El Hielo entre nosotros

2.

Capítulo 2 – El cupo vacío

Anya

—¿Te interesa? —pregunta Thiago, con los ojos fijos en los míos.

El aire a mi alrededor parece congelarse, más que el hielo bajo mis pies.

—¿Qué… qué dijiste?

—Que necesito una compañera. Para las nacionales —responde, sin apartar la mirada—. Salomé me dejó. Se fue a entrenar a Francia con ese coreógrafo con el que coqueteaba desde los regionales. Me enteré hace dos días. Y tú… acabas de volver.

—Thiago… no sé si eso es posible. —El corazón me late con fuerza—. Las nacionales ya están cerradas, ¿no?

Él se encoge de hombros, confiado.
—No del todo. La federación permite sustituciones por causa de retiro voluntario, siempre y cuando el patinador nuevo cumpla con dos cosas:
Uno, que tenga una licencia activa.
Y dos, que haya competido oficialmente en los últimos doce meses.

—Cumplo ambas —murmuro, sorprendida—. Mi ficha sigue activa… Claire la renovó por si acaso.

Thiago asiente.
—Entonces es legal. Solo hay que pedir la aprobación del comité técnico. Y bueno… necesitamos presentar una nueva coreografía antes del viernes. Es decir, en cuatro días.

—¿Cuatro días? —repito, sintiendo una mezcla de vértigo y adrenalina.

—Sí. Lo sé, es una locura. Pero si lo logramos, vamos directo a las nacionales. Nada de clasificatorias. Salomé y yo ganamos regionales. El cupo es mío… solo necesito una nueva pareja.

Lo miro. No sé si me está dando una oportunidad… o una sentencia.

—¿Y por qué yo?

Thiago sonríe.
—Porque vi lo que hiciste hoy. Porque sé que no has terminado. Porque patinar con Lev te hacía increíble, pero también te ataba. Y ahora… estás libre.

Libre.
Una palabra peligrosa.

—¿Y Lev?

—Lev no tiene nada que ver con esto. Él ya está clasificado y gracias a tí, te fuiste para que el compitiera no?

—Sí .

— Esto no es por él. Es por ti. Es por mí. Es por lo que podríamos hacer juntos si nos lo tomamos en serio.

Bajo la vista. Me tiemblan las manos.
Volver al hielo de verdad. A competir. A ganar.
Pero contra Lev.

Thiago se da cuenta de mi duda y baja el tono.
—Anya, no tienes que decidir ahora. Solo piensa esto: por primera vez… podrías enfrentarlo. En igualdad. Mostrarle quién eres, sin ser su sombra.

—Yo no quiero ganarle a Lev —susurro.

—Entonces patina para ti —dice, con una media sonrisa—. No para él. No contra él. Para ti. Para demostrarte que aún puedes volar.

Lo miro. Y por primera vez en meses… lo creo.

—Invítame una cerveza —le digo, alzando una ceja.

Thiago se ríe, incrédulo.

—Tienes dieciséis.

—Y el corazón roto. Por favor.

Él niega con la cabeza, pero no discute.
—Las compro. Pero nos las bebemos en el auto. No pienso explicar en este bar que estoy proveyendo alcohol a una menor emocionalmente inestable.

—Gracias —susurro. Camino junto a él en silencio por el estacionamiento, con el corazón golpeándome en la garganta. Cuando llegamos al auto, abre el maletero y saca una caja con dos vasos de plástico viejos y una manta.

—¿Preparas este show seguido? —pregunto, alzando una ceja.

—Solo para las socias con talento y crisis existenciales.

—Uf. Qué exclusivo.

Thiago regresa del supermercado en cinco minutos, con una bolsita ruidosa.

—¿Te puedo pedir otro favor? —pregunto mientras él se sienta en el asiento del conductor y empieza a abrir las botellas.

—No vamos a cantar canciones de despecho, eso sí que no —responde, girando los ojos—. Sería admitir que no hablo francés y que no tengo los músculos del tipo con el que se fue Salomé.

—Auch —digo, fingiendo una mueca—. Eso dolió, ¿no?

—Como pegarse la frente contra el hielo.

—Duro.

—¿Qué favor necesitas? —pregunta al fin.

Lo miro, y siento que este momento, de alguna forma, cambiará todo.

—Ayúdame a recordarle quién era —digo en voz baja—. Antes de que lo perdiera todo.

Thiago no responde de inmediato. Solo levanta su botella y la choca con la mía.

—Entonces vamos a patinar.

Después de un par de tragos, el aire ya no me pesa tanto. Me acomodo en el asiento y miro por la ventanilla, como si pudiera ver el futuro allá afuera, entre las luces del estacionamiento.

—Tengo que buscar un auto —digo de pronto—. Mi papá me lo dejó, está en un taller a las afueras. Me lo heredó… como si supiera que iba a necesitar volver a empezar.

Thiago asiente, tranquilo.

—¿Querés que te lleve?

—¿En serio? ¿Ahora?

—Ahora mismo.

—Gracias —susurro, genuinamente.

—Entonces las otras cervezas… —dice, señalando la bolsa— te las tomás en tu casa. Porque si vas a manejar, no pienso dejarte beber más.

—Eres peor que Claire.

—Claire no te llevó a comprar alcohol ilegal, señorita patinadora en proceso de redención.

Le sonrío.

—No, eso fue muy... exclusivo.

Ambos reímos. El hielo espera. Y no pienso rendirme.

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LEV

Cuatro platos. Cuatro copas. Cuatro sillas.

Y solo tres personas sentadas.

El lugar de Anya está intacto. Cubiertos alineados. Copa servida. La servilleta todavía con forma de flor. Claire siempre ha sido una romántica sin remedio.

—¿Ya es muy tarde, no? —musita Claire, mirando el reloj por quinta vez—. Me pregunto dónde estará.

—Volviendo a California, seguramente —respondo sin mirar a nadie—. Huyendo, otra vez. Porque no la recibí con una orquesta ni fuegos artificiales.

Dimitri deja los cubiertos con un leve clac.

—Lev… —dice con ese tono de advertencia paternal que a veces olvida que ya no soy un niño—. No empieces. Ella también ha tenido un año difícil.

Me recuesto hacia atrás. Cruzo los brazos. Hablo como si no importara.

—¿Difícil? ¿En qué sentido? ¿Tomar sol? Está más bronceada que cuando se fue. El pelo le llega casi a la cintura. Rubio como siempre, pero ahora con esas ondas de influencer triste. Lleva delineador. Y ese suéter rojo viejo que me robó hace dos inviernos. Claro, con jeans nuevos, por supuesto. Cero maquillaje corrido. Ni una lágrima. Estaba perfecta. Impecable. Como si en lugar de romperse… hubiera florecido.




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