El Hielo entre nosotros

5.

Lev

Me estaba yendo, dando por perdida la función, cuando Thiago se me cruza en el camino y me suelta esa orden tan absurda como urgente:

—Patina con ella. Necesito mirar.

Le lanzo una sonrisa sarcástica, casi burlona.

—Este no es mi asunto. Es asunto de ustedes.

Pero antes de que pueda seguir, Anya, con todo su orgullo a flor de piel, lanza un portazo verbal.

—No lo necesitamos. Es un idiota.

Thiago se acerca con ese aire de paciencia agotada.

—Anya, entiendo bien que ustedes no terminaron muy bien, pero, honestamente, sí lo necesitamos. Yo más que tú. Necesito ver cómo es que lo hace para intentar seguirte el ritmo.

Me río por dentro, recordando aquel día en que Miróv nos cambió de parejas y las cosas salieron bien. Pero Thiago tiene razón: aquella vez ninguno tenía el corazón hecho trizas ni la presión de ahora aplastándonos.

Coloca una mano firme y molesta en mi hombro, como si implorar fuera su último recurso.

—Te lo estoy pidiendo por favor. Y ya, eso es un grito de desesperación, porque honestamente no te soporto. Eres muy engreído.

Le dedico una sonrisa sarcástica, mirando después a Anya, que está más digna que nunca.

Ella me dice sin miramientos:

—Yo no voy a suplicar nada.

Me encogí de hombros, divertido por su orgullo, y le contesto:

—Deberías. Me necesitas. Y honestamente, no tengo muchas ganas de ayudarte. No lo mereces.

Ella no se queda atrás y me lanza sin filtro:

—Pues entonces saca tu maldito ego del hielo y vete a la mierda, Lev.

Arranca la curita que le di de mi chaqueta con un gesto furioso y la tira al suelo.

No puedo evitar sonreír.

—Me pondré los patines —le digo a Thiago, con ese sarcasmo que siempre llevo pegado—. Lo haremos solo una vez. Así que observa bien.

Thiago suspira aliviado.

Anya grita:

—¡No dije que quería patinar contigo, idiota!

Thiago se acerca con esa mirada que no admite réplicas.

—Anya, tranquilízate. Necesito mirar.

Ella me lanza una mirada de fuego, pero cede un poco. No soy el único que está harto de este juego. Nosotros dos estamos jodidos en esta historia, y aunque no lo admitamos, Thiago tiene razón.

Estoy parado en el borde del hielo, con los patines puestos, y pienso en todo lo que hay entre nosotros: odio, rencor, orgullo, y algo mucho más peligroso que ninguno quiere nombrar.

---

Thiago

La música comienza a sonar, un ritmo contenido pero con fuerza, como una conversación en la que nadie quiere ceder la palabra, pero todos saben que al final tendrán que escuchar.

Lev y Anya arrancan con un juego tácito de miradas esquivas y movimientos precisos. Es como un duelo: ella lanza un giro rápido, retándolo a seguirle el ritmo; él responde con una serie de pasos amplios y controlados, dejándole claro que no piensa perder.

Desde la tribuna, los observo deslizarse por el hielo como si cada movimiento fuera una palabra, una provocación silenciosa. Sus cuerpos hablan de rivalidad, sí, pero también de una pasión innegable que se niegan a admitir.

Anya aprieta los labios y acelera, desafiando a Lev a igualar su intensidad. Él sonríe con sarcasmo, un gesto pequeño pero revelador, y responde con un salto impecable que la hace detenerse un instante, sorprendida.

No se tocan mucho al principio; la distancia es parte del juego. Pero cada vez que se acercan, el hielo se vuelve un campo minado de tensiones. Lev se mueve con confianza, casi arrogancia, mientras Anya mantiene un equilibrio feroz entre concentración y orgullo.

Honey susurra a mi lado:

—Es como si se retaran a ver quién cede primero... pero nadie quiere perder.

Con cada pasada, la pared invisible que levantaron entre ellos empieza a agrietarse. Se rozan en los lifts, sus manos se encuentran en el aire por un instante más largo de lo estrictamente necesario, y la energía cambia. Ya no es solo competencia, es complicidad.

Anya cede en un giro, y Lev lo aprovecha para envolverla en un movimiento que mezcla control y cuidado. Ella responde con un suspiro contenido, un reconocimiento tácito de que disfrutan eso tanto como temen admitirlo.

Es hermoso y peligroso. Porque en esa entrega, en esa rendición parcial, está la verdad que ninguno quiere nombrar: se aman en el hielo, aunque fuera de él se odien.

Anoto cada gesto, cada pausa, cada chispa de emoción contenida. Esta rutina no es solo técnica. Es un relato de amor y guerra, escrito con filo de hielo.

La música se apaga, y yo sigo sentado, con la mirada fija en el hielo donde Anya y Lev acaban de terminar su rutina. Mi cuaderno de anotaciones descansa sobre mis piernas, pero mi mente está en otra parte. No puedo evitar pensar en Anya, en lo que significa para mí verla ahí, patinando con Lev, su antigua pareja, su antiguo amor. Y también pienso en Lev, y en Honey, su actual compañera, que no oculta la mezcla de sorpresa y confusión en su rostro.

Honey se inclina hacia mí, bajito:

—Lev es increíble , y patinamos muy bien juntos... pero no así, honestamente nunca hemos tenido ese nivel de conexión, es superior. Creo que pudiéramos vendarles los ojos a ambos y sabrían igual donde encontrarse... No entiendo cómo fue que los descalificaron por esa estúpida caída.

Asiento, recordando claramente aquel día, los nervios, las emociones a flor de piel. Entonces Katia, que está a mi lado, interviene con una voz que denota conocimiento y una mezcla de nostalgia:

—Ese día Anya no estaba bien. Emocionalmente estaba dispersa. La rutina fue impecable, lo que hicieron fue magistral. A veces pienso que se cayó a propósito.

Miro a Katia, sorprendido.

—¿Por qué crees eso? —pregunto.

Ella suspira y dice:

—Porque le asustaba todo el fuego que había en el hielo. El fuego que había entre ellos.

Honey se queda muda un momento, procesando esa revelación. Finalmente pregunta, con un tono incrédulo y algo emocionado:




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