Habitación azulada. El piano resuena en tonalidades graves, con enorme pasión por quien la tocase.
Ahí se encuentra, como siempre se ha encontrado y siempre se encontrará aquel niño de apariencia extraña, aquel niño que se ha llamado a sí mismo 'El Jugador', sentado en su silla de materiales finos que quién sabrá cómo consiguió, justo en frente de la mesa con la misma descripción y teniendo encima el tablero de ajedrez.
Sin embargo, el tablero de ajedrez tiene sus piezas en un orden que no tiene nada que ver con el ya conocido. Las piezas están desparramadas por todas partes, en su gran mayoría ya están fuera, y en contra del niño mientras la mayoría de las piezas de su oponente están intactas.
Y es que, de hecho, al otro lado de la mesa, hay alguien. Alguien que no ha dicho una sola palabra ni la dirá, pero que ha jugado sin poner resistencia o duda en ello.
El juego parece estar en un descanso, como si se hubiese llevado a cabo una feroz batalla, ninguno de los involucrados dice nada sobre lo ocurrido.
«Tienes... una habilidad muy impresionante para esto». Dijo entonces el niño, con una voz agotada, tratando de acomodarse en su asiento en posición fetal, mirando directamente al tablero. «Pero, aún así, ninguno de tus movimientos me ha forzado a mover algo que no sea un peón, cosa que él sí ha logrado». A pesar de que su lado del tablero se encuentre en desventaja, no duda en lo más mínimo en presumir que sus mejores piezas, toda la hilera trasera, se encuentra en su respectivo lugar. «Un Alfil... una de mis piezas favoritas, cuanto menos. Su movimiento es recto, pero al mismo tiempo da la sensación de ser errático. Táctico si sabe hacer su movimiento, o inútil si su potencial es desaprovechado». El Jugador mira fijamente al Alfil a un lado de su Rey, con cierto interés. «Ese Alfil en específico... tuvo su momento de gloria, al igual que tú lo estás teniendo ahora, estando aquí. Sin embargo, falló, perdió el juego y se bañó en desgracia. Es un poco triste ya que nadie sabrá qué lo llevó a la ruina». Levanta la mirada, y observa a quien está del otro de la mesa. «¿No te parece curioso? ¿El cómo la perspectiva de una misma persona puede cambiar radicalmente? Para él, no ha de ser más que una piedra en el zapato, un enemigo al qué eliminar. Pero para mí, quien observó su vida, es mucho, mucho más que un enemigo». El Jugador cierra los ojos, relajándose entre las memorias que se proyectan en su mente. «Tanto el Alfil como los dos peones que le acompañan son algo importante. Todos han vivido sus cosas. Cada uno es el Rey de su propia partida. Todos son víctimas de sus circunstancias, o quizás sean sus circunstancias las que generan víctimas. La moral humana es ciertamente intrigante, y por eso mismo son las piezas que elegí para que se enfrenten a él en esta ocasión». El Jugador vuelve a dirigir la mirada a su adversario. «¿No vas a preguntarme a quién me refiero...? Cielos, tienes suerte de ya haber logrado tu gran hazaña, te salvaste por esta vez». El Jugador aparenta molestia, incluso si no se siente así. «¡Rayos, al menos preguntame quienes son el Alfil y los peones!». Exclamó dando ligeros golpes a la mesa. «¿Sabes qué? ¡No me importa, te lo contaré de todas formas!».
«Por una pequeña parte...». Empezó a narrar. «Uno de los peones, un hombre que carga con el peso de las acciones de sus antepasados, viéndose en la obligación de trabajar para una raza guerrera, y consiguiendo un alto cargo militar a una temprana edad... Era inevitable que llegase a su límite, inevitable que, por inexperiencia, no pudiera prever una catástrofe que aniquilaría a sus tropas. Un día, acompañado de sus hombres, en su primer viaje a la Región del Sur, tuvo la mala suerte de toparse con el Demonio del Enigma, quien aniquiló a sus hombres uno por uno, en su desconocimiento, y de alguna forma, consiguiendo escapar con vida. Una prueba de que los mortales siempre pueden equivocarse, sin importar quiénes sean o qué cargo tengan. Y, por supuesto, de existir alguna manera de enmendarlo, ¿por qué no hacerlo?». Con aquello, el Jugador termina con el primero. Dirige su mirada a su contrario quien, aunque en silencio, le presta toda su atención. «¿Vas bien hasta ahí? Este era corto. Especialmente porque gran parte de su vida se ha resumido en sangrientas batallas de las que ha salido, de alguna forma, vivo». Con ello, decide pasar al siguiente. «Pero, el segundo peón tiene un poco más que contar. Un caso extraño y especial entre los Demonios». El niño mira los alrededores de la habitación, buscando algo con la vista. «El Demonio Cambiaformas, o como lo llamaron en sus tierras hace muchos años, el Demonio de la Mentira, un ser con la capacidad de convertir su cuerpo.
En algún momento de su vida, empezó a usar su poder para su propio beneficio, transformándose en Demonios de mayor influencia en el Inframundo y consiguiendo ganancias. Claro, en cuanto lo descubrieron, lo exiliaron. De alguna forma, consiguió llegar hasta la tierra de los Pendragon, donde se resguardó en una granja en la Región del Oeste. Llegada la mañana, se encontró con la granjera, una jovencita curiosa cuanto menos quien, en lugar de echarlo o de delatarlo... lo cuidó como si fuese una mascota. Con el pasar de los días, el Demonio descubrió que la joven estaba interesada en la Monstruología, el estudio de monstruos. Tenía varias pequeñas especies dentro de su hogar y en el granero, lugar donde el Demonio se hospedaba». Repentinamente, el Jugador parece perder sus ánimos. «Sin embargo, ella aún no sabía que para poder tener a aquellos monstruos bajo su custodio, necesitaba de un permiso que no poseía. Por lo que, en algún momento, alguien la delató y enviaron a los Caballeros de la Región Central para requisarlo todo. Aún con eso, la joven no quería dejar ir toda su colección de monstruocidades carnívoras pequeñas. Agarró todas las que pudo y, junto al Demonio, huyó... Hasta que su resistencia Humana cedió. El Demonio se detuvo, intentó ayudarla, pero se hacía tarde. Los pasos de las armaduras se escuchaban a pocos metros. Así que, con su último aliento, la joven le susurró al Demonio: 'Llévame contigo, no me importa la manera. Solo te pido que cuides de mis criaturas. No tienes idea de cuánto odio a los Humanos ahora mismo, ellos son los verdaderos monstruos...'. Y entonces, ya sabiendo a lo que se refería, sabiendo lo que tenía que hacer, el Demonio, convirtiéndose en masa, devorando a la joven que le cuidó, le devolvió el susurro con: 'No me mientas, no los odias. Después de conocerte, ya sé que no existe monstruo al que no puedas amar'». Cuanto menos, el Jugador trata de ser un narrador apasionado interpretando a los personajes. «Después de comerla, de absorber su cuerpo, y por mucho que lo intentó, no pudo evitar que los Caballeros se llevasen todo lo que amó y cuidó. El Demonio de la Mentira, con el corazón roto, decidió adoptar la forma de aquella chica que le cuidó, adaptando sus características para que se convirtiese en lo que ella hubiera sido en su adultez: Una mujer bella y elegante, de cabellos dorados. Siempre, siempre recordando que falló. Así que, dime, de existir alguna manera de enmendarlo, de recuperar la vida de una persona importante y todo lo que le fue robado, ¿por qué no hacerlo?». El Jugador demuestra un pésame inigualable. A pesar de ya conocer la historia, es como si no pudiese evitar sentir lástima por aquellos que han sufrido. «En cuanto a la última de las piezas, el Alfil...». El joven se acomoda y se prepara para retomar el juego. «Te lo diré más tarde. Creo que será más divertido si lo descubres por tu propia cuenta. Además, de decírtelo, rompería las reglas de su partida».
Editado: 13.01.2021