Capítulo 8 — Desde la cocina
(POV Dimitri)
Dimitri sabía que la tormenta no estaba en el cielo. Estaba en la cocina.
Desde el pasillo ya se escuchaba a Anya. Su voz entrecortada. La frustración ahogada en lágrimas que llevaba demasiado tiempo conteniéndose. Luci salió del comedor justo cuando él bajaba las escaleras. Levantó las manos en señal de derrota.
—No quiere ir. Ni siquiera me dejó entrar al cuarto. Bajó hace rato, vino a la cocina y… explotó.
Dimitri asintió, sin palabras. Caminó hasta el umbral. No hizo ruido. No interrumpió.
Claire estaba de pie frente a Anya, con el rostro cansado y la mirada suave. Anya tenía el cuerpo tenso, como una cuerda a punto de romperse, abrazándose los codos, vestida con uno de esos suéteres que usaba desde niña. El cabello suelto y el alma al borde.
—Tú no me toques —dijo Anya, dando un paso atrás cuando su madre intentó acercarse—. Aún estoy resentida. ¿Cómo pudiste no pensar en mí? ¿Cómo se te ocurrió decirle que invitara a Honey?
Claire se quedó en silencio un segundo. No ofendida, no sorprendida. Solo profundamente dolida.
—Anya, entiendo tu angustia. De verdad la entiendo. Pero culparme no va a hacer que tu carga sea más liviana.
Anya soltó una risa sin alegría.
—No es una carga, mamá. Es… es la sensación de que todo me estalla en las manos.
Claire respiró hondo, firme.
—Tú saliste de esta casa a media noche, un día después de tu cumpleaños. No dejaste una nota. No respondiste los mensajes. Nos despertamos con el corazón en la boca y el alma en los pies. Y aunque tuviste tus razones —buenas razones, sí— lo que hiciste también dolió. Dolió para Lev. Dolió para mí. Y para Dimitri, aunque no lo diga.
Anya desvió la mirada, apretando la mandíbula.
—Durante dos meses tuvimos que ver dos sillas vacías en la mesa. Aguantar el silencio. Ver a Lev convirtiéndose en una sombra de sí mismo. Y también... también tuve que lidiar con la culpa de haberlos juntado tanto, de haber permitido que se quisieran, solo para luego verlos destrozarse. Así que sí, sugerí lo de Honey. Porque Lev ha perdido muchas cosas. No ha tenido una vida fácil. Solo quería que viviera una noche sin dolor. No sabía que volverías. No sabía que no irías a tu prom en California.
Dimitri finalmente entró. No podía quedarse al margen por más tiempo.
—Pero tú también has perdido cosas, Anya —dijo, con tono suave pero firme—. Y no te has rendido. Has luchado por recuperarlas. Como tu relación con Max, por ejemplo. Como tu lugar en el hielo. Lo que hiciste ayer fue increíble. De verdad.
Anya alzó la vista. Estaba cansada. Profundamente agotada.
—Ni siquiera sé si romperme los pies valió la pena. Miróv aún no nos da una respuesta.
Dimitri se acercó, apoyándose contra la encimera con los brazos cruzados.
—La vas a tener. Y me atrevería a decir que será positiva. Vi el video, Anya. Lo he visto una y otra vez. Y no como padre. Como entrenador. Como medallista olímpico. Lo que tú y Thiago hicieron fue extraordinario. No solo técnicamente. Fue pasión. Fuerza. Una historia de coraje sobre hielo. Eso... eso mueve corazones. Y los corazones mueven audiencias. Patrocinadores. Jurados.
Anya bajó la mirada. No lloraba con estruendo, pero tenía lágrimas acumuladas en los párpados. Se las limpió con la manga del suéter, sin elegancia, sin excusas.
Dimitri se le acercó más. Con cuidado, como si fuera una porcelana llena de grietas. Le recogió el cabello con una coleta baja, como cuando era niña y no quería que se mojara al lavarse los dientes.
—No quiero verte así, mi niña feliz. Ni siquiera si es por culpa de Lev.
Anya hizo un gesto que pareció un intento de sonrisa. Fallido, pero sincero.
—No importa si Lev no va contigo esta noche. No importa si no fue como lo soñaste. La vida rara vez lo es. Y tú estás creciendo. Vas a tener que tomar decisiones más duras que esta. Más injustas, incluso.
Claire, en silencio, se apoyó en la pared. También tenía los ojos húmedos.
Dimitri puso ambas manos en los hombros de Anya.
—Pero hoy… solo por hoy… disfruta el momento. Ponte guapa. Ve con Luci. Y no dejes que nuestro álbum familiar quede sin tu foto de prom.
Luci asomó la cabeza desde el pasillo, como si estuviera esperando su momento.
—Tengo brillo para ojos y delineador de glitter. Podemos salvar la noche en menos de veinte minutos —dijo con un guiño.
Anya los miró a todos. A su madre, a su padrastro, a su prima que era casi una hermana. Y asintió, despacio.
—Está bien… pero no esperen que sonría.
—Solo una foto —respondió Claire, con una voz temblorosa.
Anya respiró hondo. Y sin decir más, dejó que Luci se la llevara del brazo escaleras arriba.
Dimitri se quedó unos segundos en la cocina. Miró la taza de café abandonada en la mesa. Se acercó y la vació en el fregadero.
—Una foto vale más que mil lágrimas —murmuró.
Claire se apoyó en su hombro.
—¿Crees que irá?
—Claro que va, es Anya, nos vuelve loco a todos, pero nunca se rinde —respondió él—. Ella es increíble.
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Claire.
Lo supe en cuanto lo escuché cerrar la puerta. Ese silencio particular que deja Lev al entrar. Como si en vez de pasos arrastrara nubes de tormenta por el pasillo.
Me giré hacia Dimitri, sin necesidad de decir nada. Él también lo sintió. Había algo descompuesto en el aire.
Lev apareció en el umbral de la cocina como una sombra cansada. La chaqueta arrugada, el pelo más revuelto de lo habitual y, en sus manos, un ramo de flores maltratado. Las flores no eran bonitas. Eran las flores de alguien que no sabía elegir flores. O de alguien que había elegido con las manos temblando.
Se sentó sin hablar. No nos miró. Solo se dejó caer en la silla como si el cuerpo le pesara más que nunca. Dimitri quiso decir algo, lo noté en el movimiento de su cuello, en cómo apretó los labios. Le hice una seña sutil con la mano: espera.
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Editado: 08.09.2025