72. El trato

—Es un honor que su majestad me diga esas palabras y de esta forma me siento más cómodo.

—Ahora que estás mejor y tu salud ha mejorado, hablemos de cosas importantes y de la razón por la que te he estado ayudando. ¿No era eso lo que planeabas preguntarme? ¿Por qué la gran reina de Frosthaven es tan amable conmigo? —Hercus asintió y escuchó con atención las palabras de la reina—. Sí, esa es la pregunta que tendrías que hacerme. Y la respuesta es que la expresión en tu rostro cuando te ordené asesinar al guardia ha sido fascinante. Pensé que lo harías por odio y rabia, pero resulta que no lo hiciste, porque es a alguien más a quien quieres matar. De todas maneras, yo sé quién es. He visto tus hazañas y quedé prendada de tu habilidad para el combate. Has sido el único hombre que ha enfrentado a dos brujas diferentes, la de viento y la de agua, y, aun así, pudiste alzarte con la victoria.

—Ha sido por la regla de no matar. Si ellas pudieran hacerlo, me habrían vencido. La magia de usted, de ellas, es muy fuerte. Yo no puedo hacer frente a una hechicera y derrotarla si se tratara de vida o muerte —dijo Hercus con seguridad y certeza.

—Entonces, ¿cómo piensas matar a la bruja de hielo? Ella es más poderosa que la hechicera de viento y de agua.

—Debo confesar que tengo un enorme deseo de quitarle la vida a la reina Hileane. Pero solo es un deseo, un sueño, que todavía no puedo hacer realidad.

Una gran carcajada macabra y extraña retumbó en toda la sala del trono. A la nobleza y menos a la realeza se le permitía reír de esa manera, ya que era considerado vulgar y sin clase. La reina Melania era bastante diferente a la temida Hileane. La bruja de hielo era tan inexpresiva y seria como un pedazo de témpano de hielo, mientras que Melania era más versátil y expresiva.

—Ya me disculparás, Hercus. Pero me gusta tu sinceridad. Eres tan puro y transparente como el agua más clara que existe —dijo su majestad Melania. Recuperó su postura refinada e incluso su expresión cambió en un instante—. El destino no une, mi muchacho. Tú me ayudarás a mí en mi plan, y yo a ti en tu venganza. Esta es la mejor oportunidad y el momento preciso para hacerlo —dijo con malicia, despertando la curiosidad en él.

—¿Por qué este momento es la mejor oportunidad para hacerlo? —preguntó Hercus, mostrando su interés.

—Me ha llegado la noticia de que la reina Hileane está enferma, por lo que se encuentra débil de salud. Debes haberte dado cuenta de que, en todo el tiempo en que ha estado viva, esa mujer no se podría ni resfriar, porque ella es el hielo mismo. Al ser bendecidas por los espíritus y bañadas en magia, eso nos da cierta inmunidad. Incluso nuestra vida es más larga y quién sabe si podríamos morir de vejez. Ni habiéndolo deseado con toda mi fuerza, eso se habría cumplido, pero solo pasó, como si todo se estuviera ordenando para que la podamos matar —explicó la señora de la oscuridad. Hercus recordó su tiempo en Glories y la robusta salud de la reina Hileane de la que nunca había escuchado de que estuviera mal—. Entiendes, Hercus. Este es nuestro mejor momento porque es la primera y quizás la última vez que lo haga. Su cuerpo ya estaría acostumbrado y no creo que la vida nos vuelva a sonreír de esta forma. Solo el hecho de que se haya enfermado ya es algo imposible que sucediera. Es la oportunidad de oro para acabar con la piedra de hielo —dijo la reina Melania, sumergida en sus palabras, como si estuviera dictando un discurso a una gran multitud.

—Entonces la misión de la marcha sangrienta es...

—Sí, justo lo que piensas, matar a Hileane. Por eso he mandado a buscar asesinos, ladrones y exiliados que puedan luchar contra esa bruja de hielo.

—¿Y cuándo la atacaríamos?

—El ataque será en cuatro días. Estaba buscando a alguien que conociera muy bien su arquitectura y sus caminos. El plan es preparar un selecto grupo. Pero eso es una falsa —dijo la reina Melania su estrategia, la cual era acertada dado la excentricidad de los hechos—. Entonces, ¿estás conmigo?

Hercus entendía que era la mejor oportunidad y tenía el respaldo de la reina Melania. Pensaba hacer pagar a la reina tirana, pero no que sería tan pronto. Era mucho antes de lo que tenía planeado. Aunque quizás iba a pasar toda su vida esperando un momento como ese. Era imposible derrotar a esa bruja de hielo.

—Antes quiero saber, ¿qué pasará con Glories y su gente? —Era la única pregunta que tenía para unirse a su marcha.

—Al pueblo no le pasará nada. Solo quiero la cabeza de Hileane y entonces tomaré el reino y tendré control del norte y del centro. Puedes ver que puedo administrar bien mi puesto de comandante en jefe. Uniré nuestras naciones y las guiaré para tener un mejor futuro. Y si logras hacerlo, hasta podría darte el puesto de gobernador, para que lo líderes. Así podrás ver que no le pasará nada a tus hermanos glorienses.

—Unir las naciones para un mejor futuro —susurró Hercus, sonando como una melodía de esperanza. Si aquello era cierto, entonces sus preocupaciones podrían desaparecer. Se arrodilló en señal de compromiso.

—No, no hagas eso. Ven y acércate a mí, mi muchacho. —Hersus obedeció u caminó hacia el trono—. Este es nuestro acuerdo, nuestro pacto de oscuridad.

—Es un gran honor colaborar con usted, su majestad Hileane. Ahora estoy bajo sus órdenes.

—Has tomado una sabia decisión. Juntos acabaremos con esa cruel tirana. Pero tengo algo que preguntarte. Sé que quieres matar a Hileane. Sin embargo, no conozco el motivo con exactitud. Aunque podría verlo en tu mente. Pero ahora somos aliados y no quiero expiar tus recuerdos. Entonces, ¿por qué deseas acabar con esa bruja? —inquirió la reina Hileane, acomodándose en su trono—. Layla, tráeme dos copas de vino. —De inmediato en sus manos aparecieron los vasos con vino, una para ella y una para él—. Entrégasela a nuestro aliado. Entonces, apareció en posesión de Hercus el cual frunció el ceño, ya que ahí no había nadie más, solo ellos dos, salvo por las aves, murciélagos y los vampiros—. Estoy interesada en conocer tu historia, Hercus. ¿Podrías contármela? No tengas miedo de hacerlo. Después de todo, ya somos aliados. El mismo destino es el que nos ha juntado. ¿Ahora puedes confiar en mí?