Vidwen se erguía con gracia y misterio, su figura era enmarcada por cabellos oscuros que caían en suaves ondas alrededor de su rostro. Vestía ropajes de colores vibrantes, un manto que ondeaba como las historias que tejía con sus canciones. Su lira, compañera fiel, reposaba junto a él, siempre lista para dar vida a las narrativas que fluían de sus viajes o de su propia imaginación. Sus ojos, centelleantes de astucia, recorrían la escena con agudeza, capturando cada gesto y reacción. No solo era un maestro en el arte de la música, sino también en la magia de las palabras. Su voz, rica en tonos y matices, tenía el poder de transportar a la audiencia a mundos lejanos y despertar emociones profundas. Cuando tocó su instrumento, las cuerdas vibraron en una melodía que resonaba con la fuerza y la determinación que caracterizaban a Hercus. Entre las notas, Vidwen tejía rimas que enaltecían al héroe del pueblo.
—En la batalla, fuerte e indomable, Hercus, el campeón, inquebrantable. Con valentía, en la lucha se alza, Imparable, como el sol que deslumbra —dijo Vidwen con particular emoción, como sintiendo sus palabras—. En su corazón, un fuego ardiente, potente y valiente. Sus hazañas, cual héroe intachable, forjan leyendas, y trae la gloria a Honor.
La música y las rimas de Vidwen fluían como un río encantado, envolviendo a Hercus en una atmósfera de admiración y celebración. Las palabras del bardo se convertían en una sinfonía que elevaba al héroe a nuevas alturas, en la imaginación de la multitud que se había reunido para escucharlo
Heos estaba sentado, ladeando su cabeza ante el canto del hombre. Sier estaba posado en el techo de una casa, mirando y escuchando con sigilo lo que acontecía.
La presencia de Hercus en el pueblo de Honor era como un viento fresco que avivaba las llamas del comercio y la actividad artística. Los vendedores y artesanos, desde el pintor hasta el zapatero, el armero y el sastre, todos buscaban su atención, llamándolo y reclamándolo para que visitar su tienda, para aprovechar la oportunidad que su fama brindaba. El pintor, con paleta en mano, le mostraba sus obras, ansioso por conocer la opinión de Hercus sobre sus creaciones coloridas que capturaban la esencia del pueblo y sus hazañas. El zapatero ofrecía calzado y botas resistentes, el armero exhibía sus mejores armaduras de cuero, acero y metal. El sastre presentaba atuendos confeccionados con maestría, pantalones, camisas e interiores, sayas, pañuelos y sobretúnicas con corsé para mujeres. Chicas, niños y jóvenes rodeaban a Hercus, sus ojos brillando con admiración y curiosidad. Le pedían consejos, anhelando aprender de la destreza del héroe local, que destacaba de gran manera en las artes de la guerra. Hercus se convertía en una fuente de inspiración para las generaciones más jóvenes, guiándolos con sutiles palabras.
Hercus pasó al centro del lugar, siendo rodeado por el gentío. Desenvainó las dagas con una gracia y destreza que dejaron a todos los presentes en asombro. Las hojas centelleaban a la luz del sol, reflejando la técnica forjada en incontables horas de entrenamiento. Con movimientos fluidos y precisos, realizó una exhibición que capturó la atención de la multitud. Cambió sus cuchillos por una espada corta y un escudo. Con elegancia, desenvainó la hoja reluciente, balanceando con una destreza que indicaba un dominio total sobre el arma. El escudo lo se sostenía con firmeza en su brazo zurdo, listo para repeler cualquier embate. Los más intrépidos se atrevieron a enfrentársele, y uno por uno cayeron fatigados y comiendo el polvo de la tierra. Mientras que él no se había agitado, ni un poco. Al final se rindieron y decidió continuar solo.
La multitud observaba, embelesada, mientras Hercus ejecutaba una danza coreografiada entre ataque y defensa, con gracia, trazando líneas invisibles en el aire, mientras el escudo se alzaba para bloquear imaginarios golpes en una coreografía que destacaba su destreza para protegerse y contraatacar. Más tarde hizo muestra de la espada larga. Esa arma, más imponente en tamaño, exigía un manejo diferente. La sostenía con firmeza, realizando movimientos amplios y precisos que resaltaban su fuerza y agilidad. Luego, en un cambio sorprendente, se armó con un arco y flecha, mostrando su versatilidad. La cuerda del arco se estiraba y, con una puntería certera, las flechas salieron disparadas, alcanzando blancos y ensartándose en ellos, con una precisión impresionante.
La audiencia, hechizada por la capacidad polifacética de Hercus, estalló en aplausos. El espectáculo no solo revelaba su aptitud física, sino también su capacidad para adaptarse a diversas situaciones de combate. Hercus, el campeón venerado, no solo era fuerte y valiente, sino también un estratega y maestro de múltiples disciplinas de combate. La multitud del pueblo de Honor, contagiados por la energía positiva que emanaba de Hercus, se animaban comprar y apoyar a los artistas. La actividad comercial florecía, ya que la presencia del héroe no solo generaba admiración, sino que también estimulaba la economía como si fuera un influenciador.
Así, Hercus se convertía en un vínculo entre la comunidad y los comerciantes, un lazo que fortalecía el tejido social y económico del pueblo de Honor. Su fama no solo era motivo de celebración para él, sino también una bendición para todos aquellos que encontraban en su presencia un impulso para sus negocios y su arte.
Zack, junto a sus hermanos Zeck y Zick, así como Lysandra y su grupo de amigos, observaban la escena desde la lejanía. La demostración de habilidades de Hercus no generaba admiración en Zack, sino más bien desprecio y molestia. Frunció el ceño, expresando su enojo mientras escupía al suelo.
—Maldito Hercus. Solo es un engreído que le gusta presumir —murmuró Zack con desdén. Su voz llevaba consigo una mezcla de rabia y frustración, como si la mera presencia de Hercus le irritara profundamente.
Editado: 16.07.2024