La nieve cae como nunca antes.
La ventisca los tiene a todos encerrados en sus hogares, con las puertas recubiertas en hielo y alumbrados por las pequeñas velas que pronto se quedarán sin una llama que las mantenga encendidas.
La llegada del invierno en la Región del Sur es tenebrosa de por sí. Pero, ahora que las temperaturas han estado reduciéndose cada vez más por algún motivo externo, es casi como la llegada del fin del mundo.
Se puede divisar, a través de la ventisca, a tres personas, cubiertas por trozos de tela que les cubren el cuerpo, acercarse al Gremio de Aventureros.
Tocan la puerta, con sus frágiles manos que ya no dan más de sí, y nadie responde. Por mucho que forzaran la puerta, jamás se abriría.
Es entonces cuando, con lámpara iluminada por un suave fuego en mano, una mujer apareció, llamando la atención de los Aventureros, pidiéndoles que la siguieran. Sin muchas más opciones, se ven obligados a seguirla a través de las calles, mientras las personas dentro de sus pequeños hogares de madera los observan con desdén.
Finalmente, en algún momento, consiguen llegar a destino.
Pueden oírse unas fuertes campanadas en la cercanía, mientras grandes puertas son abiertas.
La ventisca llena de nieve la entrada, pero no al punto de ser una molestia. Las puertas se cierran, pueden ver un alargado pasillo oscuro con asientos espaciosos a su al rededor, y por fin, llega una oportunidad de descansar.
Los tres Aventureros son recibidos por aquella mujer que les había traído.
Vestía de blanco y negro, de cabello oscuro, con ojos azules, vestida completamente con un colobio, y colgando en su cuello una moneda, que se suele utilizar para representar a Guil.
Aquella mujer, con amabilidad, les da la bienvenida, con una tierna voz cautivadora: «Bienvenidos sean, Aventureros». Fue lo que dijo. «Pueden quedarse aquí cuanto necesiten»
«Muchas gracias por ayudarnos allá afuera». Dijo la chica de cabellos rojos, mientras se quitaba la tela que la cubría.
«Le debemos una, seguro...». Dice el hombre de traje, mientras hacía la misma acción.
Sin embargo, el tercero, de lentes y cabellos blancos, parece no decir nada. Hasta que se le oye murmurar: «Que extraño... ¿Por qué se desvisten como si hiciera calor...?».
Es justo entonces cuando aquella mujer se lleva ambas manos a la boca, sorprendida, sin poder creerse lo que veía, y diciendo: «No puede ser... ¿Eres tú... Ozcar?».
Por supuesto, al oír esto, Ozcar queda un poco desconcertado, hasta que consigue darse cuenta de quien tenía en frente. «¿Desde cuándo eres Fraile?». Es todo lo que dice.
«¡No puedo creer que estés vivo!». Exclamaba la mujer, mientras iba a abrazarlo.
«Siento que nos perdemos de algo». Dice Pazuzu.
Ozcar, intentando quitarse a la Hermana de encima, trata de ponerlos en contexto: «Esta vieja es la Hermana Lilith. Trabaja aquí, en la Iglesia del pueblo».
Orutra empieza a mirar a su al rededor.
Ve la construcción de madera, están en aquella gran habitación, repleta de asientos, y al fondo, en la zona central, hay una estatua de un hombre, o más bien, un ser conocido como Guil. Aquel ser que ha creado y creará, que solo anhela el bien mientras el mal se escapa de su control.
«¡Ay, no me digas vieja frente a tus amiguitos!». Exclamaba la amorosa Hermana. «Y pensar que hace unos pocos años venías llorando a mí porque estabas solito~».
«¡No me expongas así!». Interrumpe Ozcar.
«¿Hace unos años...?». Pregunta Orutra. «¿Vivías por aquí cerca?».
«¿Cerca?». Dice la Hermana Lilith. «¡Vivía justo aquí!».
Orutra y Pazuzu quedan en un incómodo silencio.
"Es verdad, Ozcar dijo que tuvo que huir de casa cuando era un niño... Debí imaginar que terminó en un lugar como este durante tanto tiempo...".
«¡Ay, que maleducado de mi parte, pasen pasen!». Dice la Hermana, finalmente dejando a Ozcar, y guiandoles a la parte trasera de la Iglesia.
Los cuatro atraviesan la gran habitación.
Orutra se queda quieto un segundo, viendo el lado lateral derecho de la estatua, sin cruzar la puerta.
No sabía el por qué, pero tenía un sentimiento indescriptible al ver la estatua fijamente.
Estuvo ahí unos segundos hasta que Pazuzu le empezó a pedir que siguiera avanzando.
Atravesando un largo pasillo, llegaron a la segunda zona, sorprendentemente iluminada como ninguna.
Habían varias mesas alargadas, cada una con un par de velas, y cada vela con una flama envidiable. Y, en cada mesa, un puñado de niños que conversan entre sí con alegría.
"Ya veo, así que usan la parte trasera de la parroquia como un orfanato... Es algo inteligente, cuanto menos... Pero, estos niños tienen algo extraño...".
Mientras los cuatro avanzan a través de la sala, Orutra analiza por encima a los infantes.
Tal y como pensaba, que aquella zona se utilisase como orfanato no era solo por buena caridad.
Aquellos niños, todos y cada uno, eran Semi-Humanos. Combinaciones nacidas del amor entre los Humanos y otras especies que no consiguen considerarse una raza en sí misma.
Humanos-Lobo, Humanos-Lagarto, Humanos-Ave, Humano-Slime, Humano-Goblin, Humano-Oni... Cada uno con sus propias características, pero que, sin embargo, no llegan a ser como, por ejemplo, las Sirenas, quienes se han desarrollado y viven como cualquier otro ser vivo, pues los Semi-Humanos cuentan con un corto tiempo de vida por su inestabilidad Mágica.
"Incluso si todo lo que veo son niños jugando y hablando... No puedo evitar sentir lástima por ellos... Ni siquiera en mi vida como Lancelot pude hacer algo por los Semi-Humanos, no pude enfrentarme a la discriminación para estos niños...".
Editado: 13.01.2021