Capitulo 9
POV Anya
Todavía tenía la frente pegada a la suya.
Todavía me ardían los labios.
Todavía no entendía cómo después de seis meses de rabia, distancia, odio mal digerido y promesas de no volver a mirarlo… había terminado besándolo.
—Lo siento por invadir tu espacio personal —dije. Mi voz salió más suave de lo que esperaba, casi como una disculpa que no quería dar.
Él no se movió. No se tensó. Pero tampoco me abrazó. Solo respiró. Esa forma suya de pensar sin hablar.
—Es tu pasatiempo preferido —respondió al final.
No pude evitar sonreír.
—Admite que te gusta.
Me miró. Y ahí estaba ese brillo raro en sus ojos. Como si no quisiera ceder, pero ya lo hubiera hecho hace rato.
—Admito que no me disgusta tanto.
Le pasé el pulgar por la comisura del labio. Tenía un poco de labial.
Ridículo.
Intenso.
Perfecto.
Y como si ese gesto lo asustara más que el beso, se apartó.
Se sentó en la cama con el ceño fruncido, sacudiéndose la tensión de los hombros. Su escudo de sarcasmo volvió a levantarse.
—Entonces… ¿rosa sucio es el color?
No le respondí. Lo miré fijo. Ya no iba a quedarme con nada guardado.
—¿Qué pasó con Honey?
Él alzó una ceja, sin sorpresa.
—Ella lo supo apenas me vio.
Mi pecho se apretó.
—¿Y te dejó venir conmigo así? ¿Sin nada?
—Bueno… —se puso de pie— me pidió algunas cosas a cambio.
Fruncí el ceño, no supe si molesta o herida.
—¿Cosas como qué?
Se encogió de hombros. Dio un paso hacia la puerta.
—Eso no te incumbe.
Y caminó como si la conversación hubiera terminado.
Pero no había terminado.
Me moví rápido. Me le puse enfrente, justo cuando estaba por pasar.
Le apoyé la mano en el pecho.
No con fuerza. Pero con decisión.
—¿Incluye contacto físico?
Se detuvo. Me miró como si estuviera loca.
—¿Qué clase de pregunta es esa? Tenemos contacto físico. Patinamos juntos —dijo
Lo tomé del suéter. Con los dedos aún temblorosos.
Lo atraje hacia mí. No mucho. Solo… lo suficiente.
Nuestros labios quedaron demasiado cerca otra vez.
Demasiado.
—Este tipo de contacto físico —susurré.
Y lo besé.
Corto.
Suave.
Preciso.
Como una firma. Como un recuerdo.
Él tragó saliva. Pude sentirlo.
—No acordamos eso.
Y para de besarme —dijo, apenas, como si estuviera más sorprendido que molesto.
No me alejé. Solo lo miré a los ojos.
—¿Qué acordaron?
Me sostuvo la mirada. Solo un segundo.
—Haz algo con ese vestido —respondió finalmente, ladeando la cabeza con una media sonrisa— o seremos nominados a los peores vestidos de la noche.
Y se fue.
Así.
Como si acabara de decir algo completamente razonable.
Como si no me acabara de robar el aire.
Como si no tuviera mis latidos hechos un desastre.
Me quedé sola. Otra vez.
Con el corazón enredado entre las costuras del vestido y las flores feas en la silla.
Y lo peor…
Es que sonreí.
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POV Lev
Entré a la cocina con la dignidad justa para no volverme a mirar en ningún espejo.
Tenía el corazón reventado y las manos vacías.
Bueno, no vacías. Seguían oliendo a flores baratas.
Pero había hecho lo que tenía que hacer. Y eso, supongo, cuenta como progreso personal.
Claire, Dimitri y Luci estaban sentados como si estuvieran esperando los resultados de una biopsia.
Los tres me miraron con la misma intensidad asesina que se reserva para los adolescentes que rompen cosas valiosas.
Me senté. Sin apuro.
Agarré una mandarina del frutero.
La pelé con calma. Necesitaba algo ácido en la boca que no fueran mis emociones.
Los tres hablaron al mismo tiempo:
—¿Qué pasó?
No contesté.
Estaba a punto de hacerlo, incluso. Pero entonces…
Entonces apareció ella.
Como un huracán. Como un terremoto.
Con ese vestido espantoso que tenía el color de un mueble viejo y la forma de una cortina sin forma.
—Aún tengo preguntas, Lev —dijo, apuntándome como si yo hubiera invadido su país.
Le di un mordisco a la mandarina.
—No lo arruines.
Luci soltó una risa que parecía más sufrimiento que otra cosa.
—Dios mío, eso está realmente horrible —dijo, señalando el vestido como si le hubiera hecho algo.
—Le dije exactamente lo mismo —añadí, masticando tranquilo.
Tranquilo por fuera. Por dentro era un incendio contenido.
Claire murmuró a Dimitri:
—Hay que ir de compras urgentemente.
Dimitri miró el reloj y soltó un suspiro derrotado.
—No sé si haya suerte a esta hora.
Y justo entonces…
El timbre.
Porque claro.
¿Por qué las cosas iban a estabilizarse, aunque fuera por dos minutos?
Claire se tensó como si esperara una inspección del gobierno.
Luci bajó la voz pero no lo suficiente:
—¿Será Honey?
Anya se sentó a mi lado. Tan cerca que podía sentir cómo se quejaban los botones de su vestido.
Sin pedir permiso (como siempre), me quitó la mitad de la mandarina.
Se la comió con cara de funeral.
La miré de reojo.
Y sonreí. Porque sí. Porque era ella.
Luci suspiró.
—Qué bonicos.
"Bonicos", dijo. Como si esto fuera una novela romántica y no un campo de batalla emocional con cítricos.
Dimitri fue a abrir la puerta.
Y entonces… el silencio.
Un silencio de esos densos, teatrales, donde todos los universos se alinean para arruinarte el día.
Claire se quedó petrificada. Luci dejó de respirar.
Yo seguí comiendo mandarina.
No porque no me importara.
Sino porque ya sentía la catástrofe venir y prefiero afrontarla con vitamina C en el sistema.
Desde la puerta, se escuchó la voz de Dimitri.
—¿Max?
Lo miré.
Y sí. Era Max. Con flores.
Con una bolsa que claramente tenía un vestido adentro.
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Editado: 11.08.2025