Capítulo 31
POV: Honey — Lunes — Oficina de Mirov
Estoy sentada en el sillón frente al escritorio de papá. La espalda recta, pero los hombros tensos, como si llevara un peso invisible. Mis manos, apretadas en puños sobre las piernas, tienen los nudillos blancos. El aire se siente denso, casi incapaz de llenar mis pulmones.
La traición me quema más que cualquier miedo.
Lev me abandonó. Después de todo lo que hice por él, de lo que creí que éramos… me dice que no renovará contrato, que se va. El golpe no duele en la piel, pero siento un impacto directo en el pecho.
La rabia sube por mi garganta, caliente, ordenando mis pensamientos.
—Esto no termina aquí —me susurro, con voz firme que roza un gruñido—. No voy a ser la víctima.
Recorro la oficina con la mirada: la madera pulida, las carpetas alineadas con precisión, la luz que se cuela en líneas duras a través de las persianas. Este es mi terreno, el tablero que mi padre me dejó. Esta vez moveré todas las piezas a mi favor.
Recuerdo la voz cortante de papá: “Tienes que sacar a Anya de la ecuación. Haz que dude. Provoca.”
Mis dedos aprietan aún más. Tomo el teléfono del escritorio, frío contra mi piel. Abro la galería y repaso fotos, mensajes... buscando grietas. Si logro que Lev dude de Anya, y que ella dude de él, todo se derrumbará.
Ya no soy la chica que cuidaba por compasión.
Ahora sé que para ganar, hay que ensuciarse las manos.
Me pongo de pie. Mi respiración se controla, la mirada fija en un punto invisible. Esta vez, yo marco las reglas.
Y no pienso perder.
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Entro al pabellón con los ojos hinchados, la piel irritada y las pestañas aún húmedas. Quiero que Lev me vea así: dolida, pero con la rabia contenida en cada músculo.
Está junto a Anya, hablándole en voz baja. Cuando me ve, se separa.
—Ya vuelvo —me dice.
Anya me observa desde la distancia, con el ceño fruncido y los labios tensos.
Lev se acerca como quien mide cada paso, la voz baja para no romper algo frágil.
—¿Estás bien?
—Perfecto —respondo firme, dejando que la amargura asome como una arista cortante—. No te preocupes.
Frunce el ceño, evaluándome.
—Estabas llorando. ¿Mirov te dijo algo?
—Que mi contrato termina en las nacionales. —La frase cae como un bloque.
Él se queda inmóvil unos segundos, los hombros rígidos.
—¿Cómo es posible?
—¿De verdad me haces esa pregunta?
Baja la mirada, como si el peso de mis palabras le encorvara.
—¿Es por mí?
—Claro que es por ti. Éramos un equipo, o eso creía. Pero decidiste que los caprichos de tu novia son lo único que importa.
Se acerca un paso, la culpa en sus ojos.
—Honey, no fue por eso. Fue Mirov…
—¿Mirov te obligó a dejarme sola, sin pensar en mí? —lo interrumpo, cada palabra afilada.
No responde.
—No. Eso fuiste tú, pensando en Anya. Como siempre.
Me giro y entro al hielo. El frío me golpea en las piernas, pero no frena mi paso. Escucho sus cuchillas siguiéndome, y la mirada de Anya se clava en nosotros como una aguja desde el otro lado.
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POV: Anya — Lunes— Pista de hielo
No sé qué le dijo, pero Lev está desarmado. Sus ojos azules, normalmente firmes, ahora se ven apagados y clavados solo en Honey. Hay algo pesado en su postura, como si el aire se le negara.
Un calor incómodo me sube por el pecho, mezclado con un frío que me paraliza los dedos.
¿Será que sí siente algo por ella? ¿Que lo nuestro no es tan irrompible como creí?
Me quedo quieta, clavada en el hielo como si mis patines se hubieran fundido con él. No puedo moverme, solo mirar cómo el chico que amo se inclina hacia otra, atrapado en algo que no puedo tocar.
La voz de Thiago rompe la presión.
—Eres más inteligente que esto.
—¿Qué? —mi mirada sigue fija en ellos.
—Ella está jugando con él. Con su culpa.
Lo miro, intentando descifrar si exagera.
—Y él solo la mira a ella. Le cree.
—Y tú ya estás celosa —me lanza, directo—. ¿De verdad dudas de Lev?
Siento un nudo en la garganta.
—Dudo de Honey. Sé que él la quiere.
—Como amiga —aclara Thiago—. Tú ya sabes la verdad, pero igual eliges sentirte mal.
Respiro hondo, el aire me corta.
—¿Qué puedo hacer?
—Confía. Patina. Y listo.
Asiento.
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Me lanzo al hielo. El sonido de las cuchillas cortando la superficie acompaña mi respiración, que poco a poco se regula. Los ojos de Lev y Honey se sienten en mi espalda, pero no me detienen.
Cada giro, cada salto, es un recordatorio de que puedo responder sin palabras. Thiago me sigue de cerca, firme, corrigiendo con precisión.
Al terminar, mi cuerpo vibra de esfuerzo y energía. El frío de la pista ya no es enemigo: es mío.
Al otro lado, Lev y Honey se mueven con menos coordinación, los gestos tensos. En el borde, Mirov aprieta el puño, los músculos de la mandíbula marcados.
—Tienen media hora para desayunar —ordena, su voz corta el ambiente.
Aprovecho el momento y me acerco.
—¿Desayunamos juntos? Los cuatro.
Honey me mira, los ojos brillando de humedad.
—No tengo hambre —se aleja.
Lev suspira y se inclina hacia mí.
—Mirov no renovará su contrato después de las nacionales. Es mi culpa.
Lo miro, la voz baja pero firme.
—No estás obligado a patinar con ella para siempre.
—Lo sé. Pero es su sueño. ¿Por qué tienes que ser tan odiosa con ella?
—¿Y tú por qué tan condescendiente?
Thiago interviene:
—¡Oh Dios, por favor! No peleen. Vamos a desayunar.
—No tengo hambre —decimos Lev y yo a la vez.
Thiago resopla.
—Ok, lo entendí.
Lev me observa con incredulidad.
—No puedo creer que estés celosa.
—Ella te manipula.
—Eres una inmadura —dice, con una risa breve y seca.
—Y tú un idiota. Te odio.
—Si estás celosa, no sé qué más darte para que estés segura de que te amo.
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Editado: 24.08.2025