La hormiga reina mutada chilló nuevamente, se estaba cansando del escurridizo humano, pero no podía hacer nada para detenerlo, pues tenía a su mascota esquelética, quién la fastidiaba cuando planeaba su siguiente ataque. Se colocó de pie, estática y, observando la silueta de su adversario, su cuerpo se tensó, sus dos extremidades superiores comenzaron a vibrar, hasta que se descascararon, provocando una metamorfosis. Sus brazos se convirtieron en guadañas, con pequeños pinchos colocados aleatoriamente en su superficie. Los colmillos de su mandíbula también tuvieron un leve cambio, volviéndose más largos y afilados. Al estar lista, saltó hacia atrás, desapareciendo.
El esqueleto salió del cráter que su cuerpo había hecho en la pared, se colocó de pie e intentó dirigirse al lado de su amo, pero cuando estaba preparado para esfumarse, una poderosa guadaña curva lo cortó a la mitad, forzándolo a desvanecerse como polvo en el viento.
Gustavo notó la desaparición de su invocación y, aunque no la había perdido para siempre, sabía que no podía volver a invocarla por un par de horas, al menos hasta que lograra repararse. La hormiga volvió a aparecer a unos pasos de él, observándolo como si estuviera sonriendo. Apretó la empuñadura de su sable, tragó saliva y observó a su oponente con una mirada de absoluta resolución.
La batalla comenzó, Gustavo logró asestar un par de golpes en el exoesqueleto de la hormiga reina mutada, pero fueron igual de ineficaces que los anteriores, con su sable, logró bloquear las poderosas guadañas que se acercaban a su cuello y pecho. Algunas heridas minúsculas se dibujaron en sus brazos, debía admitir que la guadaña curva era muy afilada, mucha más afilada que su sable. Sintió que estaba perdiendo terreno, con cada ataque que recibía retrocedía un poco más, su calma se estaba acabando y su respiración se estaba volviendo inestable, algo que por supuesto notó la hormiga, quién aumentó la brutalidad de sus ataques. Exhaló de manera breve, levantando su sable a la altura de su pecho y, con la punta señaló al cuerpo de la hormiga, sus ojos se cerraron, había sentido una rara calma abrazarlo, la aceptó, fluyendo con ella. Cuando la hormiga reina mutada se acercó para cortarlo a la mitad, su sable se iluminó de un azul tenue y se movió con rapidez, haciendo diez estocadas en el exoesqueleto del insecto, tres de ellos impactaron en el mismo lugar, creando una pequeña grieta en la defensa de la imbatible hormiga, quién retrocedió al instante de sentir su armadura dañada.
Gustavo abrió los ojos, no se sintió sorprendido por lo sucedido, aunque parecía ilógico, había visto todo con sus demás sentidos. Sus ojos calmos observaron el cuerpo humanoide de la hormiga, podía sentir que su sable era ineficaz sino lo cubría con su energía, el problema era que no conocía la técnica adecuada para hacerlo, las estocadas continuas que ya había hecho dos veces, habían salido por naturalidad, una iluminación que llegaba a su mente en las situaciones más comprometedores. Por lo que tuvo una idea. Respiró profundo, bajó su sable, apuntando al suelo, sus pasos se volvieron ligeros y rápidos, corrió de lado a lado, igual a como se desliza una serpiente. La hormiga reina mutada estaba furiosa con el humano, por lo que lo esperó.
El joven empuñó su sable con ambas manos, imaginó como su energía salía de su cuerpo y cubría la hoja de su arma, un ligero tono azul irradió el sable, pero desapareció un segundo después, justo cuando Gustavo había levantado su arma para cortar uno de los brazos de la hormiga. El insecto bloqueó con facilidad el corte y, con rapidez cortó el pecho del joven. Su peto de cuero no pudo soportar tremendo ataque, por lo que lo atravesó, dejando una fea línea roja en su pecho, la cual sangraba de manera abundante. Gustavo sintió ardor y picazón, pero no se detuvo, continuó practicando la manera de imbuir con su energía el sable en sus manos. Las heridas continuaron aumentando, el brazal de su brazo derecho había caído unos cortes atrás, dejando ver un extraño brazalete plateado, con un lobo furioso tallado, la sangre lo tiñó de rojo, pero como si fuera un oso hormiguero, el brazalete succionó la sangre, provocando que brillara por un breve momento, algo que por supuesto no notó él, quién estaba completamente absorto en la batalla. La hormiga debía admitir que su oponente era resistente y algo fuerte, no cualquiera resistiría tanto tiempo contra ella en solitario. Gustavo corrió una vez más, saltó al aire e intentó imbuir con su energía el sable, la hoja volvió a brillar, pero un segundo después el brillo desapareció, la hormiga ya estaba lista para volver a cortar a su adversario, sin embargo, cuando la hoja del sable estuvo a centímetros de su brazo izquierdo, brilló de un tono azul intenso. El corte vertical cayó al suelo sin obstáculos, acompañado por un brazo dorado con pinchos. La sangre verde brotó de su herida, el dolor invadió su cuerpo y chilló de dolor. Gustavo sonrió de alegría al ver que había logrado imbuir con éxito su arma, retrocedió una vez más, estaba cansado y no podía asestar otro golpe igual consecutivamente, por lo que debía prepararse.
La hormiga no pensó lo mismo, olvidó por completo su defensa y comenzó a atacar enloquecida, la poderosa guadaña buscaba el cuello de Gustavo, pero el rápido joven no iba a permitir que su cabeza rodara por el suelo tan fácilmente, por lo que esquivó hábilmente. Gustavo volvió a imbuir con su energía el sable en sus manos, la hoja volvió a brillar de azul, mientras se aproximaba a la cabeza de la hormiga, el insecto notó la trayectoria de aquel brutal corte, por lo que intentó evadir, pero no fue tan rápida como para salir sin consecuencias, una de sus antenas cayó al suelo y, con ello, su visión empeoró. Con rapidez creó una bola de fuego de su extremidad derecha, enviándola en el momento siguiente al cuerpo del joven. Gustavo, quién no había estaba preparado para tal ataque, fue lanzado a decenas de metros hacía atrás. Su pecho ardía, mientras el fuego se extinguía.