Prólogo.
6 meses sin ti
Anya.
—Hay vida más allá del hielo —dijo Max, con los pies enterrados en la arena y una sonrisa que intentaba ser paternal.
—Sí, claro. También hay tiburones —respondí, cruzándome de brazos—. Muy paternal de tu parte, traerme para ahogarme.
—Lo harás genial, mi bollito de azúcar. Ya verás, esto te va a gustar más que el patinaje.
—¿Y si no me gusta? —pregunté, al ver al instructor acercarse. Alto, piel tostada, sonrisa de anuncio de bloqueador solar.
—Entonces te compro unos Ray-Bans —dijo Max, levantando las cejas como si eso resolviera todo.
Suspiré. Miré al instructor que nos saludaba con una tabla bajo el brazo.
—Se lo que haces, Max. No está mal. Es guapo. Pero no es Lev.
—Anya…
—Voy a volver al prom. No vas a detenerme con un instructor guapo, bloqueador solar y un par de olas.
—Vale —dijo Max, levantando las manos en señal de rendición—. Pero gracias por intentarlo, aunque haya sido a tu manera.
—Y yo por sorprenderme. Pensé que no había nada bueno en ti.
Max sonrió, bajando la mirada.
—¿Positivamente o negativamente?
—Ambas —respondí, y caminé hacia el agua.
—
—Por cierto —dijo el instructor, extendiéndome la mano—, me llamo Kai.
—Anya —respondí sin emoción—. Ya puedes quitarte la sonrisa de “esto va a ser divertido”, porque voy a caer. Mucho.
—Y yo voy a estar ahí para reírme —respondió con descaro.
Primer intento: caí de cara.
Segundo: tragué agua.
Tercero: la tabla me golpeó en la espinilla.
Cuarto: pensé que moriría ahogada con sal.
Y al quinto, Kai me ayudó a levantarme con cara de preocupación.
—Ya basta, Anya. Vamos a parar. Nadie aprende a surfear en un día. Esto lleva tiempo.
—No tengo tiempo —espeté, mirando hacia el horizonte como si ahí estuviera mi respuesta.
Kai suspiró, consultó su reloj de pulsera lleno de arena.
—Vale, pero solo me pagaron por dos horas y ya llevamos cuatro. Así que… oficialmente esto es explotación emocional.
—Bien, gracias por tu tiempo, Kai. A partir de aquí continúo sola.
—¿Qué haces? ¡Estás loca! —gritó cuando me vio caminar hacia la playa contigua, donde las olas eran más altas, violentas, llenas de surfistas profesionales que parecían parte del océano.
—Ya terminó tu jornada, adiós —respondí sin mirar atrás.
—¡No puedes entrar ahí! ¿Quieres morir?
—Tal vez.
Kai me siguió con una mezcla de miedo y resignación.
—No sé para qué acepté este trabajo —bufó, mirando a Max, que seguía haciéndose selfies con su piña colada, completamente ajeno.
Me metí al agua. Las olas rugían como bestias.
Kai nadó detrás de mí hasta alcanzarme mar adentro.
—¿¡Estás loca!? —gritó sobre el sonido de las olas.
—No me molestes —susurré, esperando, quieta.
—¿Ves a todos esos de allá? Son surfistas expertos. Están esperando la misma ola que tú. Que ni siquiera eres una novata, eres una suicida.
—Silencio —musité—. Ahí viene.
La vi nacer a lo lejos, creciendo como un monstruo de cristal y espuma.
Remé. Fuerte. Con rabia. Como si esa ola fuera el único camino de vuelta a algo que había perdido.
Y la tomé.
Me puse de pie.
Por un segundo, volé.
Como antes, en el hielo.
Libre. Intocable.
Como cuando patinaba con Lev y el mundo desaparecía.
Pero ese segundo terminó.
Y la ola me tragó.
Caí.
El agua me rodeó como un abrazo hostil.
Me golpeó la tabla.
Me dolía el pecho.
No sabía si era por falta de aire…
…o por todo lo que todavía me faltaba de él.
Pensé: así es estar sin Lev.
Perdida. Revolcada. Tragada por algo que no entiendes.
Y justo cuando sentí que me rendía, alguien me tiró del brazo.
Kai.
Me sacó a flote.
Tosí. Grité bajo el agua.
Y luego, la orilla.
Caí de rodillas en la arena, escupiendo agua, temblando.
Kai se arrodilló junto a mí, jadeando.
—¡Dios! Eso fue una estupidez... pero también fue increíble.
Max llegó corriendo, la piña colada volcada por todo el camino. El rostro pálido.
—¡Mi bollito de azúcar! ¿Estás bien? ¡Habla! ¿Respiras?
—Sí, Max. Estoy bien —tosí entre risas.
Max giró hacia Kai con fuego en los ojos.
—¡Estás despedido! ¡Y voy a demandarte por negligencia!
Kai alzó las manos, empapado y temblando.
—¡Ella se metió sola! ¡Intenté detenerla! ¡Además estaba fuera de mi horario laboral!
Solté una carcajada mientras escupía lo último de sal.
—La pasé bien, muchas gracias, Kai.
Él sonrió, confundido, todavía jadeando.
—Estás loca —murmuró.
—Bienvenido a mi mundo —dije, y miré el mar como si pudiera esconderse allí el único nombre que me importaba.
Lev.
---
---
Subí al auto con Max, el motor rugió suavemente y él rompió el silencio.
—Me voy a sentir muy solo sin ti —dijo, mirando por el retrovisor.
Crujió los dedos y suspiró.
—Has estado toda tu vida sin mí, Max. Solo hemos vivido juntos seis meses.
Él me lanzó una sonrisa melancólica.
—Sí, por eso... Creo que nunca había vivido realmente. Me llenaste más en seis meses que toda la vida de derroche y libertinaje que tuve. Debí... debí quedarme con ustedes.
Lo miré fijamente, queriendo que entendiera lo que me decía.
—Pero no lo hiciste. Te diste cuenta tarde, perdiste a mamá, aunque...
Max me interrumpió con una mirada triste.
—Aunque?
—Aunque honestamente creo que siempre supiste que nunca la tuviste.
Él cerró los ojos un instante.
—Ella siempre amó a ese bobo. Odio al hielo.
Lo observé, suave.
—Dimitri no es un bobo, es un buen hombre. Deberías estar muy agradecido con él.
Max frunció el ceño.
—¿Por robarme a mi esposa? ¿Y por qué su hijo se quiere robar a mi hija? No, gracias.
Solté una risa amarga.
#50 en Joven Adulto
#1577 en Novela romántica
#609 en Chick lit
romance odio sexo secretos familia sexo, romanc problemas friends to lovers, patinajesobrehielo
Editado: 24.07.2025