Cinco días habían pasado desde su regreso a la ciudad Agucris, la mayor parte de su tiempo lo ocupó en compañía de la dama Cuyu, pues Amaris le había pedido que le contara con detalles toda su travesía, ya que estaba sumida en el interés de la extraña raza que había encontrado en aquel majestuoso bosque. También ocupó ese tiempo para pedirle al señor Kenver la ayuda para encontrar un cinturón con dos vainas y, así poder enfundar sus dos sables.
—Parece que la tranquilidad después de un viaje extraño —Observó el techo, estirando su brazo y jugando con sus dedos—, ayuda mucho a mi mente... Pero parece que es momento de hacer otra cosa.
Se levantó, ya había estado un par de horas mirando a la nada y, el aburrimiento había aparecido, por lo que prefirió ponerse a leer, pero justo cuando esa idea apareció en su mente, la silueta de un libro se vislumbró ante sus ojos, rápidamente agarró la bolsa de cuero que tenía guardada en uno de los cajones de su mueble de madera y, buscó en ella el libro de tapa de negra, al encontrarlo, se acercó a su escritorio personal, tomó asiento y, lo abrió. Las hojas estaban en blanco, pero justo cuando sus ojos se pasaron en ellas, decenas de letras comenzaron a aparecer de la nada: Libro de hechizos y encantamientos personales. Gustavo analizó la escritura, poseía cierto encanto, pero se podía notar una extraña energía irradiando de cada una de las letras, al notar que después de aquella oración las palabras dejaron de aparecer, dio vuelta a la página, buscando un poco de contenido, pero después de pasar por un par de páginas más, todo lo que encontró fue hojas en blanco.
Se levantó de su silla para meditar, queriendo entender el significado de la oración que momentos antes había leído con total claridad, sentía que aquel libro podía concederle más que solo páginas en blanco y, no estaba dispuesto a rendirse hasta descubrir que secretos ocultaba. Se detuvo, su instinto y mente concordaron en algo, por lo que rápidamente agarró el libro y, comenzó a buscar a una personita en particular, por supuesto, buscaba a la dama Cuyu, pues ¿Quién en la ciudad era la más versada en cuestiones mágicas, sino era la señorita Amaris? La respuesta era nadie. Buscó en su cuarto, pero no la encontró, buscó en la cocina, pero tampoco la halló, buscó en la biblioteca y nada, buscó en el jardín y ni rastro de ella, por lo que el único lugar que quedaba, era la sala de entrenamiento y, fue justo ahí donde la hermosa silueta femenina se logró admirar.
—Dama Cuyu. —Dijo Gustavo con una sonrisa en su rostro, mientras se acercaba, pero al notar la postura y la expresión de suma concentración de la dama, su rostro se contorsionó en una mueca de arrepentimiento, no deseaba interrumpir su entrenamiento, aunque parecía que ya lo había hecho.
—Umju —Abrió sus preciosos ojos con calma, una sonrisa se dibujó al notar el rostro de su amigo, por lo que rápidamente se secó el sudor de su frente y volvió a su personalidad tranquila y solemne—. ¿En qué puedo ayudarle, señor Gustoc?
—Antes que nada —Bajó el rostro—, debo pedirle una disculpa, sé que se encontraba templando su mente y, por actos egoístas la interrumpí, ruego me disculpe. —La miró a los ojos, percatándose que, en ese hermoso rostro, no se encontraba ni un ceño fruncido, ni una expresión de disgusto, solo una tranquila sonrisa.
—No se preocupe, estaba a pocos segundos de terminar. —Mintió con sencillez.
—Gracias —Dijo—. Cómo no deseo quitarle mucho de su valioso tiempo, seré franco. Requiero de sus conocimientos en las artes mágicas para resolver una encrucijada.
Amaris lo miró con un ligero toque de confusión, al pasar el tiempo con el joven, había aprendido a entender el contexto de sus oraciones, aún con aquellas palabras extrañas, por lo que asintió.
—¿Cuál es su duda? —Preguntó, esperando que eso fuera lo que debía preguntar.
—En mi viaje encontré este libro —Extendió los brazos y le mostró el libro de pasta negra, Amaris lo observó confundida—, pero no entiendo cuál es su función.
—Podría ser más específico.
—Cuando lo abrí, solo encontré una oración "libro de hechizos y encantamientos personales" —Citó—, pero al pasar página, todo lo que me encontré fueron hojas vacías.
—Puedo verlo de cerca.
—Sí, por supuesto. —Le entregó su libro.
Amaris quiso abrir el ejemplar, pero por más fuerza que impregnó en sus dedos, la poderosa tapa no cedió.
—¡Qué extraño! —Dijo la dama confundida—. Por favor, muéstreme usted. —Se lo entregó de vuelta.
—Claro.
Aceptó el ejemplar y con calma lo abrió, las palabras volvieron a aparecer en la hoja, pero Amaris no logró observar nada, algo que desconcertó a la pareja, pero más a la maga, quién era casi una experta en aquellos temas.
—Un libro que solo puede abrir y leer el propietario —Se dijo a sí misma, intentando encontrar una respuesta—. Solamente que... Señor Gustoc ¿Ha probado escribir en sus hojas? —El joven negó con la cabeza—. Entonces, por favor, hágalo.
—Pero no tengo pluma, ni tinta.
—No es necesario, ocupe su dedo como pluma y como tinta su energía mágica. —Aconsejó la dama. Gustavo asintió.
—¿Y que escribo?
—Cualquier hechizo que sepa.
—No me sé ninguno.
La dama se extrañó, había recolectado toda su información, enterándose de que era un mago de elemento oscuridad y fuego, por lo que le parecía extraño que no se supiera ningún hechizo de aquellos elementos, aunque anteriormente había ocupado energía mágica para convocar al esqueleto y, crear llamas.
—Déjeme enseñarle uno —Dijo la dama al no poder pensar en otra cosa—. Aunque no creo que le sirva, ya que es de elemento rayo.
—Se lo agradezco mucho. —Sonrió con calidez y, bajó el rostro en sinónimo de agradecimiento.
"Ela lirsinta berney cene erzneyorz sintahitorz" (Las luces brillan con un estruendoso sonido).
Cantó su hechizo, las fluctuaciones mágicas aparecieron, pero no lo activó.