Hercus se unió a la moción y se hincó ante ella para recitar los honores. Había podido vencer a la bruja de viento y de agua, pero solo de imaginar un enfrentamiento con su majestad, la reina Hileane, cada fibra de su cuerpo se estremecía de pavor. Era imposible derrotar a tan poderosa bruja y tan majestuosa soberana. Aunque no tenía la menor intención de luchar contra ella. Al contrario, solo anhelaba mantenerla a salvo, como había hecho hace un momento. Aunque, en realidad, ella no necesitaba ser protegida, pues se valía por sus atributos y por su talento mágico para alzarse por encima de todos. Su majestad sí que era la estrella más alta y la que más brillaba en los cielos. Detalló como su monarca lo vio por encima del hombro y de inmediato fue abrigada por una ventisca blanca que la absorbió y la llevó hasta su trono.
—Pelea —dijo la reina Hileane de forma imperativa—. Gana.
La tensión en el coliseo era palpable cuando Hercus se dispuso a pelear contra su propio hermano, Herick. A pesar del vínculo familiar, ambos guerreros estaban decididos a dar lo mejor de sí en la contienda. Tras intercambiar saludos formales, se separaron y se prepararon para el duelo que estaba por venir. Con armas en mano, los dos se lanzaron al ataque con una determinación feroz. Al principio, deleitaron al público con una danza de combate en la que ninguno se hacía daño. Luego de hacer su llamativa intervención, asintieron como manera de darse a entender que ya lucharían de verdad, hasta que prevaleciera el mejor en los juegos de la Gloria. Debían honran a la reina y a los demás participantes en honorable combate.
Así, cada golpe resonaba en el aire mientras se enfrentaban con toda su habilidad y fuerza. A pesar de la cercanía de su parentesco, no mostraron misericordia el uno hacia el otro, conscientes de que solo uno podría salir victorioso. Se extendió por varios minutos, haciendo que cada uno se agitara, siendo Herick el más agotado, ya que el vigor de Hercus parecía inagotable.
Después de varias rondas intensas, Hercus logró desarmar a su hermano y lo dejó indefenso en el suelo. Puso la punta de su espada en la garganta de Herick sin darle posibilidad de contrarrestar.
Hercus se alzó como el vencedor indiscutible del enfrentamiento. Aunque la victoria había dulce y amarga al enfrentarse a su propio hermano. Demostró una vez más su destreza y valentía en el campo de batalla, asegurando su lugar como el gran campeón de los juegos de la Gloria.
Hercus fue exaltado como gran campeón, aplaudido y alabado por todos toda la gente de la realeza, nobles y plebeyos por igual. En medio de la celebración, en la arena del coliseo, apareció otro intruso, Sir Dalión.
—Mi gran señora —dijo el Sir, haciendo una reverencia—. Los caballeros hemos preparado una carta como agradecimiento por tan sobresaliente torneo. Pero quisiera que hiciera los honores nuestro gran campeón. —Sir Dalión le ofreció el pergamino.
La multitud guardó silencio, pues un campesino de marca negra no sabía leer, ni escribir. Era claro que Sir Dalión lo había hecho para humillarlo en público. Los espectadores guardaron silencio expectante mientras Sir Dalión ofrecía el pergamino a Hercus, el gran campeón de los juegos de la gloria. La tensión en el aire era palpable, y los susurros comenzaron a extenderse entre los presentes. Para Hercus, el gesto de Sir Dalión no pasó desapercibido. Era evidente que el caballero lo estaba desafiando, poniendo de manifiesto su origen humilde y su supuesta incapacidad para leer y escribir. Mas, con determinación y dignidad, aceptó el papel. Aunque podía sentir la mirada escrutadora de los presentes sobre él, se mantuvo firme, decidido a no dejar que la humillación lo afectara. Tomó el pergamino con manos seguras y lo sostuvo frente a sí, sintiendo el peso simbólico de la situación. Sin embargo, en lugar de mostrar vacilación o vergüenza, decidió tomar el control de la situación. Con una serenidad impresionante, miró a Sir Dalión directo a los ojos y dijo con voz firme:
—Agradezco el gesto, noble caballero. Permitidme honrar a nuestra gran señora con este mensaje. —Hercus desenrolló con cuidado el pergamino, sintiendo la textura del papel entre sus dedos. Inhaló de forma profunda, consciente de que estaba a punto de dirigirse hacia su soberana en un gesto que trascendería su condición social. Comenzó a hablar, recitando las palabras grabadas con una voz clara y resonante—: Su majestad, reina Hileane de la Casa Hail, en nombre de todos los caballeros de Glories, me honra dirigirme a usted para expresar nuestro más profundo agradecimiento por la oportunidad de participar en estos juegos de la gloria. Su sabiduría y generosidad han hecho posible este magnífico evento, y su presencia ha llenado de gracia y nobleza cada momento. En estos días de competencia, hemos sido testigos de la grandeza de su reinado y del espíritu indomable de nuestra nación. A través de la adversidad y la victoria, hemos encontrado la fuerza y el coraje para perseverar, inspirados por vuestra guía y liderazgo. Que este torneo sea un símbolo de unidad y hermandad en nuestro país, un recordatorio de que juntos somos invencibles. Con humildad y gratitud, rendimos homenaje a la gran señora de Glories y renovamos nuestro compromiso de servir con lealtad y honor bajo su estandarte del copo de nieve. Además, quisiera rendir honores y exaltación, con todo respeto y admiración al gran Campeón de los juegos, Hercus de Glories". —Al terminar de leer, Hercus se puso de rodillas y clamó: ¡Larga vida a la reina!
—¡Larga vida a la reina! —dijeron todos los demás al ofrecerle respeto a la monarca.
Hercus enrolló de nuevo el pergamino y lo sostuvo, ofreciéndolo con temple a Sir Dalión, quien lo aceptó como ido y se marchó de la arena sin poder haber hecho su cometido de poner en vergüenza al campesino, que resultaba que sí sabía leer.
Esos dos hermanos se merecían una buena lección para hacerles recordar de que solo eran unos rastreros plebeyos.
Editado: 16.07.2024