Valentina observó a su hermana llorar, parecía que el dolor era insoportable. Sin embargo, se quedó estática mirando la situación, aún tenía dentro del cuerpo la adrenalina de la discusión, los recuerdos acumulados en la cabeza y los años atorados en el pecho.
Sin empatía por esa desconocida quien osaba venir allí como su hermana, tantas veces se dijo para sí misma que ellas estaban muertas, pero ahora debía encarar la realidad; una que por muchas veces que se planteó jamás tuvo un buen desenlace.
—¡No te quedes allí! Tenemos que ayudarla, es tu hermana… por Dios Valentina, apiádate de ella —suplicó Margarita. Valentina la miró a los ojos, el temor en la mirada de la mujer mayor si hacía eco en ella, por obvias razones no iba a fallarle a la persona que estuvo a su lado cubriendo un vacío con su presencia.
—La levantaremos a las tres, tienes que caminar —ordenó Valentina cuando se acercó a Ximena, quien no paraba de llorar.
Pasó el brazo de Ximena sobre sus hombros y la menor se aferró con fuerza. Era la primera vez que se sentían, después de tantos años, y no pudo evitar el nudo en su garganta.
No era ajena al llanto de su hermana, tampoco la primera vez que la escuchaba, sin embargo, simplemente se sentía distinto.
Comenzaron a avanzar, la rodilla de Valentina ardió, a cada paso fue un calvario, pero, aun así, siguió por el sendero que daba a la entrada.
—¿Qué está pasando? —cuestionó Josefa intentando ayudarlas.
—Ve por Camelia —interrumpió Valentina.
—Por esa bruja —contradijo Margarita.
—No podemos ir al pueblo, si este bebé va a nacer es la única que puede ayudarnos —alegó Valentina —. Ve ahora, Jose —ordenó
Margarita debió soportar lo que le causaba Camelia, había llegado al rancho hace un año. Ambas habían chocado, aunque Camelia ayudaba en las caballerizas, con los animales y en otras cosas, a Margarita no le caían bien sus ideas, era una bruja que se ganó la confianza de Valentina.
Valentina no les daba importancia a esos comentarios, para ella esa mujer era muy sabia para esas tierras.
Entraron a la casa y fue inevitable que Santiago no se diera cuenta, como pudieron llegaron a la sala donde Margarita preparó el suelo con cojines y corrió por sabanas limpias.
—Debemos llevarla con el médico —dijo su padre.
—No hay tiempo, mandé llamar a Camelia, si ella nos dice que puede llegar al pueblo, la llevaremos, pero por su estado lo dudo.
—¡Papá! —lloriqueó Ximena con las manos en su vientre, comenzó a sudar con premura.
—Dice Camelia que hay que traerla al cuarto —dijo entre jadeos Josefa entrando a la habitación.
—¿Cuál cuarto?
—Su cuarto —contestó. Valentina dudó por un momento, no había manera que Camelia supiera cuál era la habitación de Ximena. Entraron dos hombres del rancho, quienes no tardaron en cargar a su hermana.
Santiago comenzó a avanzar tras ellos, Valentina tomó asiento, la rodilla la estaba matando.
—No puedes quedarte aquí —advirtió Josefa —. Camelia dijo que debes estar presente…
—Que la ayude Margarita —negó
—Sabes que mi mamá y esa mujer son como pólvora, a este paso Ximena y el bebé morirán en lo que se ponen de acuerdo.
Valentina suspiró pesadamente, se puso de pie y debió detenerse de golpe. Josefa la miró con preocupación.
—Me lastimé en la mañana con el caballo nuevo —comentó antes de que la atiborrara de preguntas.
—Te dije que era mala idea…
Valentina se recompuso y siguió por el pasillo. La habitación de Ximena quedaba del lado contrario, en la parte oeste, donde el olvido había carcomido parte de las estructuras, aunque Margarita se empeñaba en mantener ordenado y limpio.
Santiago esperaba fuera de la habitación, Valentina entró y como lo dijo Josefa, Margarita y Camelia discutían por como acomodar a Ximena, quien parecía más asustada que adolorida.
—Margarita, deja que Camelia haga lo que tenga que hacer, es partera, tu misma has dicho que todas las mujeres del rancho, el colibrí, parieron a sus hijos aquí… —ordenó —. Ximena por desgracia también es parte —murmuró de la mala gana.
—Sosténgala de los brazos, tiene que hacer mucho esfuerzo. —Valentina se acercó junto a Josefa —. Tu no Valentina, debes ayudarme aquí, deja que la cotorrona lo haga.
—No me faltes al respeto, bruja panteonera.
—Vete a rezar, cotorrona.
Eran peor que niñas chiquitas y estaba sorprendida de que hasta en un momento así ellas estuvieran discutiendo.
Valentina cambió de lugar a Margarita en el momento que Ximena comenzó a gritar de nuevo. Cuando se colocó frente a su hermana procesó lo que estaba por suceder, la vio irse siendo una adolescente y ahora estaba allí a punto de parir.
Fue como recibir de golpe los diecisiete años de recuerdos que vivieron juntas allí. Recordó el día que Ximena llegó al mundo, esperar junto a su padre mientras su mamá estaba dando a luz en una de las habitaciones, era muy pequeña, pero prevalecía en su memoria.