El Híbrido

Capítulo 15

En el Inframundo, días previos al inicio de la preparación para retomar la guerra contra los sobrenaturales.

Repitiéndose una y otra vez que debía guardar las apariencias ante todos en el Inframundo, Belial llegó a sus aposentos. Al abrir las puertas de par en par para cruzar el umbral, se encontró con sus doce cortesanas aguardándolo ansiosas. Las demonias no esperaron a que su señor les llamara, todas corrieron hacia él para abrazarlo, besarlo, tocarlo, ya que, por orden de Satanás, no habían caído bajo el pecado de la lujuria, por lo que deseaban con todo su ser tener adentro de ellas la masculinidad de Belial lo más pronto posible. Al ser solo un varón para tantas féminas, la discusión sobre quién sería la primera en ser copulada ocasionó una trifulca que Belial calmó con un potente grito.

  • Acabo de regresar del exilio y ustedes me reciben con una pelea. ¡Esto es de locos! –empezó a decir Belial con notorio fastidio.
  • Perdónanos, mi señor. Es que estamos tan deseosas de ti que ninguna quiere ser dejada para después –respondió una de las cortesanas.
  • Pues, para ninguna habrá copulación –sentenció Belial, y todas empezaron a llorar-. Quiero descansar, así que no me molesten hasta que yo decida llamarlas –dijo la soberbia y caminó hacia la habitación donde estaba su dormitorio.

La verdad es que Belial no estaba molesto por la disputa entre sus cortesanas, pero tomó ese hecho como excusa para alejarse de ellas. Tras la conversación que sostuvo con El Cristo, la soberbia podía estar seguro de que había una predestinada para él, por lo que se propuso no volver a copular con ninguna otra fémina que no sea la que estaba señalada para ser su compañera eterna. Sin embargo, no se le ocurría ningún pretexto, hasta que empezó la pelea entre sus cortesanas. «Ese hecho me ayudó a mantenerme fiel a mi propósito en esta oportunidad, pero ¿cómo evitaré a las cortesanas de aquí en el futuro? No puedo simplemente negarme, ellas comentarían sobre mi negativa a las cortesanas de mis hermanos, iniciando un rumor que fácilmente llegará hasta los oídos de mi padre, por lo que este me preguntará lo que sucede. Debo pensar en otra opción», reflexionaba Belial mientras descansaba echado sobre su cama.

Tras unos minutos dándole vueltas al tema, encontró la forma para evitar los rumores que se imaginaba al mantener a sus cortesanas contentas. Desde lo profundo de su memoria llegó un recuerdo de sus primeros años de vida. Cuando la soberbia era un pequeño niño, gustaba de jugar con un tierno cachorro de lobo que su padre mantenía escondido en sus aposentos, lejos de las miradas curiosas de los demonios, de Lilith o de sus otros hijos. Satanás llevaba a Belial todos los días a que juegue unos minutos con el tierno animal, ya que era consciente que por ser un Celestial, su hijo no toleraba las grotescas y despreciables monstruosidades con las que sus hermanos se divertían durante su niñez y adolescencia. Sin embargo, el secreto que guardaba en sus aposentos algún día iba a ser descubierto porque Belial siempre lloraba cuando llegaba el momento de retirarse del dormitorio de su padre para continuar con su preparación como Príncipe del Inframundo. Fue así que Satanás colocó una ilusión alrededor del cachorro, de tal manera que todo aquel que contemplaba al animal –excepto él y la soberbia-, en vez de ver su real apariencia, se plasmara en su mente la imagen de un monstruo sabueso, que era una especie de can demoniaco que era parte de la fauna endémica del Inframundo, bestia poseedora de tres cabezas con hocicos rabiosos, dos colas que terminaban en aguijón, y cuya ferocidad era temida por todos, excepto por Satanás y sus hijos. Así fue como Belial pudo jugar con ese tierno cachorro que se desarrolló sin inconvenientes en ese árido y tenebroso plano bajo los cuidados del más bello de los hijos del embaucador, hasta que llegó el día en que falleció, como sucede con todos los encarnados mortales.

«¡Eso es! Pondré en las mentes de mis cortesanas una ilusión que les haga creer que estoy participando de una orgía junto a ellas, de tal manera que no levante ninguna sospecha mi deseo de no unirme a nadie que no sea aquella que nacerá para mí», concluyó Belial muy motivado. Sin dar mayores explicaciones a las doce mujeres que morían por recibir su atención y afectos, la soberbia se dirigió a una sala que fungía de biblioteca en ese enorme palacio. Entre olvidados manuscritos que solo Satanás revisaba al haber sido escritos por él, donde plasmó los recuerdos sobre su existencia siendo un serafín al pensar que en algún momento podría olvidar lo que conoció en Los Cielos, Belial encontró lo que buscaba: el hechizo para fijar la ilusión en la mente de sus doce cortesanas.

La soberbia nunca antes había puesto en práctica ese hechizo en particular, ya que nunca lo había necesitado, pero al ser un Celestial, estaba seguro que podría ejecutarlo sin mayor problema. Después de memorizar las palabras que debía repetir ante cada una de las cortesanas, Belial regresó a sus aposentos y pidió que una por una entrara a su dormitorio. «Seguirán el orden de cortesana según el tiempo que tienen a mi lado, ingresando primero la que mayor cantidad de años lleva siendo mi servidora de placer», indicó Belial, por lo que aquella con la cual perdió su virginidad siendo apenas un adolescente ingresó a la pieza. La demonia se deshizo de las ligeras ropas que cubría su exuberante cuerpo y se acercó a Belial con la lujuria al máximo, pero a este le bastó con tronar sus dedos para que cayera dormida en sus brazos. Tras acomodarla sobre la cama, la soberbia empezó a cantar el hechizo para implantar la ilusión en la mente de su cortesana. Al terminar de pronunciar las palabras que estaban indicadas en el manuscrito que encontró en la biblioteca, la demonia empezó a retorcerse y gemir de placer al recrearse en su mente una escena ficticia de Belial copulándola.




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