Día, noche, enero, abril, agosto, marzo, Año Nuevo, Navidad, San Valentín...
Todos y cada uno eran iguales... El reloj avanzaba, de nuevo eran las 11am, de repente las 3am.
Cada despertar y día era rutina, no me desagradaba, mis libros seguían saliendo como si una cascada emocional desbordara constantemente de mi pecho, como si mis palabras escaparan hacia las páginas para no quedarse en el viento.
Ahí estaba yo, en los Best Seller, había conseguido todo lo que había pedido y soñado cuando era una simple adolescente.
Un libro anual, un éxito y un fracaso de manera simultánea, mi editorial ya se lo esperaba, mi siguiente trabajo sería un fracaso comercial, esta ocasión me pidieron tomarme un año sabático para asegurar el éxito del próximo libro.
Llegué a casa, una casa pequeña pero que cumplía con mis necesidades, había invertido en una cafetería que visitaba a diario y me servía de segundo estudio para redactar mis novelas.
Amor, finales felices y lectores satisfechos, aunque podía plasmar la fantasía suficiente para cumplir con las expectativas de mi editorial, era obvio que solamente alguien que no había experimentado la vida era capaz de imaginarla de esa manera.
Las reuniones con conocidos eran extrañas, y es que ya no importaba con quien me juntara a conversar, descubrí que solamente yo me había quedado estancada en ese capítulo de mi vida que plasmaba una y otra vez en mis obras.
Sin embargo, era un tema que no tocaba, no pasaba de ser la tipa callada de la charla que sólo abría la boca para aliviar la tensión del silencio con una broma absurda que hacía fluir la conversación, al poco de volverme escritora, los temas relacionados a mis libros se volvieron irrelevantes en las charlas de mi círculo cercano, tan irrelevantes que ni yo misma era capaz de notarlo.
Tenía casi 20 años sin mencionar su nombre, mis nuevas amistades desconocían la historia, era algo de lo que no podía hablar, era un tabú, un ciclo cerrado que debía mantener al menos para vivir en paz, mis libros eran el único medio por el que me expresaba y para mi fortuna cada vez menos personas sabían el trasfondo.
Una mañana de invierno, me levanté como siempre, me peiné el cabello, cepillé mis dientes y me dirigí a la oficina que se me había asignado en la editorial vistiendo ropa simple y abrigadora. Aunque tenía un año libre de entrega, no era como que tuviera muchos lugares a donde ir, además, la señal de internet era bastante buena, podía estar al pendiente de otros asuntos mientras trabajaba en mi siguiente obra.
No tenía la costumbre de ver el reloj, no vivía atada al tiempo hasta tener al cuello las fechas de entrega, simplemente veía el anochecer y ese era el indicio de que debía volver a casa.
Una ciudad pequeña, sin ruidos estruendosos, sin edificios ni autopistas, era lo que veía por la ventana de mi oficina, ni siquiera la editorial era un lugar grande, sólo contaba con 2 pisos.
Estando en mi escritorio haciendo anotaciones y escuchando música deprimente, de pronto el asistente de mi editor llamó a la puerta, me disculpé antes de dejarlo hablar pues creí que sería algo referente a mi presencia en un día libre, pero me sorprendió al abrir la puerta por completo para mostrarme que alguien venía con él.
Era un joven delgado y alto, de unos 16 años, estaba abrigado de pies a cabeza y se notaba que no estaba acostumbrado al clima del pueblo, resaltaba una bufanda de color amarillo entre su ropa negra, sus anteojos empañados por su respiración no me permitían verle bien la cara.
Yo no solía sonreír mucho así que mi expresión seguramente se quedó intacta a pesar de mi sorpresa, nunca había visto a ese joven por lo que supuse se trataba de algún lector que había librado la seguridad.
El asistente mencionó lo que esperaba, el chico había llegado a la recepción para hablar conmigo, como era un día frío se le permitió entrar y al ver que yo no estaba realmente ocupada, no les pareció mala idea llevarlo hasta mi puerta sin avisar.
Con un tono amigable que estaba fingiendo saqué mi último libro de un cajón y lo firmé para ponerlo en la mesa, esperando que lo tomara, agradeciera y me dejara en paz.
Mi visitante no se sorprendió al ver mi acción de entregarle un autógrafo, sin decirme nada sacó de su mochila cruzada un bloc de hojas unidas con broches a forma de cuaderno, era un duplicado hecho de fotocopias... no, no eran fotocopias, era como si mi libro entero hubiese sido reescrito e impreso.
Me quedé atónita al ver su cuaderno ¿Quién podría tomarse el tiempo de transcribir toda la obra para imprimirla en una impresora casera? Dejándome caer en mi silla, retrocedí unos centímetros de la mesa y llevé mi mano a mi frente.
Una parte de mi quiso estallar de enojo al ver semejante acto, pero al mismo tiempo deduje que tendría una buena explicación para mostrarme una copia pirata de mi libro de esa forma tan descarada. Con un ademán le hice saber al asistente del editor que por favor nos dejase a solas un momento.
Caminando unos pasos dentro de mi oficina, el joven se quitó los lentes para limpiarlos con la bufanda, ya adaptado al clima del edificio descubrió su rostro, tenía los ojos grandes, pero algo rasgados, su piel era blanca con un tono bronceado que luchaba por notarse, debajo de sus labios empezaban a verse brotes de lo que en un futuro podría ser una barba de color castaño claro.
Su gorra descubrió una revuelta cabellera castaña que hacía juego con su vello facial, cortada a la altura de la mandíbula.
Parecía sonriente y un tanto cuidadoso, me miraba como si intentara adivinar lo que estaba pensando.
Su actitud me pareció curiosa, dejando de lado mi voz amigable le pregunté la finalidad de su visita. Casi ignorándome tomó el libro de la mesa y lo alzó para hojear las páginas, exclamando lo contento que le hacía tener una copia original en sus manos.