El hijo de Dios

El hijo de Dios (2)

 Las nubes se abrieron, dando paso a una increíble y poderosa luz blanca.

—Tu voluntad me ha vuelto a sorprender, Gustavo.

 El joven no alzó la vista, continuó observando con dolor a la hermosa dama de tez pálida.

  —Pero tus acciones fueron lamentables. Sacrificaste años de vida en un ataque por ira ¿Acaso lo vale?

Gustavo frunció el ceño y observó al propietario de la voz. A unos cuantos pasos de él, se encontraba un hombre, vestido con un manto blanco, mientras que en sus brazos descansaba un pequeño lobo.

  —Wityer... —Dijo con calma, se había olvidado por completo de su compañero.

  —Nos encontramos de nuevo, joven Gustavo. —Liberó de su agarre al pequeño lobo.

Wityer, al tener nuevamente su libertad se dirigió hacia su compañero, pero cuando notó a la dama dormida en sus brazos, se detuvo, ligeramente atontado por la extrañeza de la situación.

  —¿Quién eres tú? —Preguntó, mientras la oscuridad invadía sus ojos.

  —Parece que no me recuerdas. —Dijo, al instante su rostro y cuerpo se transformó, mostrándose como una dulce dama de cuerpo esbelto.

Gustavo la reconoció inmediatamente, se trataba de la joven que lo había llevado a aquella manifestación energética.

  —Tuu. —Sus ojos se volvieron filosos.

  —Yo —Dijo con una sonrisa, su rostro y cuerpo volvió a cambiar, viéndose nuevamente como el hombre de manto blanco—. Aunque esperaba que encontrarás al Amigo de Dioses —Señaló con sus ojos al sable de hoja negra—. No creía que también encontrarías una piedra de poder, sin mencionar que aquella piedra posee la energía pura del "Dios" de la muerte. No sé si es tu suerte la que me sorprende, o tú habilidad para que la gente confíe en ti.

  —¿Suerte? —Frunció el ceño, sus fosas nasales se abrieron y cerraron con rapidez, mientras la ira se apoderaba de su cara— ¿Llamas a esto suerte? —Señaló con sus ojos a la dama postrada en sus brazos—. Te maldigo a ti, seas quién seas, porque si esto es suerte, le ruego a Dios que no me vuelva un desafortunado.

  —Todavía no has abierto los ojos. —Dijo el hombre con calma.

  —Ya deja de hablar estupideces y vete, quiero estar solo —Lo miró con una intención asesina—. ¡Que te largues!

  —Mira a tu alrededor, joven Gustavo, si lo que quieres es calma, te la puedo conceder.

Gustavo no entendió por completo las palabras del hombre, pero al instante en que sus ojos se toparon con los rostros de los demás individuos, su corazón comenzó a palpitar con nerviosismo, todos se encontraban estáticos, como si el tiempo se hubiera detenido. Miró nuevamente al hombre del manto blanco, quién sonreía de una manera orgullosa. No sabía si era amigo o enemigo, pero si era la segunda, claramente estaba condenado.

  —No soy tu enemigo. —Dijo el hombre al notar la duda en sus ojos.

  —Si no eres mi enemigo, entonces ¿Por qué retuviste a Wityer?

  —No estaba convencido de tu fuerza. —Respondió como si fuera algo obvio conocer aquella información.

  —¿Mi fuerza? ¡¿Por qué demonios te importaría mi fuerza?! —Alzó la voz una vez más.

  —¿En verdad lo olvidaste? Jaja —Rio como si hubiera escuchado un buen chiste—. Yo pensaba que solo estabas actuando como un tonto, pero parece que en realidad lo eres.

  —Dejaré pasar tu insulto, pero quiero a cambio que me digas que fue lo que he olvidado. —Claramente aquel dato había despertado su curiosidad.

El hombre de manto blanco se acercó, colocándose de cuclillas justo enfrente del joven.

  —Espero no romper tu cordura. —Dijo, mientras acercaba su dedo índice a la frente de Gustavo.

Tragó saliva, aunque el movimiento del hombre era sutil y tranquilo, poseía la presión de diez montañas, haciendo que fuera inútil la opción de resistirse.

Al sentir el toque suave del dedo índice, su mente se trasladó a un lugar muy extraño, todo era blanco, con una calidez inimaginable, pero la sensación no era incómoda, sino todo lo contrario, creía que podía estar toda la vida en aquel lugar y nunca cansarse de aquella sensación. Sus ojos se abrieron por la sorpresa al ver su cuerpo de pie a unos pasos de él, aunque todo era diferente, pues el joven enfrente suyo no poseía en su rostro ni la solemnidad actual, ni la madurez, era como si estuviera viendo su versión de cuando todavía estaba en su mundo y, su teoría se reafirmó cuando notó su uniforme militar cubierto en sangre, el mismo con el que había muerto.

  —Gustavo Montes —Dijo una voz antigua, sin emociones, pero con un fuerte sentimiento de amor cargada en ella.

El Gustavo de uniforme rápidamente se postró en el suelo.

  —Colócate de pie, hijo mío, las reglas de los hombres se quedaron en tu mundo, ahora has regresado a mi lado. —Al escuchar aquellas palabras, el Gustavo de armadura ligera sonrió con pesar, derramando un par de lágrimas.

El Gustavo de uniforme se colocó lentamente de pie.

  —Tu camino estuvo cubierto por obstáculos, pero nunca te diste por vencido, agradeciste por aquello que poseías y, evitaste la envidia. La justicia no siempre te favoreció, pero actuaste acorde a tus principios. Gustavo Montes, fuiste un gran hombre.

  —Agradezco sus palabras, Dios Padre. —Dijo el Gustavo de uniforme.

  —Tu corazón todavía anhela las cosas de tu tierra ¿Qué es lo que deseas?

  —Solo quiero que mi madre este bien y, que mi amada pueda encontrar a alguien que la proteja y ame. —Dijo con un tono sincero.

Después de un breve silencio, la voz antigua volvió a escucharse.

  —Parece que no me he equivocado en elegirte.

  —¿Elegirme?

  —Así es, aunque puedes negarte por supuesto.

  —Acepto cualquier demanda de Dios Padre. —Dijo Gustavo rápidamente con sumo respeto.

  —Deberías escuchar antes de actuar... —Una anciana se presentó ante el Gustavo de uniforme.

  —Abuelita. —Dijo con amor y tristeza.

  —Me presento ante ti, como tú mente pensó que sería —Las lágrimas volvieron a resbalar por sus mejillas, extrañaba mucho a aquella ancianita de cabello cano y mirada cálida—. Ella está a mi lado ahora, descansado, no debes sentirte mal por ella. —Dijo al notar la expresión del humano.



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En el texto hay: romance, aventura, honor

Editado: 08.09.2021

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