Capitulo 15.
Lev empujó la puerta de la casa con el hombro, aún con el ramo de tulipanes frescos en la mano. El salón estaba en penumbra, salvo por la luz del pasillo. Max estaba sentado en el sofá, con los brazos cruzados y una mirada que podría perforar acero.
—Dame una razón para no golpearte, niño.
Lev ni siquiera parpadeó.
—No quiero hablar contigo. —Su tono fue plano, cortante, y siguió caminando hacia las escaleras.
La voz de Max lo alcanzó como un disparo:
—Deberías renunciar al Hielo si tanto la amas como dices.
Lev se detuvo un segundo, no más. Giró apenas la cabeza.
—Es una opción. Ya veremos.
Siguió su camino como si la conversación no hubiera pasado.
En el pasillo, Luci y Kai estaban apoyados en la pared, hablando en voz baja. Apenas lo vieron, sonrieron nerviosos.
—¡Lev! —lo saludaron casi al unísono.
Lev les devolvió el saludo con un gesto tranquilo, una media sonrisa que no le llegaba a los ojos.
—¿Era apoyo moral para Anya… o una cita entre ustedes? —preguntó con tono burlón.
Kai soltó una risa corta.
—Ambos, jeje.
—Lo siento… yo… —Luci bajó la mirada.
Lev levantó la mano y le despeinó suavemente el cabello.
—Tranquila. Ya nos has ayudado suficiente. Gracias.
Luci lo miró un momento y frunció el ceño.
—Estás muy melancólico. No vas a hacer ninguna estupidez, ¿verdad?
—Nop. —Lev sonrió apenas—. Solo voy a saludar a Anya y me voy a dormir.
Desde el salón, la voz de Max retumbó como un recordatorio:
—Con la puerta abierta. Los estoy vigilando.
—Ajá —murmuró Lev, sin siquiera girar la cabeza.
Pasó por la cocina y encontró a Claire y Dimitri sentados frente a tazas frías de café. Ambos tenían esa expresión de padres que sienten que la vida les está ganando.
—Lev… hola. Llegaste temprano. —Claire intentó sonreír.
—Solo quería un par de fotos y ya las tomaron. —Abrió la alacena y sacó un bote de Nutella y dos cucharillas.
Dimitri se aclaró la garganta.
—Sobre lo que está pasando con la prensa y tu futuro en el Hielo… y también lo de las universidades…
Lev cerró la alacena y lo miró directo a los ojos.
—¿Podemos hablarlo otro día? Hoy ya he tenido suficiente. —Su voz era seca, casi helada.
Dimitri asintió en silencio.
—Sí… ok.
Lev recogió las flores, el bote de Nutella y las cucharillas. Antes de salir de la cocina, se giró hacia Claire.
—Dejaré la puerta abierta. Tranquila.
Claire se quedó inmóvil, con un nudo en la garganta.
—Está bien…
Subió las escaleras sin prisa, pero tampoco dudando. Cuando llegó a la puerta de Anya, golpeó suavemente con el codo, equilibrando como podía las flores y el bote.
La puerta se abrió de golpe. Anya estaba roja, con los ojos aún brillantes, pensando que era Max o Claire.
—¡Ya déjenme en paz!
Se detuvo al verlo. Allí estaba Lev. Parado, despeinado, con un ramo de tulipanes en una mano y la Nutella en la otra.
—Hola. —dijo él, con una media sonrisa cansada.
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Anya
—¿Por qué estás encerrada? —fue lo primero que dijo Lev apenas entró. Su voz sonaba tranquila, pero tenía ese filo que me hacía sentir desnuda.
Me encogí de hombros, intentando hacerme la indiferente.
—Quedamos que ibas a estar tranquila. Pero veo que te has peleado con todos.
Solté una risa corta, amarga.
—Sí, bueno… estoy de mal humor.
Él no me sermoneó. Solo se sentó frente a mí, abrió el bote de Nutella y me puso una cuchara en la mano.
—Chocolate.
Tomé una cucharada generosa y la llevé a la boca. El sabor dulce se me quedó pegado al alma.
—Dios… esto se siente como la gloria.
La sonrisa torcida de Lev me hizo sentir otra vez ese calor extraño en el pecho.
—Un “gracias” no estaría mal.
—¿Cómo te fue? —pregunté directo, firme. Más de lo que quería sonar. Ya había visto las fotos de él y Honey. Ya me había armado toda una película en la cabeza.
Él suspiró, se quitó el saco del traje, luego los zapatos, como si viniera de una guerra y mi habitación fuera tregua. Se sentó a mi lado en la cama.
—Bien. El objetivo fue cumplido. Las fotos fueron tomadas.
Sus ojos se encontraron con los míos.
—Estoy seguro de que ya las viste.
Metió su cuchara en el bote de Nutella y probó un poco.
—Se veían muy bien. —murmuré.
Él sonrió, pero no era felicidad.
—Nosotros también.
Ese “nosotros” me dolió en las costillas. Bajé la mirada.
—No hay nosotros que no lastime, Lev…
Silencio. Solo el sonido de mi respiración quebrándose un poco.
Entonces él habló, bajo, casi un susurro que me heló la sangre:
—No lo vuelvas a hacer.
Levanté la vista. Sus ojos no temblaban.
—Porque si vuelves a dejarnos, no voy a esperarte más. Te lo juro.
La cuchara en mi mano tembló. Y no supe si quería llorar, gritar o abrazarlo hasta que se callara.
—No voy a irme a ningún lado sin ti, y no me amenaces —le suelto entre dientes.
Lev frunce el ceño, esa forma fría que me revienta los nervios.
—Entonces deja de decir estupideces.
—No son estupideces, es verdad.
Se incorpora de la cama, toma el saco que había tirado.
—Me voy, estás insoportable.
La sangre me hierve, agarro el cojín más cercano y se lo aviento directo a la espalda.
—¡Regresa aquí ahora!
Se voltea, medio incrédulo, medio molesto.
—No quiero, me fastidia escucharte decir que no funcionamos.
No pienso, solo actúo. Me levanto rápido, cierro la puerta de golpe. El pestillo hace un “clic” que retumba en la habitación.
—¡Anya, abre! —su tono cambia, hay nervios ahí—. Tuve una advertencia de Max y le aseguré a Claire que dejaría la puerta abierta.
Me apoyo contra la puerta y lo miro directo a los ojos.
—Ellos hablaban de separarnos. Los escuché a los tres en la cocina.
Lev suspira, largo, cansado, como si el aire pesara.
—Pensé que ya habíamos superado esa fase. Que Claire y Dimitri lo habían aceptado… incluso Max.
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Editado: 11.08.2025