El hielo de la reina

35. Las justas

Un nuevo amanecer llegó. El ambiente era movido en la ciudad real, a las afueras de la muralla y en el pueblo de Honor. El comercio sestaba en su apogeo debido a la visita de los extranjeros. Los eruditos prestaban su servicio de intérpretes y los más ricos compraron un cuerno de cristal, que permitía la traducción de los distintos idiomas. En Honor, aconteció que las estatuas gélidas del noble y sus sirvientes se volvieron causa de ingresos por verla, y para los bardos y escribas que contaban lo que había pasado. En el tercer día, el coliseo fue adaptado por el hielo de la reina para enfrentamientos de las justas. Realeza, nobles, caballeros y los pocos plebeyos se alistaron para el juego.

—Ese es un caballo de granja —dijo un Sir, molesto con Hercus.

En realidad, la mayoría le había agarrado rabia a Hercus. No lo soportaban verlo ganar. Entre los nobles se habían prometido gran fortuna al que lograra derrotarlo, lastimarlo y evitar que ganara, sin importar como fuera.

Hercus era vestido por el herrero Brastol con su armadura de hierro. Por su petición era pequeña y ligera. Además, era el único que no tenía un estandarte de una casa propia. Galand, bien vestido pareció molestarse por lo que le habían dicho. Pero Hercus lo calmó.

—Enséñales de que eres capaz —susurró Hercus a su amigo.

Hercus miró al lugar alto donde estaba sentado su majestad con un vestido azul en su trono, su cetro y con un velo que no le dejaba ver la cara. A su lado estaba la princesa en un puesto de menor tamaño y detrás de ella. Alrededor estaba la guardia real y los leones. Estaba vez los búhos y las lechuzas estaban más cerca de su posición.

Vidwen, el hábil bardo, se levantó frente al público reunido en el coliseo, su lira en mano y su voz melodiosa resonando en el aire gélido. Con una mezcla de entusiasmo y astucia, comenzó su presentación de Hercus, después de la del Sir.

—Oh, nobles damas y valientes caballeros, en este día fresco lleno de gloria, les traigo una historia de proezas que ha dejado su huella en las páginas de este torneo. ¡Ya todo conocen a Hercus, el indomable, el intrépido, el héroe que ha desafiado cada competencia y conquistado cada desafío con una destreza incomparable! En fuerza, resistencia y velocidad no tiene rival. Y eso, que no lo han visto luchar con escudo, espada, lanzas y dagas. —Vidwen continuó pintando un retrato épico de Hercus, describiendo sus hazañas en cada competencia como si fueran de un relato legendario. Con su pluma verbal, destacó la valentía y la destreza del campesino que se enfrentó a nobles y aristócratas, emergiendo victorioso en cada enfrentamiento—. Hercus, el invencible ha demostrado que la verdadera grandeza no se mide por el linaje, sino por el coraje y la habilidad! ¡Que su nombre resuene en los corazones de todos nosotros, testigos de sus hazañas en estos juegos! Les prometo que será el vencedor. A mis hermanos plebeyos les digo que, hoy, en este día, nosotros no retamos a la nobleza ni a la realeza. Son ellos los que tratan de demostrar su honor al buscar derrotarnos. Y aunque lo intenten, no podrán hacerlo… —Alzó su mano y señaló al joven guerreo con un gesto teatral—. ¡Hercus! ¡Hercus! ¡Hercus!

El coro fue seguido por toda la marca de negra allí presentes en coliseo, en el pueblo de Honor, en cada provincia de Glories y por todos los plebeyos del continente de Grandlia. Desde las tierras cálidas del sur, los frescos terrenos del oeste, de las tribus del este y las regiones costeras. Salvo por los dominios nevados del norte. Cuyos participantes con atuendos negros y su bandera de la media luna oscura se mantenían neutros en los banquetes y sin una presentación sobresaliente en las competencias. Vidwen concluyó su presentación, dejando a la audiencia emocionada y expectante ante la próxima actuación de Hercus en el torneo de justas.

—Insolente bardo. ¿Cómo osa menospreciar a los nobles y a la misma realeza? —comentaron los nobles.

—Debe ser ejecutado, junto con el campesino que se ha vuelto su héroe —sugirió otro.

Un grupo de revoltosos de alta cuna se reunió, cansados de las victorias de Hercus se acercaron a la monarca de Glories con paso cauteloso. Eran seguidos por sus sirvientes. Hicieron reverencia a la reina de hielo.

—Su majestad, imploramos, castigue a ese bardo por sus palabras ofensivas. Incluso le han faltado el respeto a su gran señora —dijo uno con astucia, queriendo incentivar a la monarca.

—Y también al necio plebeyo de nombre Hercus. Por favor, considérelo nuestra majestad.

—¡Considérelo su majestad! —dijeron, mientras se humillaban de rodillas, para que su petición fuera escuchada.

La comandante de la guardia real, Lady Zelara, recibió el mensaje de la reina y se los pasó a ellos.

—La reina dice que nada de lo que ha dicho el bardo es mentira. El plebeyo ha destacado en todas las competencias. Y estos son sus juegos. No se castigará a nadie por ganar. Si los nobles y la realeza están inconformes por los resultados deben esforzarse más por obtener la victoria —dijo Lady Zelara con diestra voz—. El único que se está bañando en la gloria del triunfo ese guerrero de marca negra que ha dominado en la arena. Si quieren demostrar su informidad, que sea en el campo de batalla.

Los nobles apretaron los dientes y endurecieron la quijada. Así, sin poder obtener lo querían se retiraron y se fueron sin pena, ni satisfacción por no haber logrado su cometido.

Hercus miró lo que pasaba desde la distancia. Así era como se sentía con la reina. A pesar de poder verla, ella se mantenía lejana a él. Suspiró con vigor. Cumpliría su palabra de hacer su mejor esfuerzo por la reina, eso no cambiaría. Cerró la ranura de su casco. Su visión se tornó limitada y oscura. Era por eso que no le gustaba colocárselo, pero era necesario para competir. La abertura estrecha frente a sus ojos ofrecía solo un campo observación reducido, acentuando los contornos y las formas, pero limitando la percepción periférica. La luz se filtraba a través de las rendijas, creando destellos de brillo que danzaban ante él. Su respiración dentro del yelmo era de un ritmo constante. Cada inhalación y exhalación resonaba en el interior del casco, recordándole la cerrada atmósfera que lo rodeaba. El aire, que circulaba en las pequeñas aberturas era poco. Llevaba consigo el eco de sus propios susurros o el sutil roce de la armadura. Sostuvo la lanza de madera en su diestra. Miró la indicación del banderín para empezar la carrera. Apretó su agarre y la competencia inició. La primera ronda lo colocó frente a un experimentado caballero de armadura resplandeciente. Ambos jinetes cargaron con furia, las lanzas chocaron con estruendo, pero Hercus emergió victorioso al desmontar a su oponente con impactos certero.



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En el texto hay: romance, drama, realeza

Editado: 16.07.2024

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