El viento golpeaba su rostro de manera grata, refrescando su cuerpo. A los lados se podía apreciar la extensa pradera de Grandlia, ríos, lago, árboles y demás fauna y flora maravillosa. En algunos trayectos del camino, pequeñas chozas de los campesinos se veían a los costados del camino, lo que le recordaba la vida que tenía no hace mucho tiempo. Todo había cambiado en un abrir y cerrar de ojos, sin darse cuenta, su vida era completamente diferente y opuesta a lo que había soñado y anhelado. ¿Proteger a su reina? Eso había quedado en el pasado. Justo iba a su destino: asesinar a su antigua soberana con su escudo y sus armas en la espalda.
—¿Estás bien? —preguntó Lis, al verlo pensativo—. Después de todo, vamos al lugar donde naciste y verás a las personas con las que convivías.
El sitio donde había crecido, donde se habían forjado sus sueños y sus aspiraciones, ahora era el mismo pueblo al que no podía regresar debido a su exilio. Llevó su mano derecha al corazón y volteó a ver a la linda muchacha de ojos preciosos.
—Atacaremos Glories y asesinaremos a la bruja de hielo, la reina tirana Hileane.
Hercus apretó su puño y llevó sus manos a las riendas para aumentar la velocidad a galope de su caballo. Su corazón revoloteaba de muchas emociones: tristeza, dolor y tormento, pero de igual modo sentía nostalgia. Nunca había estado fuera de su nación y ahora regresaba por corto tiempo y quizás la última, solo para matar a la que alguna vez quiso proteger con gozo y admiración. Acamparon y viajaron varios días, y eso, que la reina Melania les había ahorrado muchos. Pasaban los puntos de control de las fronteras, lideradas por los Marqueses de Glories sin ningún inconveniente, pues se hicieron pasar como mercaderes. Ya estaban cerca, pero la ansiedad lo consumía. ¿Cuánto más tardarían en llegar?
—Hercus, ¡Hercus!
La voz de Lis retumbaba en sus oídos mientras exclamaba su nombre y lo sacaba de sus pensamientos. Hercus hizo que el caballo se detuviera al tiempo que comenzaba a relinchar. Se volteó y solo logró divisar a la joven mujer de cabello blanco, la cual venía atrás por una considerable distancia.
—Vas demasiado rápido, hemos dejado a todos atrás. Hoy asaltaremos Glories —comentó Lis.
Hercus había apurado mucho al caballo. Era cierto que no se encontraba nadie más. Las demás torres de vigilancia con los soldados de Glories estaban al frente, pero ellos pasaron tranquilos, ya que el reino era conocido por ser el epicentro del comercio y eso les facilitaba el acceso a los extranjeros. Y la magia de la reina les otorgaba falsos símbolos y les daba la profesión de mercaderes.
—¿Miedo? —preguntó Hercus, extrañado, ella no parecía ser una mujer que le tuviera temor a muchas cosas.
—Ninguno, si estoy contigo —dijo Lis y se formó una agradable sonrisa en sus gruesos labios rosas.
Ya llevaban cierto tiempo de espera, y Hercus sentía un poco de sed, así que tomó el odre de cuero e ingirió un poco de agua para mojar su garganta, y Lis también hizo lo mismo. Hasta que por fin apareció la pequeña tropa y la galera.
—Escúchenme, cuando ya estemos por llegar a la ciudad, haremos lo siguiente: Warren te quedarás atrás para que le des indicaciones al galerero. Godos y Arcier avanzarán más que tú, pero menos que Darlene, mientras que Lis y yo nos volveremos a adelantar para hacer reconocimiento y solo podrán andar en carrera en el momento que sean avisados. Además, utilizaremos las capuchas para no mostrarnos frente a todos y que nos reconozcan si somos buscados.
Hercus sentía que ya les había tomado bastante tiempo galopando cuando al fin se podían avistar los terrenos fértiles y verdosos de Glories. Los campos de trigo, cebada y demás cultivos. Los lagos y riachuelos tan limpios. Al pasar por el pueblo de Honor, so corazón se agitó. Quiso tomar un momento para visitarlo, pero no estaba allí para eso. Tal como les había indicado, así lo hicieron. Pero dentro de él se sentía algo extraño, los campesinos que vivían cerca, junto al camino, no les prestaban ninguna atención. Ni los perros o algún animal se alteraban por ellos. Continuaron cabalgando y se encontraron con otro evento inesperado. Los soldados que custodiaban las murallas de hielo y los centinelas que vigilaban desde encima del muro tampoco estaban. Se hacía demasiado fácil infiltrarse en Glories. Ni los puntos de control de los Marqueses lo habían detenido. Sin duda, algo anormal estaba sucediendo, pero ya habían hecho semejante viaje para no hacer el asalto. Era más, ni esas aves de presas blancas, estaban sobrevolando los cielos.
—Creo que hay algo raro —comentó Lis—. No parecen tenernos en cuenta. Es como si no nos vieran.
Eso confirmaba la situación, no solo era él. Eran todos los de la marcha los que se ausentaban ante la vista de los glorienses. Apuró el paso y les dijo a los demás que avanzaran por la ciudad real sin ningún problema.
—No hay tiempo que perder. Hay que hacer lo que se nos ha encomendado a pesar de todo lo que se presente —comentó Hercus con semblante inflexible.
Hercus en su reflexión por averiguar qué estaba pasando, llegó a pensar que se trataba de la magia de la reina Melania, pero eso no podría ser. Estaba muy lejos y si eso se hiciera así de fácil ya lo habría hecho desde hace mucho tiempo atrás. Entonces debía ser alguien de aquí mismo, de este reino. Incluso, las murallas de hielo para entrar a la ciudad real estaban abiertas y los guardias en la mesa ni siquiera le pidieron registros o se percataron de ellos. Al acceder, mantenía la mirada fija en el castillo de cristal. Al instante que la fortificación se mostraba a sus ojos. Amarraron los caballos en un poste de álgido, que era sostenido por dos estacas en ambos extremos. Esperaron a los demás del grupo. Había dos guardias allí, pero parecía que ellos no los veían. Caminaron por el acceso que conducía por un amplio pasillo y por fin habían llegado. Delante de ellos estaba la lujosa y gran puerta que protegía la entrada a la sala del trono. Debían acceder y buscar en todas las habitaciones del castillo hasta encontrar a Hileane, para así poder matarla. Debido a su estado de salud, debería estar en cama, recuperándose. Empujó el portón y sintió cómo el frío se incrustaba a través de sus dedos. Esa sensación no le gustaba en lo más mínimo, le hacía recordar aquella escena de dolor que martirizaba su alma y cuando se terminó de abrir, avanzó y todos los demás lo siguieron, pero se detuvo en seco al verla a ella.
Editado: 16.07.2024