Capitulo 29.
POV: Anya
Domingo –
Salón – Casa de Claire
Cuando abro los ojos, los créditos ya están subiendo por la pantalla. La música de la película sigue sonando suave, y la luz azul del televisor tiñe todo de un tono tranquilo.
Parpadeo un par de veces, tratando de recordar dónde estoy. Lo primero que noto es el peso cálido sobre mis piernas.
Lev.
Dormido.
O algo muy parecido.
Su cabeza está apoyada en mi regazo, su respiración es lenta, profunda. Sus cejas no están fruncidas, por primera vez en días. Tiene una mano sobre su estómago, la otra caída al costado, tocando la alfombra como si se aferrara al suelo para no flotar.
Le acaricio el cabello despacio, en silencio.
No quiero despertarlo.
Dios sabe que necesita este descanso más que nadie.
Y mientras paso los dedos por su cabeza húmeda, pienso en su madre. En la tumba. En la imagen de él, de rodillas, con el rostro roto.
Y se me forma un nudo en la garganta.
Perder a una madre…
No puedo imaginarlo.
No me imagino la vida sin Claire.
Sin su voz firme cuando estoy por hacer una locura.
Sin sus manos frías en mi frente cuando estoy enferma.
Sin su risa irónica, su mirada que lo ve todo.
Sin esa forma suya de protegernos… incluso de nosotros mismos.
Me dolería más que cualquier golpe.
Y Lev...
Lev ha aprendido a respirar con un hueco en el pecho.
Y aún así, sigue aquí.
En mi regazo.
En casa.
Conmigo.
El sonido de una puerta abriéndose rompe el silencio.
Me incorporo un poco, sin moverlo demasiado.
Max entra con una bolsa gigante de KFC en una mano y una botella de Coca-Cola en la otra.
Se detiene en seco al ver la cocina.
—¿Qué fue lo que pasó? —pregunta, mirando a su alrededor como si acabara de entrar a una zona de guerra.
Harina en las sillas. La sartén quemada todavía en la encimera. La masa petrificada dentro del horno. Una cuchara colgando de la lámpara como una amenaza pasiva.
—Está dormido. No hagas ruido —le susurro, llevándome un dedo a los labios.
—Ya me desperté —murmura Lev, con los ojos aún cerrados, sin moverse de mi regazo—. Max no sabe ser silencioso. Es tu padre.
—Joder —dice Max, bajando la voz, pero sin disimular la risa—. Voy a tomar fotos porque acabo de llegar, no soy culpable de esto.
Saca el móvil como si estuviera documentando una escena criminal. Lev sonríe débilmente, sin abrir los ojos.
—Qué práctico, Max —susurra, apenas audible.
Max se agacha a nuestro lado. Nos toma una foto. Luego otra. Y otra.
—Esto va directo a Claire —anuncia, escribiendo en el móvil con rapidez—. Que quede claro quiénes fueron los culpables.
—Eres un cotilla —respondo, frunciendo el ceño mientras le lanzo un cojín que esquiva sin esfuerzo.
—Soy un hombre que cuida su integridad física. ¿Tú no sabes lo bien que da miedo tu mamá?
—Miedoso.
—Inteligente —corrige, levantando la bolsa de comida como una bandera de paz—. A comer.
---
POV: Claire
Domingo – 21:26 p.m.
Habitación 507 – Hospital General
El sonido del monitor cardíaco es monótono.
Constante.
Hipnótico.
Podría dormir con ese ritmo si no me mantuviera tan despierta la idea de que podría detenerse en cualquier momento.
Dimitri duerme. O al menos eso intenta. Sus ojos están cerrados, pero no hay paz en su rostro. Ni en su cuerpo, lleno de tubos, parches, cables.
La habitación está en penumbra, apenas iluminada por la pantalla del monitor y la lámpara suave del pasillo que se cuela por debajo de la puerta.
Estoy sentada en el sillón de visita, con los brazos cruzados y la espalda recta. No porque esté cómoda, sino porque sentarme con la guardia baja nunca me ha funcionado.
Miro su rostro.
Las canas nuevas. Las arrugas que no tenía la última vez que lo vi dormir.
Las marcas que dejó el tiempo, y las que dejó la culpa.
Y me duele.
Me duele más de lo que debería.
Mi móvil vibra sobre la mesita. Una foto de Max aparece en pantalla. La cocina. Un desastre. Harina en el suelo, ollas por todas partes. Y un mensaje:
> "Ellos fueron los culpables. Yo traje pollo. Soy inocente. Que conste."
No puedo evitar una sonrisa. Me imagino a Lev con cara de resignación. A Anya, en modo guerrera medieval.
Y a Max… huyendo estratégicamente como siempre. Pero igual me tiembla un ojo, no puedo evitar pensar como mi cocina, mi templo está hecho un caos.
—¿Qué pasa? —pregunta Dimitri, con los ojos aún cerrados, como si sintiera mi risa antes que el sonido.
—Tus hijos están incendiando la cocina —respondo, sin levantarme.
—¿Y Max?
—Negándolo todo.
Dimitri abre un ojo. Luego el otro. La luz del monitor le da un tono extraño a la piel, como si fuera más frágil de lo que quiere parecer.
—¿Anya está con Lev?
—Sí.
—Menos mal.
Asiento. No hace falta decir más. Segundos después la llamada entra, es Max. Contesto, finjo indignación o realmente la suelto:
—¡¿QUÉ LE HICIERON A MI COCINA?!
Mi voz rebota por toda la habitación como si alguien acabara de confesarme un crimen.
En la pantalla del móvil, Anya se encoje de hombros, con la típica sonrisa culpable que usa desde que aprendió a caminar.
—Hola a ti también, mamá.
—No me distraigas. ¿¡Eso es masa en la lámpara!? ¿Quién en su sano juicio lanza masa hacia arriba?
—Fue accidental. Bueno… más o menos. Técnicamente fue parte de la terapia de Lev.
—¿QUÉ?
—Sí, o sea… el cocinar juntos. El desastre fue un efecto secundario. Pero si eso es un problema, también podemos probar con otras cosas que funcionan, como—
—Ni se te ocurra —la interrumpo, alzando un dedo como si pudiera atravesar la pantalla con él—. Pásame a Max. Ya.
—Ok, jiji.
El móvil cambia de manos. Max aparece, masticando pollo frito como si no estuviera en medio de un interrogatorio.
#948 en Novela romántica
#385 en Chick lit
#23 en Joven Adulto
romanc problemas friends to lovers, #amor #amistad #newadult #rivalstolovers, patinajesobrehielo
Editado: 11.08.2025