Capitulo 20
POV: Anya
Auto.
El aire aún vibra. Es húmedo, denso. Huele a sudor, a piel recién marcada, a deseo satisfecho… y a ganas de más.
Anya respira hondo, todavía temblando. Busca su camiseta entre los asientos. Nada.
—¿Dónde quedó mi camiseta? —pregunta en un susurro entrecortado, casi jadeante. Sonríe, pero su voz aún tiembla—. Dios... y si alguien nos vio…
Lev, con el torso desnudo, el cabello revuelto y los labios aún húmedos, apenas gira la cabeza. Esa sonrisa ladeada, peligrosa, que aparece cuando está a punto de hacer algo que sabe que debería evitar.
—¿Y si sí? —musita—. Lo haría igual otra vez. Solo que más lento.
Ella se ríe, pero el sonido se le enreda en la garganta. Lo mira de reojo.
—Eres un animal.
—Y tú… no te detuviste ni una sola vez.
Anya encuentra la camiseta, arrugada, empapada de calor. Se la pone al revés, sin notarlo. Luego se recoge el cabello, enredado, sudado, como si cada mechón aún supiera el camino de sus manos.
—Esto —susurra— se sintió como un vaso de agua cuando alguien se muere de sed.
Lev la observa como si la desnudara otra vez con la mirada. Con una ternura que quema. Con un hambre que no se sacia.
—Si yo hubiese sabido que el sexo era así de bueno… lo habría hecho antes —dice ella, sin filtros, con la voz aún ronca del clímax.
Lev la mira. La sonrisa se le borra.
—¿Ah, sí? —pregunta seco—. ¿Con quién, a ver?
Ella parpadea, inocente… y peligrosa.
—Contigo. ¿Con quién más? —responde sin dudar, con una seguridad que le desarma el pecho.
Lev no dice nada. Solo la mira. Como si el deseo se le renovara solo con oírla.
Se visten torpemente. Brazos chocando. Rodillas tocándose. Respiraciones desordenadas. Ella trata de arreglar su reflejo en el espejo retrovisor.
—Parecemos... dos adolescentes que acaban de descubrir lo prohibido.
—¿Y no lo somos? —pregunta él, sin despegarle la vista del cuello.
Ella se detiene. Le lanza una mirada por encima del hombro. Una de esas que dicen “tócame otra vez y no respondo”.
—Dime algo… —dice, bajando la voz—. ¿Con cuántas lo hiciste antes de mí?
—No voy a decirte eso —responde él, encendiendo el coche. La mirada fija al frente. Pero los nudillos, blancos de tensión.
—¿Por qué no?
—Porque… es íntimo.
—¿No confías en mí?
—Sí. Pero igual no quiero decírtelo.
—Habla —insiste ella, ahora con una sonrisa lenta, venenosa, mientras se vuelve a mirar al espejo—. Dios… tengo la boca hinchada. Me dejaste marcada.
Lev se muerde el labio. Suspira.
—Seis.
Ella se gira tan rápido que el cinturón le aprieta el pecho.
—¿¡Seis!? ¿Contándome?
—Sin contarte —murmura, como si esperara una explosión.
—¡NO PUEDO CREERLO! ¡SEIS! ¿Tenías un club de fans o qué?
—Dios, no sé por qué te lo conté…
Lev sigue al volante, quieto. El auto ya está apagado, pero ninguno se baja.
Anya lo observa, todavía agitada por todo lo que acaba de pasar. Por todo lo que acaba de sentir.
—Seis, ¿eh? —murmura, sin mirarlo del todo—. Así que soy la número siete.
Lev gira lentamente la cabeza hacia ella, con expresión de "por favor, no empieces".
—Estoy ofendida —añade ella, llevándose una mano al pecho—. Siete es un número tan… impersonal. Parece que me tocó por sorteo.
Lev suelta un suspiro largo y deja caer la cabeza contra el volante con un golpe seco.
—¿Ves por qué no quería decirte nada? —masculla, con la voz apagada contra el cuero—. Dios, qué idiota fui.
Ella lo mira. Con los brazos cruzados y las piernas todavía algo temblorosas, pero la mente ya corriendo en círculos.
—Creo saber quiénes fueron las primeras dos —dice, con tono filoso—. Lara, la del club de patinaje, y Sofía, la del viaje a Francia, ¿me equivoco?
Lev levanta la cabeza y la mira… y entonces se ríe. Una carcajada real, esa que rompe cualquier tensión.
—¿¡Sofía!? Anya, por favor. Sofía me vomitó encima en ese viaje. Después de comer ostras.
—¡Ajá! Lo sabía, lo niegas porque fue horrible.
—Basta. —dice él, riendo y negando con la cabeza—. Eres demasiado intensa.
Ella frunce el ceño.
—No es intensidad, es curiosidad emocional.
—Es acoso emocional —responde él, pero sonríe.
Anya lo mira. Ahora sin sonrisa. De pronto más frágil.
Cruza los brazos y suelta, sin adornos:
—Quiero que me cuentes.
Lev se queda quieto.
—Me siento mal —continúa ella, bajando un poco la voz—. No tengo experiencia. No como tú. Y... no sé, no quiero ser solo “una más”.
¿Te gustó con ellas? ¿Fue igual?
Él gira lentamente el rostro hacia ella. La observa. La mira tan hondo que casi duele.
—¿En serio crees que fue igual? —le pregunta, casi en susurro—. ¿Después de lo que pasó ahí atrás? ¿De cómo temblabas? ¿De cómo no podía dejar de tocarte?
Ella traga saliva. Lo siente otra vez, bajo la piel.
—Es solo que... me asusta que no sepas lo que significó para mí.
—Lo sé —responde él—. Porque para mí fue lo mismo.
Se miran.
No hay risas ahora.
Solo esa verdad que se siente demasiado desnuda.
—Te digo algo —añade Lev, con suavidad—. Ojalá hubieras sido la primera. Porque si lo hubieras sido... habría entendido desde el inicio qué era realmente estar con alguien.
Ella parpadea. No sabe si reír o llorar.
—¿Y ahora qué? —susurra.
Lev se inclina. Le toma la mano.
—Ahora nos olvidamos del número. Y nos quedamos con lo único que fue real.
El silencio entre ellos se ha vuelto espeso otra vez. Pero ya no es incómodo. Es ese silencio posterior a una tormenta que te deja el cuerpo tibio y el alma enredada.
Anya lo mira de reojo. Lev parece tranquilo, pero ella ya conoce esa quietud. Es la misma que tiene antes de lanzarse a una rutina arriesgada o de besarla como si no fuera a volver a verla.
Ella se muerde el labio, aún sintiendo su sabor en los suyos, y pregunta con una sonrisa ladeada:
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Editado: 11.08.2025