Capitulo 41.
POV Dimitri
Domingo, 06:18 a.m.
El móvil volvió a sonar. Otra vez Mirov. Cerré los ojos un segundo, respiré profundo y contesté.
—¿Qué parte de “Lev no puede entrenar” no entendiste? —solté, cansado.
—¿No puede? —escupió Mirov, y su voz se volvió hielo puro—. Si ese mocoso insolente no está en la pista a las siete en punto, no solo le meto una amonestación formal… le clavo una multa de cincuenta mil euros por incumplimiento de contrato.
Abrí los ojos de golpe.
—¿¡Cincuenta mil!? —grité, sin poder contenerme.
En el sofá, Max dio un salto y cayó al suelo con un “¡¿qué?!” somnoliento.
Mirov siguió hablando, cada palabra un latigazo:
—¿Te crees que me importa tu opinión, Dimitri? Si tu hijito estrella prefiere hacer el payaso borracho en una discoteca que entrenar para las nacionales, que pague. Y si no paga, lo hundiré en todos los medios.
Me quedé en silencio por un segundo, conteniendo el impulso de reventar el teléfono contra la pared. Pero mi calma se rompió.
—Si vuelves a gritarle así a Lev, te grabo y te denuncio por maltrato, Mirov.
Hubo un silencio al otro lado. Se notaba que no lo esperaba.
—¿Qué dijiste? —su voz sonó más baja, peligrosa.
—Que te estoy avisando. Dos horas, Mirov. Dos. Lev estará en la pista, entrenará, y no pronunciarás una sola palabra más para humillarlo. Si no, vas a tener un problema conmigo.
Colgué antes de que pudiera responder.
Max me miraba como si hubiera visto a Jesucristo caminando sobre el hielo.
—Dimitri… creo que acabas de declararle la guerra.
—Ya era hora —mascullé.
Me giré hacia Lev, que seguía inmóvil, como un tronco con pulso.
—Lev —dije, serio. Nada.
Me acerqué más, lo sacudí del hombro.
—Lev, te lo advierto.
Silencio.
No me quedó otra opción. Fui a la cocina, llené un vaso con agua helada y volví.
—Perdóname, hijo.
Le vacié el vaso en la cara.
—¡AAAAH! —gritó Lev, incorporándose de golpe, empapado y confundido—. ¡¿QUÉ PASA?!
—Que tienes media Canadá esperando para verte entrenar, Mirov quiere tu cabeza en bandeja y eres viral en TikTok —solté de corrido.
Parpadeó varias veces, intentando procesar.
—¿Que… qué?
—Que la mitad del país te vio cantando Spice Girls sobre una barra de discoteca.
Lev se quedó congelado, los ojos abiertos como platos.
—…No…
Max, todavía en el suelo, levantó un dedo como si diera un juramento solemne:
—Fue glorioso, Levi. Histó-ri-co.
—¡Max, no ayudes! —lo corté, enfadado.
Me incliné hacia Lev, hablándole despacio, como si intentara negociar con un oso borracho:
—Te levantas, te duchas, desayunas café negro. En veinte minutos estamos camino a la pista. Si no lo haces, Mirov te arruina la carrera y nos quedamos endeudados por años.
Lev se llevó las manos a la cabeza, todavía pálido.
—No puede… no puede ser tan grave.
Le lancé el móvil.
—Mírate en TikTok. Un millón doscientas mil visualizaciones en tres horas.
El color le abandonó el rostro.
—Estoy muerto.
—Sí —dije, poniéndome en pie—. Pero primero vas a entrenar.
***
POV Lev
El coche olía a café rancio y a sudor de resaca. Max conducía con las gafas de sol puestas, aunque eran apenas las siete de la mañana, como si eso pudiera esconder lo pálido que estaba. Dimitri iba en el asiento del copiloto, recto como un fiscal de tránsito, controlando cada movimiento del volante. Y yo… yo iba muriéndome atrás.
—Perdóname, papá —susurré, con la voz rota.
Dimitri giró apenas la cabeza, sin perder la vigilancia de la carretera.
—Yo estoy perfecto. Mal te sientes tú. Y ni te cuento cómo te ves.
Cerré los ojos. Ojalá pudiera evaporarme.
—¿Te duele el pecho? —alcancé a preguntar, con miedo.
—No, Lev. —Su tono fue seco, casi militar—. Al que le duele todo es a ti. Y bien merecido lo tienes.
Max apretó el volante, gruñendo:
—Tú tranquilo, Levi. Si ese cabrón de Mirov se sobrepasa, yo lo golpeo.
—Max —interrumpió Dimitri, con voz firme—. Sin golpes. No queremos más escándalos. Ni demandas.
Un silencio incómodo llenó el coche. Solo se escuchaba el motor y mi estómago quejándose como un perro herido.
Dimitri respiró profundo, como si se obligara a no perder la calma:
—Lev solo tiene que patinar las horas que le tocan. Y listo.
Tragué saliva. Cada palabra me pesaba como plomo.
—¿Cuántas… horas?
Dimitri me miró por el retrovisor, helado.
—Las suficientes para que mañana no hagas el ridículo. Dos. Tres. Y rezá para que te sostengan las piernas.
Max chasqueó la lengua.
—Yo digo que con media hora basta. Total, el muchacho ya ensayó en la discoteca.
Lo miré con odio puro.
—Máximo… cállate.
Dimitri cerró los ojos un instante, masajeándose la sien.
—Entre ustedes dos me va a volver a dar algo.
Me hundí en el asiento, derrotado. El hielo me esperaba. Y yo todavía no sabía si iba a llegar vivo.
El coche se detuvo frente a la pista. Me bajé tambaleándome, todavía con la cabeza a medio pegar con cinta adhesiva. Apenas crucé la puerta, sentí la mirada clavada de Honey. Me observaba como si hubiera visto un fantasma… o un cadáver a punto de patinar.
Detrás de ella, Volkov me fulminaba con los ojos. Si las miradas mataran, yo ya estaría enterrado bajo el hielo.
Y entonces, como si todo fuera poco, apareció Mirov con su traje impecable y su veneno habitual.
—Cada que te caigas, Lev, agregaré una hora extra de entrenamiento.
Max levantó la mano como si estuviera en una subasta.
—Eso no está en el contrato.
Mirov me ignoró.
—Pensé que sacando a Anya tendría paz. Pero ustedes… solo me han traído caos. Eres estúpido.
Sentí que Dimitri se tensaba a mi lado.
—Sin insultos —soltó, con voz dura.
Mirov ladeó la cabeza, burlón.
—¿Y qué sigue? ¿Vas a llorar porque traje a tu papá a defenderte, Lev? ¿Tienes seis años?
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Editado: 30.08.2025