El Hielo entre nosotros

4.

Capitulo 4: Sangré en el hielo.

Lev

—La pista está cerrada —dice Katia apenas entramos por la puerta de entrenadores—. No pueden estar aquí.

La miro en silencio.

No me gusta que me digan lo que puedo y no puedo hacer. Y menos cuando no tiene sentido.

—¿Por qué está cerrada? —pregunto, cruzándome de brazos.

—Porque Mírov dio la orden. Solo Anya y Thiago pueden usarla hoy.

—¿Perdón? —me río, sin gracia—. ¿Thiago? ¿Y Anya?

—Salomé se fue. Renunció.

Eso no lo esperaba.

—Thiago eligió nueva pareja. Ella —dice Katia, como si el aire no se le hubiera cortado al decirlo.

Me quedo quieto. Los ojos clavados en el hielo.

Ahí están.

Anya y Thiago.

Patinando como si el reloj les apuntara a la cabeza.

Anya decía la verdad.
Cuando me dijo que iría a las nacionales.
Y yo me reí. Pensé que era un berrinche más, una amenaza vacía, otra lágrima más para manipular.
Pero no.
Decía la maldita verdad.
Y eso me arde por dentro.
Hubiese preferido que me mintiera.

—Eso es imposible —murmuro—. No tienen coreografía, no tienen química, no tienen tiempo. Y ella no está habilitada.

—Sí lo está —me corrige Katia, cruzada de brazos—. Su licencia sigue activa. Todo es legal. Ya mandamos la solicitud. Si quieren entrar… será de milagro. Pero Mírov lo aprobó.

—Está bien… —sacudo la cabeza—. Esto es una broma. Una función de circo. Dos días antes de la fecha límite y traen a la chica de las lágrimas fáciles. Qué nivel.

—Yo creo que lo lograrán —dice Honey, en voz baja. Y antes de que pueda protestar, me toma la mano—. Vamos, miremos.

No tengo ganas.

O eso me digo.

Pero camino.

Subimos a la tribuna.

Y empiezo a mirar.

---

Al principio no puedo evitarlo. Me río por dentro.

Una espiral fallida. Thiago gira medio segundo tarde. Anya no encuentra el eje del paso ruso. Él la empuja con torpeza. Ella lo frena de más.

—Un desastre —murmuro.

—¿Qué? —pregunta Honey, sin dejar de mirar.

—Ni siquiera ajustaron los tiempos de entrada. Están usando la misma estructura de programa que tenía Thiago con Salomé. Como si cambiar de pareja fuera solo cambiar una pieza rota.

Honey asiente, en silencio. Saca el móvil.

No sé por qué.

Anya se cae.

No una vez.

Cinco.

La cuarta fue dura. Se golpeó el costado del muslo contra el hielo. No grita. Pero lo veo. Aprieta los dientes. Se levanta.

No se detiene.

Yo sí.

Mis manos están en el apoyabrazos. Hasta que la veo caer otra vez. Entonces, sin pensar, aprieto la mano de Honey.

Ella no dice nada.

Pero me mira de reojo.

—¿Qué?

—Nada —dice. Y escribe algo en su móvil.

—Están usando el giro combinado muy pronto. No tienen control de velocidad todavía. Si lo empujan ahora, van a seguir cayéndose —digo, en voz más baja.

—¿Y qué harías tú?

No sé por qué respondo. Pero lo hago.

—Lo movería al cierre. Después del segundo salto lanzado. Cuando los músculos estén más calientes y tengan ritmo. Y eliminaría esa espiral doble, no tienen agarre. Mejor una entrada diagonal, más segura. Le daría estabilidad.

Honey sigue escribiendo.

No sé por qué.

Y ahí me doy cuenta.

Me está escuchando.

Me está anotando.

Y no me molesta.

Anya hace un intento de lift. Mal encajado. Casi se le va el eje. Thiago lo salva a último segundo, pero es feo de ver.

—No están alineados en los apoyos. Thiago lleva la base muy baja y ella está aguantando sola. Si sigue así se le va a luxar el hombro.

Honey asiente otra vez.

—¿Y cómo se corrige?

—Práctica. Y alguien que sepa leer la tensión del cuerpo sin pensar que es un favor. No sé si Thiago puede.

Anya intenta el paso final. Está jadeando. Tiene sangre en el labio. Pero no para.

No para.

Hay algo ahí. Algo que no es técnica. Ni tiempo. Ni puntuación.

Es rabia.

Y convicción.

Yo sé reconocer eso.

—Van a intentarlo otra vez —digo, incorporándome un poco—. Ahora sí. Mira.

Lo hacen.

Y no se caen.

No del todo.

No perfectos. Pero avanzan. Como si cada intento anterior hubiese dejado marcas, y aún así decidieran patinar encima de ellas.

—Esto no es un capricho —digo, sin darme cuenta que lo estoy pensando en voz alta.

Honey me escucha.

No dice nada.

Solo aprieta un poco más mi mano.

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POV: Anya

(…)

La música vuelve a empezar.
Thiago me lanza esa mirada de “una más”, y yo asiento, aunque el cuerpo me arde.
Una parte de mí quiere parar.
La otra, la que ha estado rota durante seis meses, quiere pelear.

Comenzamos el giro. Uno, dos... tres. El impulso del salto me toma por sorpresa. Estoy por volar...

Y entonces lo veo.

Ahí está.
Lev.

En la zona baja del VIP, junto a Honey, de pie, apoyado contra la baranda.
Con los brazos cruzados.
Con esa cara que no se puede leer del todo. Pero que duele igual.

Y Honey a su lado.
Sonriendo.
Cómoda. Cómplice.

Todo se me desordena.

Pierdo el foco por un segundo. Solo uno.
Pero en este deporte, un segundo es un abismo.

El filo se desajusta. El salto queda corto. El cuerpo se desequilibra en el aire.

Caigo.
Contra el hielo.
Fuerte.

El golpe me arranca el aire del pecho. El costado me estalla. La cabeza rebota y veo puntos negros.
Siento algo cálido bajar por mi mejilla. ¿Sangre?

Escucho la música apagarse.

Y el grito lejano de Thiago:
—¡Anya!

Trato de incorporarme. No puedo. El mundo gira.

Y entonces escucho otro sonido.
Un golpe seco.

Lev.

Me toma un segundo entenderlo.
Ha subido a una silla. Ha saltado la valla.
Sin patines. Solo con sus zapatos y una decisión brutal.

El hielo cruje bajo su peso.

Está corriendo hacia mí.




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