—Gracias por su distinción. Usted es tan grande y poderosa, mientras que yo… —contestó Hercus con voz ronca—. No sé si lo merezca —Hercus se encogió de hombros. Aquella declaración lo había dejado anonado.
—Eres el estandarte de Glories. Has creado fama y muchos te admiran. Yo soy una bruja. Yo soy la reina… Tu reina… Y tú no debes sentirte menos —dijo su majestad con neutralidad y se notó una pizca de vanagloria en su decir.
—Agradezco sus palabras. Me seguiré esforzando en los juegos —dijo Hercus con emoción. Se mantenía viendo a través del velo. Podía sentir esa gélida mirada que también lo estaba observando por medio de la tela.
—Tengo una pregunta para ti. ¿Por qué eres tan fuerte? —dijo la soberana—. Has vencido a otros que parece que te superan y sometiste a mi hermana, la bruja Earendil.
Hercus se miró los palmares de sus manos y examinó sus brazos. No había reflexionado en ese asunto. Axes, Hams y otros hombres tenían una contextura más alta y corpulenta que él. Sin embargo, es las pruebas de fortaleza se había alzado sobre ellos, a pesar de su imponente gallardía. Sonrió de manera tensa y ligera ante el comentario de su reina. Ni él sabía el porqué era así de fuerte. Si su entrenamiento de tantos años no era la causa, entonces no sabía qué era.
—No lo sé —respondió Hercus, manteniendo su expresión afable.
—Comprendo… Otra cosa. ¿Por qué te me quedas mirando a la cara? —comentó la reina Hileane.
—Me disculpo, su majestad. Solo tengo curiosidad de… —Hercus guardó silencio. ¿Qué se supone era lo que debía decir?
—¿De ver mi rostro? —preguntó su majestad Hileane con total tranquilidad.
Hercus asintió con la cabeza y expresó una sonrisa de satisfacción, mezclada con un poco de pena. Era un misterio conocer el aspecto de la monarca y su gran señora del reino de Glories. Le intrigaba saberlo. La soberana y él, se giraron con levedad, para quedar de frente. El velo blanco era ondeado por el viento y una sensación gélida le calaba los huesos.
—Sí —dijo Hercus.
—Está bien. Te permito que me mires a la cara y que me veas a los ojos. No morirás si lo haces —dijo la reina Hileane. Hercus no pudo contener su alegría y volvió a expresar un gesto tenso con su boca. No se creía que estuviera hablando de esa manera que con su venerada monarca—. ¿Cómo haces eso?
—¿Qué, mi gran señora? —preguntó Hercus, confundo. No sabía a qué se estaba refiriendo.
Hercus se quedó inmóvil cuando su majestad Hileane extendió el brazo hacia su cara. Su corazón dio un sobresalto cuando ella le puso dos dedos en su boca. Sintió como sus labios se entumecieron y se quemaron de lo gélido que eran. El tacto de ella era frío y le congeló con un poco de escarcha la zona donde lo había hecho. Luego, los fue separando con ligereza. Entonces, entendió que se trataba de su sonrisa. Y eso que había perdido su auténtica felicidad desde hace tiempo atrás. Pero aún quedaba un poco de alegría en su alma. Él no podía tocarla, pero ella sí. Por un momento, todas las demás personas desaparecieron en ese instante. Se quedó estático, observando a su alteza real. Cada parte de su ser había reaccionado ante el toque de la reina de hielo. Mucho más que cuando le había dicho que era de ella. No se había convertido en una estatua, pero se sentía como que sí.
—Es porque estoy feliz de estar con usted —dijo Hercus con seguridad. Había algo en su corazón que le daba la confianza de hablarle a la reina, como si fueran cercanos. A pesar de que estaban en lados opuestos.
—¿Así se expresa la felicidad?
—No solo así. Cada persona puede manifestarlo de manera distinta. Risa o llanto, calma o nervios.
—Es complicado. Aunque yo no siento nada, puedo contemplar las emociones a través ti. —Hercus observó como la reina se alejaba de él—. Hasta mañana.
—Adiós, su majestad —dijo él, mientras hacía una reverencia.
—Guarda esto como un secreto. No se lo cuentes a nadie. En una próxima oportunidad podrás ver mi rostro. Ahora… Debes despertar.
Hercus separó sus parpados. Era imposible, si ya los tenía abiertos. Vio a la reina Hileane, sentada en el trono, y todo parecía muy distante. Era como se sentía cuando acababa de despertar de un sueño. Estaba confundido. ¿Lo qué recién había pasado, si había sucedido o había sido una ilusión, producto de su delirio? Se tocó los labios. Estaban muy frío y húmedos, como si un pedazo de hielo los hubiera tocado. Confiaría en su instinto. La conversación que había tenido con su majestad había sido rea. Lo sabía y tenía certeza de que así era. Después de todo, su alteza era una bruja y podía hacer muchas cosas. La miró desde la distancia. Podía sentir que, al menos, se había acercado un poco a ella. Percibió un escalofrío en cada parte de su cuerpo y se mantuvo firme. Debía avanzar, para continuar aproximándose a su monarca. En esa noche, la lechuza de Heris no lo visitó.
Así, al día siguiente, en la mañana, se libraron las batallas por profesión, con dagas, donde Kenif salió vencedor. En hacha, donde ganó el gigante Axes. En martillo, el grande Hams. En lanza, Liancy se enfrentó en la gran final a Herick, y fue su hermano quien se llevó los honores. Mientras que él participó en espada.
En el desafiante juego, Hercus mostró una habilidad sin igual mientras se enfrentaba a oponentes de todos los rangos nobiliarios. Con maestría y destreza, manejó su arma con precisión tanto en defensa como en ataque, superando a caballeros, condes y marqueses con facilidad. Cada golpe que lanzaba era calculado y certero, encontrando los puntos débiles en la defensa de sus oponentes y explotándolos habilidad.
—El Sir ataca y Hercus defiende —dijo el juez—. Comiencen.
Hercus blandía su espada, interfiriendo con las estocadas de su rival, cuya hoja rebotaba hacia atrás, debido a que no podían igualar su fuerza.
—El caballero logra cero golpes. Hercus ataca y el Sir defiende.
Editado: 16.07.2024