Capitulo 38.
POV Dimitri
Lev subía las escaleras furioso, los pasos resonando en cada peldaño como golpes de martillo. Anya salió de la casa al mismo tiempo, sollozando, con las manos cubriéndose el rostro.
Claire quedó inmóvil en medio del pasillo, sin saber a quién seguir primero.
—Capítulo quince de este drama hormonal adolescente —murmuró Max, cruzándose de brazos con ironía.
—Ve con Anya —dije, apoyándome en el sofá para incorporarme—. Yo hablaré con Lev.
—Tú tienes que descansar —replicó Claire, con el ceño fruncido.
—No podemos dejarlos así —contesté, enderezándome con esfuerzo—. Además… ¿cómo podría descansar si mi hijo está hecho un caos?
Max levantó una ceja.
—Tiene razón. Nadie puede descansar así. Mírame, llevo una noche entera sin dormir. Hay que hacer que se arreglen ya.
Claire suspiró, pasándose las manos por el cabello.
—Dios… odio darles la razón a ambos al mismo tiempo.
Me enderecé y di un paso hacia las escaleras, y Claire se acercó para ayudarme. Max me detuvo con una mano firme sobre el hombro.
—Ve con Anya, por favor. Yo lo ayudaré.
Ella ni lo pensó: salió corriendo tras Anya, dejando la casa en un silencio tenso.
Max me ofreció su brazo.
—Vamos, viejo.
—Estás hiriendo mi orgullo —gruñí mientras me apoyaba en él.
—Y tú el mío —contestó Max con media sonrisa.
Reímos bajito en medio de la tensión.
—Gracias —le dije.
—Haz que se arreglen —replicó, serio esta vez—. Necesito que mi hija deje de llorar para poder estar en paz.
—Lo intentaré —prometí.
Peldaño tras peldaño, con Max casi cargándome, llegué hasta la puerta de la habitación de Lev. Respiré hondo y entré.
Lev estaba sentado en la cama, despeinado, los ojos rojos y la respiración agitada. Me miró con fastidio, como si quisiera que lo tragara la tierra.
—Perdón por eso… —murmuró—. No vi que estabas ahí. No me pude controlar.
—Ven —le dije con voz baja—. Descansa un rato.
Él dudó, pero finalmente se acostó a mi lado, torciendo la boca como si aquello le pareciera absurdo. Levanté un brazo y, casi sin pensar, le acaricié el cabello como cuando era un niño.
—Esto es ridículo —resopló.
—¿Que terminaras con Anya en la sala frente a todos? —le pregunté.
—No. Estar aquí contigo… como si tuviera ocho años. No me gusta.
—Sí te gusta —sonreí apenas—. Solo que no lo vas a admitir.
Levantó una ceja y sonrió con una mezcla de rabia y ternura.
—No eres menos “hombre” por llorar con tu papá.
—No estoy llorando, no te pases.
Me eché a reír bajito, sintiendo que por primera vez en años podía reír con él.
—Puedes llorar si quieres. No le voy a contar a nadie.
—Qué va —dijo él, frunciendo el ceño—. Tú le cuentas todo a Claire. No voy a arriesgarme a que Anya sepa que después de dejarla me puse a llorar como un idiota.
No respondí, solo seguí acariciándole el cabello, despacio, como cuando era un niño que venía a mi cama después de una pesadilla. Su respiración se fue volviendo más pesada, y en ese silencio comprendí que, aunque todo se hubiera derrumbado afuera, por un instante lo tenía de vuelta.
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POV Claire
Salí corriendo tras Anya y la encontré en el patio, abrazando las rodillas, mirando fijamente un punto fijo. No lloraba, no sollozaba; su rostro era inexpresivo, frío, como si una máscara de hielo cubriera sus emociones.
—Anya… —me acerqué con cuidado, arrodillándome a su lado—. ¿Estás bien?
Ella apenas me miró y murmuró, con voz baja pero firme:
—Lev me ha dejado… cuando más lo necesitaba. Pero no voy a correr detrás de él. No ahora.
—¿Qué quieres decir?
—Que no quiero arreglarme con Lev. No todavía. —su tono era cortante—. Quiero que Miróv crea que ganó, que logró separarnos otra vez. Que piense que me quebró. Y luego… voy a humillarlo en el hielo. Voy a arrancarle la victoria de las nacionales de las manos… aunque eso signifique arrancarle la medalla del cuello a Lev.
—¿Por qué no le cuentas la verdad? —pregunté, sintiendo un nudo en la garganta.
Anya negó con la cabeza, con determinación.
—Si Lev supiera que Miróv nos separó la primera vez, renunciaría y él lo demandaría hasta hundirlo en deudas. Y si supiera que hace dos días nos echó de la pista y nos quitó hasta el apoyo como entrenados… tampoco competiría. Él no puede con eso.
Su voz se quebró apenas.
—Lo estoy cuidando, Claire. Aunque él crea que no me importa, aunque piense que no lo valoro. Estoy cargando con todo esto sola… por él.
Yo me quedé en silencio, sintiendo el peso de su confesión.
Anya respiró hondo y volvió a endurecerse.
—Tiene que creer que ya lo olvidé. Solo hasta las nacionales. Después… después entenderá todo.Simplemente… —respondió, con determinación—. Necesito mis trajes de antes, y los tuyos de cuando patinaba.
—Sí, pero… ¿para qué quieres eso? —pregunté, arqueando una ceja.
—Porque si no tengo traje, voy a usar eso —contestó con firmeza—. Si no tengo coreógrafo, tú vas a ser mi coreógrafo. Y si no tengo patrocinadores, me buscaré uno, un préstamo, dinero o algo. Pero no voy a rendirme. No voy a dejar de patinar.
Se levantó con pasos seguros y comenzó a entrar en la casa. La seguí, consciente de que su frialdad era una barrera que necesitaba sostener con cuidado.
Max nos esperaba en la sala y nos miró, yo y él, con la intensidad de su mirada: ambos sentimos la fuerza de determinación en Anya, esa frialdad que no le era natural, pero no dijimos nada.
—¿Dónde están los trajes? —preguntó Anya mientras caminaba hacia el ático.
—En el ático —le respondí—. Ten cuidado.
—Perfecto. Los buscaré y bajaré.
—Está bien, te espero —dije, observando cómo subía las escaleras con seguridad.
Cuando Anya desapareció en el ático, Max y yo nos quedamos en la sala, mirándonos con preocupación y tensión. Su frialdad me helaba un poco el corazón, pero sabía que debía sostenerla en su objetivo.
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Editado: 30.08.2025