¿Quién eres tú? ¿El Rey que hipotéticamente comanda las tropas, o el jugador que mueve las piezas desde las sombras?».
«Así que respondes preguntas con más preguntas...». Reflexioné por un momento. «Si lo pones así... es un poco complicado...».
«¿Qué crees tú?». Mientras analiza su pieza, al fin, consigo divisar la parte izquierda del rostro del niño. Sus ojos son dorados y su piel es tersa, no alcanzo a ver mucho más ni puedo reconocerlo. «¿Qué eres en tu vida? ¿Una pieza, o un jugador?».
«No soy del tipo que ve la vida como un juego». Respondí. «Por lo que, si tuviese que elegir, sería la pieza del Rey».
«Que irónico». Dice el niño. «¿Entiendes? ¡Porque en otra vida fuiste Rey!».
Por alguna razón, no me siento sorprendido de que sepa quien realmente soy. «¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué hago aquí?». Aprovecho la oportunidad para dejar salir todas mis dudas.
«¡Si te lo dijera dejaría de ser divertido!». Responde, dejando ver una sonrisa burlezca en su rostro. «¡Todo forma parte del juego, y tú eres una clara pieza clave de ESTE juego! Digo, si cae la pieza del Rey, todo se termina». Añadió, mirándome a mí, y lanzando luego una mirada fulminante a mi pieza gris, la del Rey. «Si la vida no fuese un juego, entonces no sería divertida, ¿no lo crees? Para conseguir las respuestas que quieres, para seguir avanzando, no hay de otra más que seguir jugando». El niño acomoda su pieza dorada del Rey en su respectivo lugar. «Especialmente con lo que está a punto de ocurrir. Mi siguiente jugada podría arrasar con todas tus tropas». Suelta una sonrisa maliciosa. «Tendrás que aprender a ser un buen perdedor... ya lo verás. Por ahora, dejemos la partida hasta aquí, GG».
Editado: 13.01.2021