Capítulo 40
POV Lev
No sé en qué momento pasamos de beber en el patio a estar en una discoteca con luces que parecían agujeros de colores flotando en el aire. Solo sé que Max gritó:
—¡Un yerno menos, un hijo más! ¡Vamos a bailar!
Y me arrastró a la pista como si fuera mi niñera alcohólica.
Al principio todo era testosterona y tequila. Max levantó el primer shot como si brindara por la patria:
—Las mujeres son un asco, Lev. Mejor solos que mal acompañados.
—Salud por eso.
Los dos nos lo bebimos de golpe. Uno. Dos. Tres shots. Y ya estábamos en la barra con los ojos vidriosos, hablando como filósofos existenciales.
—Anya eligió a Thiago… —mascullé, con la lengua pesada—. Después de todo lo que la amo.
Max me dio una palmada en la espalda que casi me manda al suelo.
—Y yo… ni siquiera consigo una segunda cita en Tinder. ¡Soy alto, guapo y con dinero! ¿Qué más quieren?
—Moriré solo —dije, dramático.
—¡Tienes diecisiete!
Le puse un dedo en la boca para que bajara la voz:
—Shhh… ¿quieres que me saquen? Me la estoy pasando bomba.
Max soltó una carcajada tan fuerte que la barra entera nos miró.
De pronto, empezó a sonar un beat pesado en la disco. El suelo vibraba. Levanté la cabeza, reconocí la voz y grité:
—¡Eminem, carajo!
Max me miró como si acabara de encontrar a su hermano perdido en Vietnam. Sin pensar, nos subimos a un banco y empezamos a rapear a gritos, palabra por palabra, como si nos fuera la vida en ello:
—“You better lose yourself in the music, the moment…” —mi voz salió con gallo, pero no me importó.
Max completó la frase con voz grave y una seguridad completamente falsa:
—“…you own it, you better never let it go!”
La gente empezó a grabarnos con los móviles. Nos sentíamos leyenda urbana en tiempo real. Y justo cuando el público estaba encendido, el DJ nos traicionó.
Sonó el grito colectivo de la pista. El beat murió. La luz cambió. Y entonces empezó… Wannabe de las Spice Girls.
Nos miramos serios. Dos machos alfa. Silencio mortal. Y al mismo tiempo, gritamos:
—“If you wanna be my lover…”
El público enloqueció. La pista se nos entregó. Max agitaba las manos como rapero frustrado, yo giraba con una botella en la mano y casi me caigo, pero la multitud lo tomó como parte de la coreografía. Éramos el centro de la discoteca.
Pero la euforia duró poco. Dos shots más tarde, el DJ cambió el ritmo otra vez. La música se apagó. Una voz desgarradora llenó el aire.
Era Creep de Radiohead.
Max se apoyó en la barra. Yo me llevé una mano al pecho. Empezamos a cantar con lágrimas falsas y botellas reales:
—“I’m a creep… I’m a weirdo…”
—¡Eso, joder! —gritó Max con los ojos vidriosos—. ¡Yo también soy raro!
Y ahí me cayó todo el peso de la tristeza. El recuerdo exacto. El golpe doble que todavía me sangraba por dentro:
1. Ver a Thiago llevándole rosas a Anya y verla abrazándolo.
2. Sentir que, de algún modo, la había perdido.
Tragué saliva, intentando que el nudo en la garganta no me ahogara. Pero Max, con su manual para arreglar corazones rotos, tenía la solución definitiva: música, tequila… y algo más.
Sacó una bolsita con gesto teatral.
—Te lo juro, Levi… esto es medicina. Los grandes genios fumaban: Beethoven, Shakespeare, Bob Marley…
—Beethoven era sordo, Max.
—¡Y tú estás ciego! Por amor. Igualito.
Normalmente habría dicho que no, pero no pensé demasiado. Minutos después, estábamos tirados en un sofá de la discoteca, con un humo ligero flotando sobre nuestras cabezas y Billie Jean sonando de fondo.
Entonces mi teléfono vibró sobre la mesa. Era Anya.
Max lo miró como si fuera una bomba nuclear.
—Ni se te ocurra contestar —advirtió.
Ya lo tenía desbloqueado.
—Solo… voy a decirle que… que… la pizza… —tecleé algo ininteligible y lo envié.
—¡¿Qué hiciste?! —Max intentó arrancarme el móvil, pero ya era tarde.
El teléfono vibró de inmediato. Llamada entrante: Anya.
Contesté con voz lenta y extrañamente dulce:
—Annnnyaaaa… ¿sabías que las estrellas… son bolas de fuego… pero frías?
—¿Estás borracho? —preguntó Anya, incrédula.
—Nopi…
—¿Cómo que “nopi”?
Max me arrancó el móvil, desesperado:
—¡Cero dignidad, Levi! ¡Dijimos que no íbamos a rebajarnos! Anya no vale la pena, ya te buscaré novia nueva, más alta, más…
—Papá, te estoy escuchando. —La voz de Anya retumbó como una bomba.
Silencio total. Max tragó saliva.
—Hola… bollito de azúcar… Estamos… en la farmacia. Adiós. Click.
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POV Max
El silencio en el coche era sepulcral. Lev tarareaba Billie Jean con los ojos cerrados. Yo manejaba como si un francotirador me apuntara la cabeza. Entonces, mi móvil sonó. Claire.
Tragué saliva antes de contestar.
—¿Dónde está Lev? —su voz sonaba tan tensa que casi dejé el coche en doble fila para tirarme al suelo a pedir perdón.
—Todo controlado, Claire, todo bien… Está durmiendo como un bebé.
—Ponme una foto.
Frené el coche de golpe, saqué dos cojines del maletero, una manta y acomodé a Lev en el asiento trasero.
—Finge que duermes —le susurré.
Lev sonrió con los ojos cerrados.
—¡Sin reírte!
Se puso serio.
—Pon tu cara de estreñimiento diario —ordené.
Lev abrió los ojos y simplemente puso su expresión normal.
—Perfecto. —Le tomé la foto y se la mandé a Claire.
La respuesta llegó de inmediato:
> ¿Crees que soy idiota?
Llévalo a casa. No le des más alcohol. ¿Y cómo se te ocurre dejar solo a Dimitri? ¿Qué tienes en la cabeza?
Tecleé rápido:
> Solo han sido dos horas.
> VETE A CASA YA. Mételo en la ducha. Tiene que entrenar a las siete.
Guardé el móvil y me pasé una mano por la cara.
—Estamos muertos… —murmuré—. Pero muertos de los que entierran. No hay secuela.
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Editado: 30.08.2025