El Híbrido

Prefacio

Territorio Dracul en Bran, Braşov, Transilvania, Rumania, después del triunfo de la primera batalla contra Satanás y sus aliados.

A los dos días del amanecer que llegó con el triunfo tras el sacrificio de Aideen, los brujos que decidieron dejar sus aquelarres para iniciar uno nuevo llegaron. Eran diez parejas con sus hijos que poblarían el espacio elegido cerca del bosque, para no estar tan alejados del campamento de hadas, el cual se había reforzado con la presencia de la pareja predestinada de hadas de fuego. Asimismo, en el poblado de Bran se habían asentado los felinos, quienes iban sin ningún problema del aquelarre al campamento, como al castillo.  Solo faltaba con que una manada de licántropos y una villa de elfos aparecieran en ese territorio, y se tendría a las siete especies que pueblan La Tierra reunidas, trabajando en armonía. Sin embargo, el primer grupo de elfos aún no regresaba, y sobre compartir territorio con los licántropos, era un tema que debía darse paso a paso, ya que, aunque ahora eran aliados, habían sido enemigos naturales por milenios, lo que los llevaba a tomarse las cosas con calma.

Un primer paso para la sana convivencia entre licántropos y vampiros fue el retorno de aquellos que huyeron del Clan Hagi para reestablecerse en su territorio original. Después de algunas semanas en Bran, donde los de nacimiento pudieron recibir el apoyo necesario para aprender a controlar sus dones y los convertidos conocer una forma de organización social justa y equitativa que copiarían en sus tierras, los que llegaron huyendo del abuso y maltrato regresaron a donde eran oriundos.

La Manada Ishiwara, al mando del Alfa Hotaru, recibió a los retornados. Los licántropos habían reconstruido la Mansión Hagi, ya que quedó destruida después del rescate de los vampiros con alma que existían en condiciones deplorables. Los licántropos ayudaron a que se restablecieran y organizaran de tal manera que cada miembro del clan fuera beneficiado. Al querer tener un sistema de obtención de alimento como el de Los Dracul, que dependían de la sangre entregada libremente por los humanos, Los Ishiwara empezaron a donar por propia voluntad suministros de sangre a los vampiros, acto que conmovió a los retornados, ya que no esperaban que aquellos que habían sido sus más cercanos contendores pudieran tener ese gesto tan desinteresado y empático con ellos.

Y, aunque cada grupo tenía su propio territorio, licántropos y vampiros empezaron una sana convivencia en la que paso a paso las rencillas quedaron atrás y un futuro en unión se vislumbraba. A esta unión de especies se sumaron los brujos que quedaban del Aquelarre Kamado, el cual sobrevivió al haber sido incorporado territorialmente a la Manada Ishiwara, ya que esa fue la única opción que encontraron para evitar que los demonios que poseían a los vampiros ataquen frecuentemente a los brujos, acto que hizo que el número de ángeles encarnados descienda considerablemente en esa parte del planeta.

Con la convivencia de las tres especies en armonía, el accionar de los demonios se redujo en la nación nipona -o así se creyó- al desaparecer las posesiones de vampiros. Hasta los mismos humanos empezaron a experimentar una vida más tranquila, sin las tentaciones que los demonios proponían a cada momento; sin embargo, todo sería una mentira. Que el Clan Hagi se haya convertido en el segundo grupo vampírico en dejar el pacto con Satanás para unirse a La Nueva Alianza hizo que se ganara el odio del embaucador líder del Inframundo, por lo que los ataques que gestó empezó a dirigirlos hacia los vampiros japoneses. Así fue que la segunda batalla que enfrentaron se desarrolló en la isla nipona.

Mansión Höller, en el vecindario privado de Renania, Santiago de Surco, Lima, Perú, días previos a la segunda batalla.

Haldir y Elrond se habían dedicado a la fabricación de las flechas con punta de piedra de luna, arma necesaria para acabar con los orcos potenciados por la sangre o restos de un Celestial encarnado que cayó en poder de Satanás tras atrapar y asesinar a indefensas hadas, inocentes niños elfos o injustamente inculpados brujos. Por eones el embaucador se dedicó a reservar gran parte de este preciado botín, y el momento de usarlo había llegado, por lo que la única forma de repeler ese poder era por medio de lo que la divinidad de los sobrenaturales había enviado a La Tierra para que sus hijos contaran con destellos de su esencia, una capaz de destruir el oscuro conjuro colocado sobre la carne muerta y putrefacta.

Padre e hijo llevaban días y noches encerrados en esa zona del sótano donde habían alzado una herrería siguiendo las precisas indicaciones del único elfo puro sobre La Tierra. Habían pasado cinco semanas desde el primer enfrentamiento que sostuvieron contra las huestes de Satanás, cuatro desde que empezaron con la ejecución del trabajo encargado tras recibir de Amelia las herramientas de diamante que se requerían para maniobrar la dureza de la piedra de luna. Y es que esta, en manos de sobrenaturales, era más fuerte que el metal más duro conocido por el hombre, cosa que no ocurría cuando un humano intentaba modificarla, por lo que para ellos solo era una piedra preciosa por el hecho de su rareza, más no por su poder, uno que desconocían que contenía.

Por cuatro semanas se mantuvieron alejados de la familia, de sus compañeras eternas, solo siendo visitados por Amelia. Y es que trabajar la piedra de luna no era sencillo, implicaba un sacrificio que las otras especies sobrenaturales no entenderían, y por ello se mantenían alejados de los demás para concentrarse y no sufrir algún daño irreparable. Ese sacrificio, el verter la propia sangre sobre las herramientas de diamante cada vez que iniciaban una jornada, era necesario para que la esencia divina almacenada en cada piedra de luna que modificaban en una punta de flecha se active, y así conseguir el arma santa con la que los conjuros oscuros alzados por Satanás y sus demonios sean disueltos. Además, la sangra de elfo confería un sello que impedía el uso de la piedra de luna de manera maléfica, por si una punta de flecha caía en manos equivocadas.




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