Capitulo:27
POV: Anya
Hospital – Habitación 208
La puerta se abre con cuidado.
Doy un paso y me detengo en seco.
Lev duerme profundamente, la cabeza apoyada sobre el pecho de su padre.
Dimitri lo abraza con un brazo, como si hubiera nacido para eso. Como si nunca hubiera dejado de hacerlo.
Me quedo quieta.
No debería estar aquí.
Estoy por dar un paso atrás —irme, no interrumpir— cuando Dimitri alza la mirada.
Con su mano libre, me hace una seña: ven.
El gesto es suave, nada exigente. Un si quieres que me quiebra por dentro.
Dudo.
Pero mis pies se mueven solos.
Camino hacia ellos.
Me siento al otro lado de la cama, sin decir nada.
—El doctor me contó que mi hija me hizo un buen RCP —susurra Dimitri, sin moverse.
Lo miro. Apenas sonrío.
—No tengo idea de qué fue lo que hice, ni cómo. Solo actué por impulso… y seguí las instrucciones de Max.
Dimitri asiente, casi divertido.
—Pues qué bueno… Tu impulsividad no siempre es un defecto. A veces es un don.
—Solo hoy.
Y entonces me pasa. Me quiebro.
Lloro bajito, sin querer despertarlos. Sin fuerza.
—Sentí mucho miedo.
Dimitri me mira, con una ternura agotada.
—Lo siento, Anya. No fue mi intención.
(Silencio)
—Gracias por salvarme.
FLASHBACK
Hace 8 años. Acto del Día del Padre.
Tenía diez.
Había pintado una cartulina con la palabra Papá y una figura que se parecía vagamente a Max.
Sabía que no iba a venir.
Otra vez.
Estaba sentada en la fila delantera del auditorio, con su silla vacía a mi lado.
Como cada año.
Pero esta vez, esa silla… no quedó vacía.
Dimitri apareció.
Me sonrió. Se sentó. Aplaudió más fuerte que todos.
Desde ese día, nunca más estuve sola un Día del Padre.
Ni una Navidad.
Ni un cumpleaños.
PRESENTE
—Tú también me salvaste —digo, en voz baja—. Gracias.
Dimitri me mira, y en su silencio hay una respuesta.
Una promesa sin palabras.
Lev suspira en sueños.
Y por un momento, parece que estamos todos donde debimos haber estado siempre.
Dimitri sigue acariciando con los dedos el cabello de Lev, como si necesitara memorizar su textura.
—Lo que pasó hoy... —digo, con la voz aún quebrada— tiene que ver con que Lev y yo estemos juntos.
Podemos... dejarnos. Esperar un poco más.
Dimitri gira levemente el rostro hacia mí, con una media sonrisa cansada.
—Lev me acaba de decir lo mismo.
Miro a Lev dormido. Su ceño aún fruncido, incluso en reposo.
Debe estar desesperado si ofreció eso.
—Pues ya ves cómo te queremos —susurro.
Dimitri suspira. Asiente.
—Lo sé. Y no quiero que se separen. No me importa lo que piense nadie. Solo quiero que sean felices, los dos.
(Silencio)
—Además, lo que pasó no tiene nada que ver con ustedes. Fue por… otra cosa.
Lo miro, alerta.
—¿Otra cosa?
—Es algo de Lev —dice con voz grave—. Pero te lo contaré cuando estemos solos.
La ansiedad me atraviesa como una descarga.
Me doy vuelta hacia Lev, sin pensarlo. Y sin ninguna sutileza, le sacudo el brazo.
—Lev.
Nada.
—¡Lev!
Lev da un respingo violento, como si saliera de un mal sueño. Se incorpora bruscamente y—¡paf!—se golpea la frente con la lámpara de la pared.
—¡Auch, mierda! —masculla, llevándose la mano a la cabeza.
En ese mismo instante, se abre la puerta. Claire entra con una bandeja: cena, dos cafés, panecillos. Mira la escena y suspira como madre agotada.
—¡Anya! —la regaña, sin levantar mucho la voz pero con la autoridad justa—. ¿No podías dejarlo dormir cinco minutos más?
—¿Y a él no le da vergüenza? —digo, cruzándome de brazos—. Tenía que cuidar a Dimitri y terminó el paciente cuidándolo a él.
—Baja la voz, esto es un hospital, no un mercado municipal —protesta Lev, sin abrir del todo los ojos.
—“Baja la voz, esto es un hospital, no un mercado municipal” —lo imito en tono burlón, con el mismo acento.
Lev me lanza una mirada de advertencia.
—Eres infantil.
—“Eres infantil” —repito, igual que él.
Lev se levanta y camina hacia mí. Lento, pero con una mirada que no es de juego.
—Ya basta, Anya. No juegues conmigo.
—“Ya basta, Anya. No juegues conmigo.”
Lev frunce el ceño, irritado, y se gira hacia Claire.
—¿Le puedes decir algo?
Claire deja la bandeja sobre la mesita y toma aire... como si estuviera considerando seriamente si lanzarse por la ventana o dejarnos sin postre a todos.
—Anya ya para por favor, no estamos para juegos.
—Que se quede —dijo Dimitri, señalando a Anya con un gesto suave de la mano.
Claire parpadeó, como si no hubiese oído bien.
—¿De verdad? —inquirió, sin poder ocultar su incredulidad—. ¡Tiene dieciséis! No va a cuidarte mejor que yo.
—Me hizo un buen RCP —respondió él con una sonrisa torcida—. Y me dio terapia de risa. Es una enfermera designada. No puedo despedirla sin justa causa.
Lev, que seguía recostado en el sofá, levantó la cabeza con expresión ofendida.
—¿Y yo qué? —preguntó, cruzándose de brazos.
Dimitri giró el rostro hacia él, incómodo.
—¿Te estás poniendo celoso de Anya? Pensé que la amabas.
—Que la ame no significa que me encante que le cumplas todos los caprichos —masculló Lev, bajando la mirada—. Yo soy tu hijo.
—¡Yo soy tu hijo! —saltó Anya, alzando una mano como si estuviera en clase.
Se giró hacia Lev con el ceño fruncido—. A ver, ¿cuántas cartas le has dado por el Día del Padre?
Lev tragó saliva. El silencio que cayó fue casi cómico.
—Eso qué importa —respondió al fin, sin convicción.
—Importa. Mucho.
—Anya levantó el mentón con aire triunfal—. Yo le he dado seis. Gané. Me quedo.
Claire resopló.
—Te vas a casa con Lev —ordenó con firmeza.
—¿Sola con Lev? —Anya entrecerró los ojos—. ¿Es una trampa?
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Editado: 11.08.2025