El Hielo entre nosotros

16

Capitulo 16.

Anya

Me pongo la primera camiseta que encuentro encima de la pijama, agarro la caja de costura de mi mamá —la que tiene todos los hilos y botones del universo— y salgo de la habitación intentando parecer tranquila.

Ahí está. Claire. Parada frente a la puerta de mi cuarto, con su taza de té, como un guardia nocturno.

Finjo sobresaltarme y pongo mi mejor cara de espanto:
—¡Dios! ¿Qué haces ahí? Pareces un fantasma bebiendo té.

Claire me observa, arqueando la ceja como si ya hubiera descubierto todo.
—¿A qué juegan Lev y tú?

Respiro hondo, improviso sin pestañear:
—A nada. Se le rompió un botón de la camisa y fue a buscarlo para que se lo cosiera. Pero como que lo espantaste.

Claire me mira de arriba a abajo y luego a la caja de costura que llevo.
—¿Vas a coserle un botón a Lev… a la una de la mañana?

—Sí, ¿por? —respondo seria, como si fuera lo más normal del mundo.

—Por nada —dice, avanzando hacia las escaleras—. Los acompañaré.

Abro la boca horrorizada.
—¡¿Para qué?!

—Para asegurarme de que quede bien —responde con esa calma pasiva-agresiva que solo Claire puede tener.

Suelto un gruñido ahogado, bajo detrás de ella refunfuñando en voz baja:
—Estúpido Lev… siempre haciendo todo legal…

Aprovecho que Claire va adelante para escribirle rápido un mensaje:

Anya: Arráncate un maldito botón de la camiseta. Voy con la policía detrás.

Cuando entro a la cocina, lo primero que veo es a Lev apoyado en la encimera. Al vernos, primero se congela… y luego, cuando ve la caja de costura y a Claire detrás de mí, suelta una carcajada espontánea que me dan ganas de golpearle.

Claire se cruza de brazos, sospechosa.

Yo, apretando los dientes mientras ensarto la aguja, le alargo el primer botón que encuentro.
—Toma —le digo seca, como si de verdad fuera el botón perdido de su camisa.

Lev lo recibe con una sonrisa torcida, bajando la voz solo para mí:
—Lo siento, amor.

—Cállate —respondo entre dientes mientras intento coserle el botón como si de verdad esto tuviera sentido.

Estoy ahí, con la aguja temblando entre los dedos, pegándole el primer botón que encontré a la camisa de Lev, mientras él me mira con esa sonrisa contenida que me hace querer estrangularlo… y besarlo al mismo tiempo.

Claire está apoyada en el marco de la puerta, tomando su té como si estuviera en una obra de teatro esperando la gran revelación.

—¿Y… ya casi? —pregunta, como quien no quiere la cosa.

—Ya casi —respondo con una voz demasiado dulce para ser real.

El silencio en la cocina es tan tenso que puedo escuchar mi propio corazón. Lev me mira de reojo y apenas se le mueve la comisura de los labios, intentando no reírse. Le clavo la aguja un poquito más fuerte de lo necesario a propósito.

—Auch —murmura bajito.

—Te lo mereces —susurro entre dientes.

Termino de pasar el hilo como si estuviera en un concurso de costura express, corto el sobrante y, sin pensarlo, muerdo el hilo como si eso hiciera más creíble todo este teatro.

—Listo —digo, levantando la cabeza y forzando una sonrisa que parece más bien una mueca.

Claire nos mira a los dos un largo segundo. Siento un sudor frío bajarme por la espalda. ¿Nos descubrió? ¿Va a llamar a todo el mundo? ¿Estoy a segundos de morir?

Pero entonces asiente, da un sorbo a su té y dice:
—Bien. Me voy a dormir.

Lev y yo no respiramos hasta que escuchamos sus pasos perderse en las escaleras.

En cuanto la escucho cerrar la puerta de su cuarto, suelto el aire de golpe y dejo la caja de costura en la mesa.
—Dios… —susurro, dejando caer la caja de costura—. Esto fue peor que cometer un crimen.

Lev se acerca, y la risa contenida en su voz me eriza la piel.
—Fue un crimen, Anya. Solo que aún no nos atraparon.

El corazón me late tan fuerte que me mareo.
—Subamos —le ordeno, agarrándolo de la muñeca.

—¿Y si nos ve? —susurra, divertido.

—No me importa —respondo, sintiendo el calor subir entre mis piernas—. Ya estamos condenados… así que terminamos lo que empezamos.

Cada escalón que cruje bajo nuestros pies se siente como romper una regla sagrada. Como escribir nuestro propio pecado. La casa duerme, pero siento que las paredes saben lo que estamos a punto de hacer.

Cuando llegamos frente a la puerta de mi cuarto, me doy la vuelta, lo agarro de la camisa y lo beso como si fuera la última vez en la vida. Sus manos me sostienen la cintura, su respiración es tan desesperada como la mía. Me separo apenas, con los labios rozando los suyos, y susurro entre jadeos:

—¿Lo tienes?

Lev se congela un segundo, y luego, sin apartar la mirada de mis ojos, mete la mano en el bolsillo de su pantalón. El plástico cruje apenas cuando lo saca y me lo muestra.

Siento una sonrisa pecadora dibujarse en mi cara. Lo beso de nuevo, más profundo, como si el mundo se acabara en ese pasillo.

—Ya estamos condenados… —le digo apenas en un hilo de voz—. Así que terminamos lo que empezamos.

Él abre la puerta a tientas mientras seguimos pegados, y entramos a la habitación sin romper el beso. Estoy tan perdida en la sensación de sus manos que tardo un segundo en notar la figura sentada en mi silla.

Una voz cortante atraviesa la oscuridad:
—Vaya, vaya.

Nos separamos de golpe como si nos hubieran echado un balde de agua helada. Claire está ahí. Perfectamente recta. Taza de té en mano. Mirada de verdugo.

El silencio que sigue es un asesinato lento.

—¿Dormir, no? —su voz es tan cortante que me corta el aire—. ¿O seguir cosiendo botones?

El corazón me cae a los pies. Siento que el condón todavía cruje entre mis dedos como una evidencia brillante de nuestro delito.

—Claire, esto no es… —balbuceo, pero su mirada me clava a la tierra.

—No me interesa tu versión, Anya. —Su tono tiene filo de cuchillo—. Quiero escucharla de él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.