El Hielo entre nosotros

35.

Capitulo 35.

POV Anya

El pasillo del vestuario estaba helado. La humedad se pegaba en mi piel como si quisiera recordarme que estaba atrapada ahí, en ese mundo que se desmoronaba bajo mis pies. Caminaba rápido, sin dirección, con las manos temblando, con el pecho apretado. No podía borrar la imagen de Honey inclinándose hacia Lev, ni su risa suave, ni el modo en que lo miraba como si él fuese suyo.
Y lo peor… fue que Lev no la apartó.

Un nudo me subió a la garganta. Me detuve contra la pared, apoyando la frente en el yeso frío. Cerré los ojos. El recuerdo de la venda, del hielo bajo mis pies, de cómo desafié a Mirov… nada de eso importaba ahora. Sentía que me había desangrado en la pista solo para terminar viendo a Lev en brazos de otra.

—Anya.

Su voz me hizo alzar la cabeza. Thiago estaba a unos pasos, apoyado en el marco de la puerta que daba a los pasillos internos. El cabello despeinado, la camiseta pegada al torso después del entrenamiento, la respiración agitada como si hubiese corrido tras de mí. Sus ojos, oscuros y atentos, me miraban con una mezcla de dureza y ternura.

—No quiero hablar —susurré, pero la voz me salió quebrada.

Él se acercó de todos modos. Su mano rozó mi brazo, y me estremecí. No estaba preparada para que alguien me tocara, pero al mismo tiempo sentía que si nadie lo hacía me iba a derrumbar en el suelo.

—Te vi salir corriendo. ¿Qué pasó? —preguntó.

Tragué saliva, intentando contener las lágrimas. No quería que me viera así, rota. Pero mis muros se resquebrajaban.

—Todo… —escapé en un suspiro—. Todo me pesa. El hielo, las miradas, los rumores. No tenemos patrocinadores, Thiago. Ni vestuario. Ni coreógrafo. Somos… nada. Y yo… yo no sé cuánto más puedo fingir que no me afecta.

Las lágrimas me ardieron, pero las contuve con rabia. Sentía que llorar sería darle la razón a Mirov, a Honey, a todos los que esperaban verme quebrar.

Thiago no dijo nada al principio. Solo se quedó ahí, mirándome. Y esa mirada, larga, intensa, casi me hizo retroceder. Como si me estuviera viendo por dentro, más allá de mis palabras. Como si hubiera esperado este momento para atreverse.

—No eres nada, dices… —murmuró, inclinándose apenas hacia mí—. Pero yo te veo como todo, Anya.

El aire me faltó. Intenté apartar la vista, pero su cercanía me atrapó. Sentía el calor de su cuerpo, el olor a hielo y colonia mezclados, la tensión contenida. Mi mente gritaba que debía alejarme, que no debía permitirlo, pero mis piernas no se movían.

Su mano subió a mi mejilla, lenta, dudosa. Yo no la aparté. Y en esa grieta de silencio, él lo hizo: me besó.

Un beso breve, suave, apenas un roce de labios. No hubo urgencia ni violencia, solo la temblorosa confesión de alguien que llevaba guardando demasiado.

Pero fue suficiente para desgarrarme por dentro.

Me aparté de golpe, con el corazón disparado. La culpa me atravesó como un cuchillo. La imagen de Lev me golpeó: sus ojos, su sonrisa, el recuerdo de todo lo que habíamos sufrido para estar juntos otra vez. Y yo… yo acababa de permitir que otro me besara.

—No —dije, con la voz temblorosa—. Esto… no debió pasar.

Thiago bajó la mirada, apretando la mandíbula, pero no intentó acercarse otra vez.

—Lo sé —susurró.

Di un paso atrás, como si esa distancia pudiese borrar lo que había ocurrido. Pero no podía. Sentía que acababa de apuñalar a Lev por la espalda, aunque no había sido yo quien inició ese beso. Había estado tan perdida en mis pensamientos, en mis miedos, que no vi cómo Thiago me miraba. Podría haberlo evitado, y no lo hice.

Me giré antes de que las lágrimas me vencieran.

Caminé sin rumbo, con la certeza cruel clavada en mi pecho: acababa de perder un pedazo de mí misma.

***********

POV Lev

El hielo seguía ardiendo en mi hombro, como si cada fibra me recordara la estupidez que había cometido. Me lancé tras ella. La seguí, la busqué, porque todo en mí estaba programado para no dejarla caer. Y lo único que conseguí fue esto: un maldito dolor que me hacía sentir inútil.

Me dejé caer en el banco del vestuario, con la respiración entrecortada. El sudor me corría por la espalda, pero lo que me dolía no era solo el hombro: era ella. Anya. Ni siquiera me preguntó si estaba bien. No hubo un “¿te duele?”, ni una mirada preocupada. Nada. Solo celos. Solo esa forma en la que me atravesó con los ojos cuando vio a Honey junto a mí.

Apreté la mandíbula hasta que sentí que me iba a romper los dientes.

—Maldita sea, Anya —murmuré, golpeando con el puño el borde del banco. El eco retumbó en el vestuario vacío.

Me dolía más que cualquier caída. Yo me había lastimado por seguirla, por no dejarla sola… y a ella solo le importaba verme con otra. Como si todo lo que habíamos pasado juntos no valiera nada.

El dolor en el hombro se intensificó y tuve que inclinarme hacia adelante, cerrando los ojos, conteniendo un quejido.

—Lev… —una voz dulce me hizo abrir los ojos.

Honey estaba ahí. Ni siquiera la había escuchado entrar. Su cabello rubio caía en ondas suaves sobre sus hombros, y sus ojos brillaban con esa mezcla de compasión y algo más, algo que me incomodaba, pero que en ese momento no podía descifrar.

—¿Estás bien? —preguntó, acercándose sin esperar respuesta.

—Estoy bien —mentí, aunque sentía como si me hubieran arrancado el brazo.

Ella negó con la cabeza, bajita, como si no me creyera. Se sentó a mi lado, tan cerca que podía oler el perfume ligero en su piel. Su mano se deslizó con suavidad hasta mi hombro lesionado, apenas rozándolo, pero lo suficiente para que un escalofrío me recorriera.

—No tienes que fingir conmigo —susurró—. Sé lo que duele.

No respondí. No podía. Estaba demasiado ocupado intentando no hundirme en ese dolor, en esa rabia.

Honey aprovechó mi silencio. Sus dedos empezaron a masajear, ligeros, en la zona cercana a la lesión. Una presión mínima, casi terapéutica, pero cargada de intención. El contacto me estremeció, porque estaba tan perdido en mis pensamientos que ni siquiera tuve la fuerza de apartarla.




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