En una sala ancha, de gran iluminación, decorada con artefactos mágicos y normales, con estantes de libros y, una gran cantidad de plantas, dos siluetas humanoides aparecieron y, sobre el hombro de una, un lobo pequeño descansaba.
—Por favor, tome asiento. —Apuntó a una silla de madera antigua, justo al frente de una mesa redonda.
—Gracias. —Gustavo asintió, se detuvo al lado de la silla y, esperó que la Gran Anciana se sentara para hacer lo mismo.
—Déjeme ofrecerle una taza de té. —Dijo y, con un movimiento de su mano, apareció una tetera blanca y dos tazas pequeñas. Con calma levantó el contenedor, vaciando el contenido en ambos recipientes.
—Gracias. —La anciana asintió, aceptando las palabras del muchacho.
—Señor del Bosque ¿Le gustaría comer un fruto rojo? —Al terminar su pregunta, una fruta muy parecida a una manzana roja, solo que redonda y un poco más brillante, cayó de una de las ramas de la habitación, justo en la mesa. El lobo asintió, saltando a la superficie de madera y, como si no hubiera comido en días, devoró la fruta.
—Tengo muchas preguntas, pero creo que eso por lo que me trajo ¿No es así? —Preguntó, bajando la taza de su boca. La Suma sacerdotisa asintió, mientras bebía su té.
—Tienes instintos agudos, joven humano.
—Por favor, llámeme Gustavo. —La mujer mayor frunció el ceño, guardó silencio por un momento, como si estuviera meditando.
—Su nombre es muy complicado, me es difícil pronunciarlo. Por qué no mejor le sigo llamando joven humano. —Respondió con una sonrisa tranquila. Gustavo asintió.
—¿Cómo debería dirigirme a usted?
—Puede llamarme Gran Anciana, o Prisel, como usted prefiera —Su mirada continuaba con una calma inmutable, era como si lo mundano no pudiera tocarla—. Ahora que lo pienso —Dijo repentinamente— y había pasado por alto ese hecho ¿Dónde aprendió nuestra lengua? Por lo que sé, la Gran sala del conocimiento de la ciudad Solu, fue destruida después de la reconquista de los aliados de los señores oscuros y, eso ya tiene más de mil años, es imposible que haya podido aprender nuestra lengua, o acaso ¿El Palacio del Cielo no fue destruido? —Aunque su expresión era calma, sus ojos mostraban una ligera curiosidad.
—Mil disculpas, señora Prisel, en verdad me gustaría responderle aquellas preguntas, pero ni yo mismo lo sé, aunque puedo notar las palabras extrañas y sus entonaciones particulares que yo no conozco, por alguna razón lo entiendo y, mi cerebro lo termina escuchando como mi lengua materna, al principio no había sido consciente de ese hecho, pero entre más pasó el tiempo pude percatarme de aquello, es por eso que me es imposible aclararle su duda. Lo siento. —Respondió con honestidad.
La Suma sacerdotisa lo observó, podía ver a través de cualquiera y, lo que notaba del joven, era que decía la verdad, o la otra posibilidad, aunque algo minúscula, era que era un experto mentiroso.
—Creo en sus palabras, pues no es la primera vez que me encuentro con un experto en lenguas. —Dijo después de unos segundos de contemplación.
—¿Puedo hacerle unas preguntas? —Prisel asintió—. Me podría contar un poco más sobre la historia de mi compañero, al que ustedes llaman Señor del Bosque.
—Por supuesto —Bebió un poco más de té—, pero para contarle su historia, primero debo comenzar explicándole sus orígenes. El Señor del Bosque —Comenzó— pertenece a una de las diez familias principales de Ancestrales, a su raza se le denomina como: Lobo Elemental, ya que poseen la habilidad innata de absorber la energía de sus alrededores y transmutarla en cualquiera de los siete elementos principales... Puedo entender que está información sea algo nueva para usted, ya que por lo que tengo entendido, los Ancestrales desaparecieron del territorio humano hace muchos siglos, por lo que solo puedes encontrar detalles de ellos en las antiguas salas del conocimiento, pero si conozco bien a tu raza, sé que aquella información ya no es consultada —Bebió un poco más de té—... Ahora déjeme contarle la historia de nuestro guardián: el Señor del Bosque —Gustavo afirmó con la cabeza, haciendo su respiración lo más silenciosa posible y, así evitar omitir detalles de la historia—... después de que la guerra estalló entre la alianza de los Dioses y humanos, contra la alianza de los señores oscuros —Gustavo tragó saliva al escuchar la última oración ¿Batalla de los Dioses? ¿En qué mundo loco estaba viviendo?—, el mundo cayó en caos y, en ese caos, el territorio de todas las razas fue dividido, las batallas comenzaban en todas partes, destruyendo todo a su paso. Los humanos, junto con los Dioses, iban ganando terreno, pero no se habían esperado que en una de sus filas la traición aparecería, la raza de los Montañeses desertó y, se unió al bando de los señores oscuros... esos miserables —Dijo con un ligero odio—... provocaron que varias ciudades reconquistadas cayeran. Al ser nosotros, un pueblo que no había tomado un bando real en la guerra, los líderes humanos optaron por vernos como enemigos, pero fue ahí, cuando Nuestra Señora, la Diosa Vera, intervino en nuestra protección. Los líderes humanos se negaron por supuesto, reclamando que nuestra lealtad no estaba definida y, que en cualquier momento podíamos actuar como los Montañeses. Así que reunieron un ejército y levantaron sus banderas, gritando a los cuatro vientos que nosotros éramos sus enemigos, fue ahí cuando apareció el Señor del Bosque, un majestuoso lobo gigante se interpuso entre el ejército humano y nosotros, aunque éramos hábiles arqueros y poderosos magos elementales, no podíamos ser comparados a la monstruosa fuerza de los humanos, aquellos bendecidos por el cielo —Guardó por un momento silencio, Gustavo no podía ni siquiera pestañear, estaba absorto ante magnífica historia, no la había presenciado, pero gracias al tono calmado de Prisel, fue inducido a imaginarla—... Los Dioses intervinieron, pero los líderes humanos eran necios y tercos en la idea de que nosotros podíamos convertimos en un futuro cercano en enemigos. Nuestra Señora hizo un trato con los humanos para estabilizar la situación, despidiéndose así de su gran compañero, el primer Lobo Elemental... El majestuoso lobo gigante, junto con su descendencia, colocaron una enorme cantidad de sellos mágicos en todo nuestro territorio, así como en el territorio de los orejas cortas, osos dormilones, habitantes de las cuevas y, una sub-raza de las hadas. A los pocos días activaron aquellos sellos, creando un agujero interespacial... y, así fue como desaparecimos de los cinco continentes —Por primera vez su voz experimentaba una emoción real, aunque era difícil de interpretar, se parecía mucho a la nostalgia, o al sentimiento de pérdida—. Esta historia ha sido trasmitida de generación en generación por las Sumas sacerdotisas, pero en los ancestros de mi pueblo fue diferente, los rencores del pasado cegaron su perspectiva, creando un odio hacia los humanos, aquellos que los señalaron de traidores sin tener pruebas y, que a causa de ello fuimos desterrados.