Capítulo 39
POV Anya
No podía dormir. Cada crujido de la madera, cada suspiro que escapaba de la habitación de Lev me tensaba el pecho. Mi culpa y preocupación se mezclaban con impotencia: sabía que estaba sufriendo, que cada movimiento le dolía, y no podía hacer nada más que quedarme despierta, imaginando su dolor.
Escuché a Claire entrar suavemente, ponerle la pomada y obligarlo a tomarse los analgésicos. Lo escuché gruñir, protestar, incluso decir:
—Estoy actuando muy infantil.
Y luego, finalmente, dejarse ayudar. Mi corazón se apretó al oírlo ceder. Claire se fue, y el silencio volvió.
Esperé un buen rato hasta estar segura de que la pastilla hacía efecto y su respiración era profunda y regular. La habitación estaba oscura; la penumbra me daba la cobertura perfecta. Me levanté sin hacer ruido y entré.
Me acerqué a su cama, temblando un poco, y apoyé la mano sobre su hombro. Estaba muy dormido, casi inconsciente. No podía verme, no podía hablarme; yo debía ser un fantasma silencioso.
Con movimientos suaves, le puse la pomada sobre el hombro dolorido, masajeando con cuidado. Cada presión, cada caricia era un intento de aliviar un dolor que no podía compartir con él. Sentí cómo su cuerpo se relajaba bajo mis manos, cómo su respiración se volvía más tranquila.
Murmuró entre sueños:
—Tenías razón… me siento mejor…
Sonreí apenas, en silencio, apoyando la mano un instante más sobre su hombro antes de retirarme. Él no lo sabría nunca, y quizás era mejor así.
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POV Lev
Me desperté con el hombro notablemente mejor. La rigidez y el dolor insoportable habían cedido, y aunque seguía adolorido, ya no me retorcía con cada movimiento. Me levanté despacio, intentando no pensar demasiado en por qué me sentía así de mejor.
Claire estaba en la cocina cuando entré.
—Gracias por cuidarme —dije, serio, con un peso extraño en la voz.
Ella me miró con un gesto raro, como si no entendiera del todo.
—De nada… —respondió—. Me refiero a las pastillas que te di.
Iba a decir algo más, lo vi en sus labios, pero no le di la oportunidad. Me serví agua, me vestí rápido y salí. No podía permitirme ni un segundo de sentimentalismo.
En el hielo, Honey me esperaba entre preocupada y aliviada.
—Lo siento por lo de ayer —dijo con voz temblorosa.
—No lo sientas —respondí, frío, con tristeza contenida—. Tenías razón… siempre la tuviste.
Ella quiso sonreír, pero no pudo.
Volkov llegó poco después, y empezamos a trabajar.
—Sugiero un beso al final del número —propuso—. Romeo y Julieta, versión oscuridad y luz.
Honey dudó:
—No creo que sea buena idea.
Recordé las palabras de Anya: “Perdedor, perdedor.” Una sonrisa sin alegría me cruzó el rostro.
—A mí sí me parece una buena idea. Podemos ganar con eso.
Honey me miró sorprendida, pero no discutió.
La música arrancó. Melancólica, con notas que parecían atravesar la arena helada de mi pecho. Honey y yo nos movimos en perfecta sincronía: ella ligera, luminosa, etérea; yo contenido, preciso, con la sombra pegada a mis pasos. Cada salto era medido, cada extensión de brazos era un puente invisible hacia ella.
Cuando llegó el final, quedamos frente a frente, respirando agitados. El gesto de Volkov ordenó el beso. Honey lo dio con delicadeza, intentando conectar. Yo apenas reaccioné. Mis labios tocaron los suyos, pero no sentí nada. Vacío.
Volkov y Miróv parecían satisfechos, y eso era suficiente.
—Bien hecho —dijo Miróv, rápido.
Yo no respondí.
—Descanso de dos horas. Volvemos a las tres —ordenó Volkov.
—¿Y los otros chicos no entrenarán? —pregunté, con la voz ya tensa.
—¿Anya y Thiago? —replicó Miróv.
—Obvio.
—Ya no los entreno. No pueden usar este hielo desde ayer.
El estómago se me apretó.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque no tienen patrocinio, coreógrafo ni dinero. Son un desastre. No pienso arruinar mi nombre por ellos.
Lo miré fijo, con rabia.
—¿Los echaste?
—Sí.
—Eres un cabrón.
Él sonrió.
—No renuncias porque tu contrato te ata. Y lo sabes.
Apreté los dientes.
—Estoy obligado a competir, pero no a entrenar contigo… así que jódete.
Me di la vuelta y dejé la pista, sin mirar atrás. Lo que más me dolía no era el hombro. Era Anya.
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POV Claire
El viento nos golpeaba la cara como agujas. El lago, blanco y agrietado, no perdonaba. Coloqué el móvil en un trípode bajo, apuntando a la zona más lisa, y apreté REC.
—Otra vez —grité, y mis palabras se deshicieron en vaho.
Anya patinó primero: rodillas flexionadas, brazos largos, el eje un poco ladeado por el bache que se adivinaba en la superficie. Thiago la siguió con ímpetu; el filo de su patín arañó una grieta y lo obligó a corregir. Cayeron dos veces. Se levantaron tres.
Yo aplaudí fuerte, para que me escucharan por encima del viento.
—Bien, bien, pero cierren cadera en la entrada y miren al frente, no al hielo. ¡Respiren!
Guardé el clip y se lo envié a Dimitri. Él no podía estar aquí: una semana de reposo por el infarto. Aun así, cada video le llegaba al instante. La pantalla me devolvió un “Visto”. Esperé su llamada que no llegó. Solo tres palabras: “Sigan. Buen foco.” Me mordí el labio. Sabía lo que estaba pensando: que era un caos. Pero también sabía por qué callaba.
—Vamos de nuevo —dije, y agité los brazos para que entraran en calor—. Serie corta: paso, giro, elevación baja. Sin heroísmos. El hielo no es una alfombra roja.
Ellos obedecieron. Sus respiraciones sincronizadas, los brazos tiritando, el orgullo intacto.
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POV Dimitri
El techo de casa parecía más bajo desde el infarto. Había aprendido a contar latidos y silencios. Max me dejó una taza de té en la mesa y encendió la estufa.
—Videos —dije.
Él conectó el móvil al televisor. El primer clip: viento, hielo sucio, Anya con la cadera abierta en la entrada al salto; Thiago demasiado acelerado. Un desastre técnicamente. Tragué saliva.
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Editado: 30.08.2025