Capítulo 30
POV: Anya
Lunes – 08:38 a.m. – Pasillo trasero de la pista
Lo alcanzo a unos metros de la salida, con el corazón latiéndome en los oídos.
—¡Lev! —grito. Él no se detiene.
Corro más rápido. Lo agarro del brazo.
—¡Lev, espera!
Se da la vuelta con la mandíbula tensa, los ojos ardiendo de furia y dolor.
—No pienso volver —escupe—. No quiero darle ni un solo triunfo más a ese cabrón. Insulta al deporte con su ego. Insulta a Thiago. Te insulta a ti. No puedo aceptarlo, Anya. No quiero.
—Después de las nacionales, el contrato se acaba. No tienes que seguir patinando para él. Puedes largarte. Podemos largarnos todos. Pero no así.
—¿Y cómo quieres que sea, entonces? ¿De rodillas? ¿Agradecido? ¿Aguantando sus reglas solo para que él gane dinero con mi talento?
—No. Quiero que compitas contra mí —respondo, firme. Él parpadea—. No quiero que me dejes ganar. Quiero que compitas en serio. Porque me siento humillada. Sé que no tengo tu talento, lo sé, Lev. Eres increíble. Nadie lo tiene. Pero yo también soy buena. Muy buena.
Lev me mira. Y su voz baja, con una sinceridad que me desarma, dice:
—Eres muy buena. No dudes de eso nunca.
—Entonces compite contra mí —insisto—. Quiero callar a Mirov. Él no cree en mí. Nunca lo hizo. Y aunque sé que su opinión no debería importar… importa. Porque quiero que vea que se equivocó. Por mí. Y por Thiago.
Lev frunce el ceño, dubitativo.
—Thiago me dio su confianza —continúo—. Me abrió la puerta para volver al hielo cuando nadie más lo hizo. Me eligió como su compañera. No quiero fallarle. Quiero entregarlo todo. Hasta mi última pirueta. Y quiero que compitamos contra el mejor. Quiero ganarle al mejor. Y ese, Lev… eres tú.
Lev cierra los ojos un segundo, como si estuviera peleando contra sí mismo.
—Dios... ¿por qué me haces esto? No quiero ver a Mirov ni un segundo más.
—¿Tú crees que yo sí? —respondo, alzando una ceja.
Me lanza una mirada furiosa. Suelta el aire entre los dientes.
—Te odio. De verdad.
Le sonrío.
—Me amas, lo sé. Gracias.
Su expresión cambia. Resignación. Cariño. Rendición.
—Al menos dame un beso —murmura.
—¿Aquí? Puede vernos alguien…
Lev mira a los alrededores. Hay gente cruzando pasillos, asistentes, patinadores, cámaras. Suspira.
—Qué fastidio. Casi nos liberó.. y tú vuelves a cerrar la puerta y le pones un candado. ¿Te gusta que nos veamos a escondidas?
—Me gusta la adrenalina —respondo, levantando una ceja.
Él me toma de la mano. Me guía sin soltarme hasta uno de los vestuarios vacíos. Abre la puerta, me hace entrar, la cierra. Traba el seguro. Y me mira, serio.
—Antes patinaba por Lenna —dice, su voz baja, casi reverente—. Pero este… este no es el hielo que ella me enseñó a amar este deporte. Este hielo es hostil. Falso.
No digo nada. Solo lo escucho.
—Pero patinaré por ti. Así que haz que valga la pena.
Le sonrío. Es una sonrisa desafiante. Feroz. Mía.
—Te haré quedar en ridículo, amor. Espero que tu ego no sufra daños irreversibles.
Él se ríe, suave. Como si por fin respirara.
—Me gustará verte intentarlo. No me decepciones.
Da un paso hacia mí. Sus labios apenas a centímetros de los míos.
—Es una declaración de guerra —murmuro.
Y lo beso.
El beso empieza suave, como si ambos quisiéramos saborear lo inevitable. Pero hay demasiadas palabras no dichas. Demasiado ruido en nuestras cabezas. Y de pronto, es como si todo eso se apretara entre nuestros cuerpos, queriendo salir.
Lev me empuja despacio contra la pared, sus manos firmes en mi cintura, como si necesitara comprobar que sigo ahí. Yo no espero. Mis dedos se enredan bajo su camiseta, tocan su piel caliente, tensa, viva.
No hay silencio. Se oye su respiración agitada, el roce áspero de nuestras ropas, el leve golpe de su espalda contra el banco al tropezar mientras intenta quitarme la chaqueta sin dejar de besarme. Su boca baja a mi cuello, y me muerdo el labio para no gemir. Me hundo en su olor: jabón, hielo y algo más profundo. Él.
—Dios —susurra con voz ronca, contra mi clavícula—. Eres un castigo.
—Y tú —respondo, bajando la cremallera de su chaqueta— eres una maldita distracción.
Nos reímos, cortos, entre dientes, con esa desesperación que no permite más demora.
Sus manos suben por mi espalda, se deslizan bajo mi camiseta como si la conocieran de memoria. Su boca vuelve a la mía. Esta vez no es dulce. Es hambre. Es rabia. Es ternura disfrazada de urgencia.
Mis dedos encuentran el botón de su pantalón y lo desabrochan con una facilidad que me hace sonreír.
—Aprendes rápido —murmura, jadeando.
—Solo lo que me gusta —le devuelvo, mientras nuestras frentes se tocan y su aliento choca con el mío.
Me toma de la cadera, me alza apenas, me sienta en el banco sin dejar de besarme. Me siento temblar, pero no de miedo. De liberación.
No estamos jugando a escondernos. No esta vez. No estamos huyendo. Nos estamos encontrando justo en medio del caos. Rompiendo las reglas que ya no queremos seguir.
Lev me mira, su frente aún pegada a la mía. Su voz es apenas un suspiro.
—Esto es trampa, Anya.
— ¿Estás ofendido ?—le respondo.
—Estoy complacido.
Lo que sigue no tiene forma de describirse sin que algo se quiebre.
Es rápido. Intenso. Desprolijo. Una necesidad cruda.
Pero también es entrega. Es amor.
El banco de madera cruje levemente bajo el movimiento. El eco de nuestros jadeos llena el vestuario vacío. Mis uñas se clavan en su espalda, su boca encuentra mi pecho con una reverencia apresurada. Mis piernas lo rodean, no solo para mantenerlo cerca. Para no dejarlo ir nunca más.
Hay sudor, aliento, calor. Manos que aprietan. Labios que buscan. Cuerpos que hablan sin palabras.
Y cuando por fin el mundo parece detenerse, cuando nuestras respiraciones son lo único que queda, Lev se queda quieto. Su cabeza apoyada sobre mi hombro. Mi corazón desbocado bajo su pecho.
#1132 en Novela romántica
#439 en Chick lit
#27 en Joven Adulto
romanc problemas friends to lovers, #amor #amistad #newadult #rivalstolovers, patinajesobrehielo
Editado: 30.08.2025